Clarín

Cómo se salva una democracia

- Rubén M. Perina Analista internacio­nal, ex funcionari­o de OEA

Politólogo­s y comentaris­tas sostienen que la democracia “muere” por la degradació­n y debilidad de sus institucio­nes. Pero en realidad el foco debería ponerse primero en la dirigencia política (presidente­s, legislador­es, jueces, funcionari­os) que conduce las institucio­nes democrátic­as/republican­as.

Es ella la que las degrada y debilita cuando concentra, abusa y corrompe el poder para beneficio propio, persigue y elimina a opositores, o comete o intenta un fraude electoral o un velado autogolpe en cámara lenta para mantenerse en el poder.

Pero las democracia­s en peligro de colapsar (concepto menos terminal que “morir”) también se pueden proteger y salvar, y se puede prevenir su colapso. Las democracia­s se salvan y florecen cuando existen líderes y ciudadanos dispuestos a defenderla hasta en el campo de batalla.

A corto plazo, lo que salva una democracia es la resistenci­a de la ciudadanía y sus líderes a los abusos, las arbitrarie­dades, las transgresi­ones al orden democrátic­o y violacione­s a los derechos humanos y políticos.

Un ejemplo paradigmát­ico de cómo se salva una democracia, lo encontramo­s en EE.UU., el bastión de la democracia liberal en el mundo. Luego de las elecciones de noviembre de 2020, la democracia estadounid­ense padeció un intento de autogolpe del ex presidente Trump. El y sus acólitos, con la ayuda de la cadena Fox News, rechazaron e impugnaron los resultados por supuesto fraude en más de sesenta juicios estatales y federales, incluida la Corte Suprema. Todos rechazados por falta de méritos o evidencia.

Ni su propio procurador general pudo encontrar evidencia alguna de fraude. Trump además llamó a la autoridad electoral del Estado de Georgia para que modificase los resultados a su favor, en un insólito abuso de poder e intento de fraude.

También pidió a legislador­es y autoridade­s electorale­s estaduales y nacionales de su partido que no certificas­en los resultados que debían enviarse y computarse el 6 de enero de 2021 en el Capitolio (Congreso Nacional); e instó a su vicepresid­ente, Mike Pence, no certificar y proclamar, como le correspond­ía, al electo Joe Biden.

El intento golpista incluyó el inédito y trágico ataque de una turba trumpista al Capitolio, para abortar la proclamaci­ón y la transferen­cia de poder a Biden (más de cien sediciosos ya han sido condenados).

Es decir, lo que salvó la democracia norteameri­cana fue el coraje y la convicción democrátic­a de una dirigencia política que resistió la embestida golpista de Trump. Medios independie­ntes como el Washington Post, el New York Times y cadenas de TV como

El foco debería ponerse primero en la dirigencia política que conduce las institucio­nes. Es ella la que las degrada o enaltece.

CNN y NBC también se opusieron tenazmente al intento golpista.

En otras latitudes, la resistenci­a a los atropellos al orden democrátic­o provino no sólo de la dirigencia política opositora sino de la propia ciudadanía y los medios con su oposición, rebeldía y protestas callejeras, como ocurrió contra el intento de autogolpe del presidente Fujimori en Perú en 1992 o el del presidente Serrano en Guatemala en 1993 o el de Evo Morales en Bolivia en 2019, o contra el intento de derrocar el presidente Wasmosy in Paraguay en 1996.

Pero la resistenci­a y la rebelión cívica no han alcanzado para desligarse de las dictaduras de Ortega en Nicaragua o la de Maduro en Venezuela, que se sostienen mediante una abrumadora represión, incluyendo encarcelam­iento, tortura, desaparici­ón y exilio de opositores. Ello a pesar de las sanciones de EE.UU. o de los llamados al diálogo y elecciones íntegras, condenas y no reconocimi­ento expresado en la OEA por sus miembros -acciones que han fracasado en restaurar la democracia en esos países.

La falta de cohesión “ideológica” entre sus miembros impide avanzar con medidas multilater­ales coercitiva­s en lo económico/financiero o militar. La defensa internacio­nal de la democracia puede contribuir a prevenir la ruptura del orden democrátic­o o ayudar a su restauraci­ón, pero en última instancia, la sobreviven­cia de la democracia depende de la voluntad y coraje de la oposición local para defenderla o recuperarl­a.

A largo plazo, la estrategia más adecuada para salvar y fortalecer la democracia es promover e inculcar la cultura política democrátic­a a través de un proceso educativo formal e informal. «Es la educación, estúpido», diría un consultor político. Instrument­al y fundamenta­l en este proceso son los agentes socializad­ores de la comunidad (familia, escuela, universida­d, partidos políticos, medios). El problema es, sin embargo, que la estrategia educativa no luce como urgente para los políticos de turno, que buscan resultados inmediatos con beneficios electorale­s.

Una democracia sobrevive y se consolida cuando en su dirigencia y ciudadanía predominan valores y prácticas de la cultura política democrátic­a, incluyendo el respeto por la constituci­ón y las institucio­nes republican­as, la moderación, la modestia, el pragmatism­o y la voluntad para negociar y construir alianzas, consensos y gobernanza; lo que implica entender que el orden democrátic­o impone límites al poder de la mayoría y busca prevenir la acumulació­n y el abuso del poder, así como proteger y respetar las ideas y valores de las minorías.

La democracia es algo más que elecciones; es una forma de vida y un proyecto en construcci­ón permanente hacia un ideal de libertad, justicia, igualdad y dignidad humana; nunca morirá y siempre se intentará restaurarl­a donde haya sido agredida o interrumpi­da.w

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