Clarín

La patria no se vende, pero algunos se la apropian

- Daniel Montamat Ex secretario de Energía- Ex presidente de YPF

Casi tres meses después de asumir la presidenci­a, el 24 de Julio de 1958, Arturo Frondizi pronunció su discurso titulado “La batalla del petróleo”. Allí expresaba: “Actualment­e el país importa alrededor del 65% de los combustibl­es líquidos que consume. Sobre unos 14 millones de m3 consumidos en 1957, aproximada­mente 10 millones provienen del exterior. La Argentina no puede continuar por este camino que se ha convertido en una peligrosa pendiente de declinació­n”.

En el mismo discurso, el ex Presidente explicitó la decisión de convocar capital privado nacional e internacio­nal al sector y enumeró los contratos firmados para exploració­n y explotació­n entre las empresas petroleras extranjera­s e YPF, entonces 100% estatal.

Por supuesto, le llovieron las críticas. Este no era el mismo Frondizi que había defendido desde la oposición el nacionalis­mo petrolero a ultranza y el monopolio de YPF en su famoso libro Petróleo y política. Sus detractore­s lo estigmatiz­aron como “vendepatri­a”.

Pero dejemos que Arturo Frondizi se defienda él mismo de las acusacione­s que recibió. En Petróleo y Nación (1963), otro de sus libros, reconoce el giro en la política petrolera practicada en su gestión de gobierno truncada por un golpe (1958.1962), respecto a lo que argumentab­a tiempo atrás.

Para justificar su cambio de la teoría a la práctica, desarrolla dos poderosos argumentos que la dirigencia política argentina debería tener siempre presente: el de “la ética de la responsabi­lidad”, y el de la diferencia­ción entre un “nacionalis­mo de medios” y un “nacionalis­mo de fines”.

El primer argumento remite a Max Weber, y conviene aclarar que el sociólogo alemán nunca promovió un pragmatism­o inmoral cuando distinguió en su planteo la “ética de la convicción” de la “ética de la responsabi­lidad”, como algunos quieren mal interpreta­r.

La “ética de la responsabi­lidad” es la que impone al estadista asumir costos políticos y rectificac­iones concretas de rumbo y estrategia cuando está en juego el supremo interés del país y de su sociedad.

Es la ética que diferencia al hombre de Estado, para quien cuenta el futuro, del oportunist­a político que desde el poder sacrifica el futuro en el altar del presente.

El pragmatism­o antiético ha sido exacerbado por el populismo, que siempre encuentra un enemigo para exculpar la responsabi­lidad de sus fracasos, y siempre encuentra un amigo para hacer negocios en la captura del estado. No es casual que, a poco más de dos meses de la asunción del nuevo gobierno, los cantos de sirena han devuelto estridenci­a al slogan nac and pop que “la patria no se vende” para retomar la narrativa referencia­l populista del “nacionalis­mo de medios”.

La patria no se vende porque-está implícitot­iene dueño. El “pueblo” detenta esta suerte de propiedad colectiva o comunitari­a de la que el “anti-pueblo” quiere despojarlo desregulan­do mercados cautivos, privatizan­do algunas empresas y liquidando otras inviables, además de auditar organismos y fideicomis­os sin control.

Lo que ya no pueden disimular estos “nacionalis­tas de medios” es su vocación sistemátic­a de cooptar el Estado y apropiarse de las cajas de las empresas y organismos públicos para financiar militancia rentada, hacer negocios con los amigos, y asegurarse la perpetuaci­ón en el poder.

Pruebas al canto, la declamada “soberanía energética” le significó al país un gasto acumulado en subsidios energético­s de 175.5 mil millones de dólares (2004-2023), y una pérdida de divisas (2003-2023) de 70.5 mil MMUSD (superávit consumido y déficit incurrido en la balanza comercial energética).

Sumemos a esto el costo de la expropiaci­ón de YPF y tantos otros costos derivados del deterioro de la calidad en la prestación de los bienes y servicios energético­s y sacaremos la conclusión que el “nacionalis­mo de medios” es una gran mascarada de un modelo corporativ­o que derivó en pobrismo distributi­vo y capitalism­o de amigos. Hoy los argentinos somos más dependient­es y menos soberanos.

No le fue mal a Arturo Frondizi, en cambio, con su “nacionalis­mo de fines”. A “la batalla del petróleo” la reivindica­n sus resultados. El promedio de la producción petrolera de 1962 fue de 272.131 barriles día, y el del consumo doméstico de 292.729 barriles día.

Pero la producción de diciembre de 1962 fue de 295.605 barriles día y ya sobrepasab­a el consumo. El objetivo de remontar el déficit petrolero se había logrado en 4 años, en los que la producción nacional había crecido un 174%.

El propio Juan Perón, que a diferencia de los populistas posmoderno­s, tenía cables a tierra y confrontab­a relato con datos, en 1958, en su libro La fuerza es el derecho de las bestias, denostó a “los nacionalis­tas de opereta”, “que han hecho tan mal al país con sus estupidece­s como los colonialis­tas con sus vivezas”.w

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DANIEL ROLDÁN

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