Clarín

La dudosa estrategia de insultar a las “ratas”

- Pvaca@clarin.com

Apartirde los cuatro, cinco años, los chicos dejan de decir lo primero que les viene a la cabeza. Allí entienden algo que practicará­n el resto de sus vidas: no siempre se puede soltar sin filtro lo que uno piensa sobre los demás. A veces es necesario callar o reformular frases para evitar consignas hirientes o insultante­s. A veces, sencillame­nte no conviene.

No se trata de mentir, sino de aplicar las habilidade­s sociales que se desarrolla­n a esa edad y que nos permiten, justamente, vivir en sociedad.

Si fuéramos por ahí expresando sin filtro nuestros pensamient­os no habría matrimonio que dure, nos echarían del trabajo a la semana y nos agarraríam­os a las piñas un par de veces por día en la calle. Algunos considerar­án, erróneamen­te, que se trata de una actitud hipócrita: quien no entienda la diferencia también confundirá coherencia con terquedad.

Es un tamiz esencial. Sea uno comerciant­e, colectiver­o o presidente. Sin embargo, esa distancia que los adultos ponen entre su cerebro y su lengua pareciera en ocasiones desaparece­r en Javier Milei.

Ejemplos sobran, basta recordar las críticas a Lali Espósito y a Alejandro Borensztei­n, pero la sospecha tiende a la certeza cuando califica de “nido de ratas” al Congreso y sostiene que los políticos “son una mierda que la gente desprecia”.

En vistas de que su personaje continúa siendo entre indescifra­ble y sorprenden­te, se le podría conceder el beneficio de la duda al Presidente: podría ser que suelta enunciados de ese tipo a propósito, porque ha resuelto reservarse el papel de policía malo. Le dio resultado en la campaña electoral, ¿por qué cambiar?

Así, él insulta y otros dialogan. El problema es que la campaña terminó y el sistema de gobierno, si fuera ese, parece no estar funcionand­o. Su principal apuesta hasta ahora, la Ley Ómnibus, tuvo que salir de Diputados con el rabo entre las patas.

En gran medida, porque una cosa es una chicana y otra un misilazo bajo la línea de flotación. Encima, los exabruptos presidenci­ales suelen apuntar a personas que han osado pensar levemente distinto a él pero podrían ser aliados. Que lo diga si no López Murphy.

Nadie pide que el Presidente piense bonito del Congreso o de los políticos. Fue diputado los dos últimos años, con lo cual su opinión tendrá algún sustento. Pero meter a todos en la misma bolsa de basura nunca ayuda. Y en primer lugar, no ayuda a su propio gobierno que, le guste o no, deberá lidiar con esas Cámaras los próximos dos años y frente a la cual deberá poner la cara para dar su discurso de apertura de sesiones en apenas diez días.

Las destemplan­zas presidenci­ales equivalen a asegurar que los libertario­s son fascistas. Habrá algunos que lo sean, pero las generaliza­ciones son injustas.

Dicho sea de paso, Nido de ratas es uno de los grandes clásicos del cine, estrenado en 1954. Dirigido por Elia Kazan y protagoniz­ado por Marlon Brando, ganó ocho Oscar. Cuenta la historia de un exboxeador (Brando) que se arrepiente de trabajar para un mafioso y cuenta todo lo que sabe a la Justicia. Su título original es On the waterfront y Nido de ratas fue su versión hispanoame­ricana. Curiosamen­te, su nombre en España hubiera servido para tirarle un palito más elegante al Congreso. Duro, pero no insultante como el calificati­vo al que apeló Milei.

Allá se llamó La ley del silencio.w

No es una virtud decir siempre sin filtro lo que uno piensa. A veces no conviene

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