Julio César, Cleopatra y Evita en la ópera
Cuando Häendel estrenó “Giulio Cesare in Egitto” hace 300 años –el 20 de febrero en el King’s Theatre, en Londresya era el más aclamado de los maestros musicales de esa época y de ese lugar, pero esta ópera significó su definitiva consagración. Häendel había llegado durante la década anterior al reino para contribuir el desarrollo de la ópera italiana y uno de los hitos fue la fundación de la Real Academia de Música. Si consideramos sus obras y sus repercusiones, tenía todas las características de una estrella pop. El éxito de “Giulio Cesar” fue inmediato, Häendel llegó a dirigirla casi 40 veces y enseguida se representó en Hamburgo y París. “Giulio Cesar in Egitto” pareció extinguirse un siglo más tarde de las programaciones de música clásica, pero resurgió a mediados del XX y hasta hoy es la ópera más representada de Georg Friedrich Händel. En nuestras salas, su aparición fue limitada: una puesta en el teatro Colón hace más de medio siglo (1968) con la dirección de Karl Richter –a quien la crítica europea no había tratado bien- y otra más renovadora de Pablo Maritano hace siete años, donde contó con un contratenor argentino de primera línea internacional, Franco Fagioli, en el rol de Julio César.
Otra de las programaciones audaces en el Teatro Argentino de La Plata, en 2010, que presentó Gustavo Tambassio trasladado la trama de Giulio Cesar a la Argentina de los 50, convirtiendo a Cleopatra… en Evita. Nuestro gran crítico Federico Monjeau destacó que, con esa representación, “el Argentino de La Plata llena una laguna un tanto inexplicable: es la primera vez en sus 120 años de historia que este Teatro produce una ópera barroca. Pero en este caso no se trata de una reconstrucción histórica; la apuesta del régisseur argentino Gustavo Tambascio es más audaz y, sin duda, más genuinamente barroca: no se busca reestablecer un verosímil (con todo lo verosímiles que puedan ser las cosas en el mundo de la ópera), sino activar el sistema de afectos y pasiones del barroco”. Posteriormente, Pablo Maritano, al presentarla en el Colón, definió a esta ópera como “política. Los elementos exóticos y cómos le dan el tono. Pero aún así, hay una sátira velada al absolutismo, consolidado en aquella época en Europa. Pero la obra analiza el binomio poderdeseo como una identidad indivisible. Generalmente, ambos atraviesan cada situación como una obsesión. Parafraseando a Oscar Wilde, recordamos su frase: “Todo en el mundo se trata de sexo, excepto el sexo. El sexo se trata de poder”.w