Los rituales de Dixon Calvetti, un nuevo mito venezolano
“Entrance”, en el Museo Marco de La Boca, recupera la obra del artista venezolano, emigrado y tempranamente fallecido en Buenos Aires en 2023.
Cuando comenzaba a disfrutar del reconocimiento público, con una obra que reinventa los mitos tan presentes en el arte latinoamericano, el artista venezolano Dixon Calvetti, emigrado a Buenos Aires, murió inesperadamente. Fue a mitad de 2023, cuando solo tenía 43 años, a raíz de una complicación quirúrgica.
Su partida dejó una exhibición en proyecto en el Museo Marco (Museo de Arte Contemporáneo) de La Boca, que tanto la institución como el curador Juan Carlos Urrutia y su equipo (entre otros, el artista Iván Bassgar) decidieron mantener en la programación, como una celebración de su trabajo artístico.
Se titula Entrance, una palabra de doble sentido, que en inglés significa “entrada” pero en español, separada en dos sílabas, se interpreta como “en trance” -incluso “en tránsito”, de algún modo lo que Calvetti hizo como “médium”, al conectar con la energía cósmica que le servía de inspiración, y como migrante al abandonar Venezuela hace apenas un par de años, y por la vía más intrincada.
Artista plástico, investigador, docente y mediador cultural, la imagen que ilustra la muestra es una escultura en oro de una figura mítica venezolana, llamada María Lionza, una mujer desnuda sobre un animal mitológico (tapir macho), que sostiene en alto un pubis.
En pequeño, la escultura aparece en la muestra del Museo Marco iluminada con una especie de aura. Y es central en la interacción con el resto de los bosquejos, las instalala ciones y una pintura de gran formato que componen la exhibición, en la que el curador Juan Carlos Urrutia se propuso respetar el legado del artista. Buena parte de los bosquejos expuestos eran trabajos en progreso que Dixon Calvetti preparaba para esta expo.
No obstante, respetuosos sobre todo del ritualismo que constituye la médula de todos los trabajos del artista, nada se tergiversó ni se modificó. Incluso en las paredes hay reflexiones de Calvetti que sirvieron de guía para encontrar el tono y la voz de la exhibición.
En su texto curatorial, Urrutia subraya que la muestra “establece una línea de sentidos alrededor del panorama artístico-intelectual y las principales preocupaciones éticas y estéticas de Calvetti, a partir de una selección de producciones recientes, objetos rituales, mapas conceptuales, proyectos inéditos y recreaciones de algunas de sus obras de mayor anclaje en torno a la trans-territorialidad, la religiosidad popular y el sincretismo ‘marialioncero’ de Venezuela”.
Calvetti fue un migrante de tierra, como le cuenta Urrutia a Clarín, que se vio forzado a abandonar Venezuela, hambreada y sometida por Nicolás Maduro. Dejó su país por tierra, lo que profundizó el dolor de su desarraigo. En Buenos Aires pudo recomenzar, trayendo consigo el ritualismo venezolano.
El título de la muestra, Entrance, juega con el tránsito como una forma de desplazamiento físico-simbólico, y con la idea de “trance” remite a un estado de percepción y conciencia espiritual elevado. Esta muestra, en el primer piso del Museo, dialoga con la expo Cosmogonía Nativa, de Lucila Gradín, ubicada en la Planta Baja, en la que la artista recolecta pigmentos de ombú, ceibo, timbó, palo borracho, chañar y aguaribay, seis árboles autóctonos de nuestra región.
La expo comienza con una instalación festiva de globos en colores, que se corresponden con los de bandera de Venezuela. Dice Urrutia: “Dixon no siempre trabajaba con los colores de la bandera, sino que los iba adaptando a las características espaciales y estéticas. Acá Dixon recupera a dos artistas venezolanos. Uno, en los globos amarillos, es Armando Reveron; otro es un artista local de nuestra provincia en Venezuela, Carmelo Fernández, y en los globos azules le rinde un homenaje a Benito Quinquela Martín, que es el artista de La Boca”.
Cuenta Urrutia que, en sus producciones, Calvetti fue incorporando a figuras populares de los rituales sincréticos de su país como el culto a María Lionza, a quien compara con el Gauchito Gil o Gilda o la Difunta Correa.
En los últimos tiempos, Calvetti coordinaba los programas educativos del Marco y estaba muy conectado con la comunidad de La Boca. En la Fundación PROA había trabajado como coordinador del Centro Cultural Nómade.
La devoción ritualista de María Lionza es una representación Mariana del catolicismo. La representación más importante de la santa en Venezuela se ubica en una autopista de Caracas y fue realizada por Alejandro Colina, escultor nativista del país. Es un objeto ritual, sincrético y cultural; Dixon la ha usado en muchas de sus obras.
La muestra tiene 17 trabajos de Calvetti, algunos en progreso. La curaduría hizo un trabajo profundo de investigación y archivo para rearmar el concepto curatorial.
Hay una sola obra pictórica totalmente finalizada por Calvetti en la muestra; es de gran formato y está realizada con un material que se conoce como “chimó, a base de tabaco y especias, similar a la hoja de coca que se usa en el Altiplano, con la que se mitiga el cansancio por el trabajo de campo”, dice Urrutia.
Pero hay además instalaciones muy sugerentes. Como la llamada “velación”, la representación de un velatorio donde se extiende el atuendo completo de un hombre sin su cuerpo, rodeado de velas.
“Hay tres obras exhibidas que dejó en proyecto y que nosotros ejecutamos. Hay además mapas conceptuales y luego para complementar su lectura incorporamos tres obras de videoarte”, comenta Urrutia.
Artista ritual y profundamente conectado con una cosmovisión donde lo nativo está presente, Dixon Calvetti deja mucha tela para la reflexión más profunda. Es cierto que en la medida en que nos hacemos más y más urbanitas, vamos dejando en la periferia de las ciudades lo ritual, lo sagrado, lo mágico, lo sobrenatural y lo simbólico, por eso es vital que el arte lo recupere y resignifique, para asomarnos a una dimensión más profunda de la existencia.