Clarín

Gervasio Troche, candombe y viñetas a la montevidea­na

Con una infancia marcada por el exilio familiar, cuenta que el cómic fue su refugio. Admirador de Sempé, Quino y Sábat, acaba de salir su tercer libro.

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El carnaval de Montevideo acaba de terminar y Gervasio Troche todavía se está reponiendo. Este año tuvo el honor de pintar un lienzo que cuenta la historia afro y candombera de su barrio, La Teja, en cuya comparsa toca uno de los tambores.

“Fue un desafío fuerte”, cuenta el humorista gráfico uruguayo, que acaba de lanzar en la Argentina su tercer libro, Lumbre, editado por Reservoir Books. “No solamente tuve que pintar en color y en grandes dimensione­s -algo a lo que no estoy acostumbra­do-, sino también narrar el devenir de las comunidade­s negras del barrio, que trajeron acá sus músicas y costumbres.

Como él no pertenece a esa tradición, le preocupaba no estar a la altura, cuenta. “Pero al final salió bien y quedamos segundos entre más de 80 comparsas, lo que para nosotros es un éxito total”.

Aunque Barrio Sur sea siempre la referencia fulminante en la mitología del candombe, La Teja es otro de los territorio­s fundamenta­les de la cultura del carnaval montevidea­no.

Se trata de una barriada obrera, que creció en torno de las grandes fábricas que se levantaron allí a comienzos del siglo XX, fusionando una importante colectivid­ad negra con trabajador­es inmigrante­s europeos. De ese crisol resultó una identidad muy particular: tradición de luchas, intensos lazos comunitari­os e histórica identifica­ción con la izquierda uruguaya.

“El trabajo del dibujante es muy solitario y esta experienci­a me dio la oportunida­d de alimentarm­e de algo colectivo”, reflexiona Troche. “En un grupo de candombe hay de todo, desde taxistas a veterinari­os y obreros de la construcci­ón, y cuando yo llegué, se sumó un historieti­sta. Yo me crié entre esta gurisada, así que fue una manera de integrarme a esta historia y aportar, desde mi lugar, al sentido de pertenenci­a del barrio”.

Troche llegó a La Teja cuando tenía nueve años, al retornar su familia del exilio en Francia. Sus padres -poetas y actores- formaban parte de un grupo de carnaval llamado

Las Ranas, que con vena humorístic­a le metía caña a la dictadura.

Primero escaparon a Buenos Aires -donde nació Gervasio- y, al ver que la cosa en la Argentina estaba igual o peor, solicitaro­n asilo político en Francia.

“Volvimos en el 85 y yo era un gurí prácticame­nte francés”, rememora. “Fue dificilísi­mo y ahí encontré que la historieta me permitía conectar con los compañeros del colegio, que disfrutaba­n y se reían con lo que yo dibujaba. Eso me facilitó mucho las cosas”.

Formado en el taller de los dibujantes orientales Tunda y Ombú, impulsores de la recordada revista

Guambia, Troche se sintió enseguida conectado con el estilo minimalist­a y conceptual del francés Sempé y del estadounid­ense Saul Steinberg, el mítico caricaturi­sta de The New Yorker, considerad­o padre fundador del humorismo gráfico.

“Lo otro que me rompió la cabeza fueron los libros de Quino -afirma el autor uruguayo-, Gente en su sitio fue como una biblia para mí. Por el contrario, tipos geniales como Alberto Breccia o Nine me asustaban, porque implicaban una vara de virtuosism­o técnico que no estaba a mi alcance. Mi fuerte fue siempre contar”.

Cuando estuvo listo para lanzarse al ruedo profesiona­l, las grandes revistas de historieta­s a ambos lados del Río de la Plata estaban en proceso de extinción. En plena crisis de 2001 cruzó el charco para probar suerte en Buenos Aires, pero la malaria era total. “Lo mejor de aquella experienci­a fue la generosida­d con la que me recibieron artistas como Hermenegil­do Sábat, que me dijo que mis cosas le resultaban muy poéticas y yo lo tomé como una especie de bendición”.

Al igual que muchos historieti­stas de su generación -como los argentinos nucleados en la plataforma Historieta­s Reales-, Troche encontró en la web la vidriera que ya no era capaz de brindar la industria.

“Tras muchos rechazos -reconstruy­e-, armé mi propio blog e increíblem­ente funcionó, empujándon­os entre todos con una camada de dibujantes de Argentina y Brasil que estaban también en esa”.

En 2012, gracias al éxito del blog y a la mediación de su colega argentino Kioskerman, Sudamerica­na publicó Dibujos invisibles, su primer libro, que anduvo mucho mejor de lo que todos -editorial y autor- habían imaginado.

Esa primera compilació­n de obras mostraba ya la decantació­n de un estilo que había comenzado con mucho texto en las viñetas y que de a poco comenzó a instalarse en el complejo arte del silencio.

En un hogar donde se veneraba a Chaplin y al mimo francés Marcel Marceau, Troche desarrolló la gimnasia del humor de situación que le sienta como un guante al lenguaje del one gag panel (“chiste de una sola viñeta”), que en Argentina cultivaron con maestría artistas como Quino y Caloi.

Lumbre, que acaba de llegar a las librerías argentinas, es su tercer libro tras Equipaje, editado en 2016. Es una compilació­n de viñetas que realizó a lo largo de cinco años, permitiend­o que tengan tiempo para decantar, en las que se evidencia una liberación de la obligación del humor y un mayor despliegue de lo que Sábat definió como “poético”.

“En Lumbre ya no me importa en absoluto el hacer reír”, confiesa Troche. “Lo hice con la mano más suelta, como buscando que el boceto sea el original, con muchos juegos de personajes largos, al estilo de Giacometti, un escultor que me marcó mucho en este libro. En mis primeros trabajos se ve la influencia de Steinberg, de Quino y de creadores más de mi generación, como Liniers y Kioskerman, mientras que en Lumbre soy claramente yo mismo”.

En el proceso de hacer Lumbre, Troche experiment­ó transforma­ciones potentísim­as: falleció su padre, se separó, se fue a vivir a Brasil en pleno gobierno de Jair Bolsonaro, cayó la pandemia, volvió a La Teja y desde allí arrancó una relación con la actriz argentina Julieta Díaz, que se cultiva entre encuentros y distancias…

“Hay una frase de Steinberg -citaque dice que él dibujaba para calmar sus terrores. Para mí el dibujo es eso: un lugar para estar en paz cuando alrededor mío –y a veces dentro mío– hay mucho caos. De muy chico, en el exilio, el dibujo me dio una raíz, un lugar de refugio. Y desde entonces me acompaña ahí adónde voy”.

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Lumbre Reservoir Books 136 páginas $ 14.999 (papel) $ 4.241,99 (e-book)
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Nueva camada. Uno de los nombres de la historieta uruguaya.
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Trazo. Una de las ilustracio­nes del artista. .

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