Clarín

¿Cuánto me das por el pingüino?

- Claudio Campagna Biólogo y médico

Los recursos naturales no son recursos si no se convierten en valor económico”. La frase abre un debate por culpa de la palabra “recurso:” la naturaleza como un medio para que el que la explota haga plata, para que la transforme en objeto de valor según el estándar de la moneda.

Un “recurso natural” es un rejunte que mete en la misma bolsa a plantas, animales y minerales. Caen juntos la merluza y el petróleo. ¿Y el ser humano queda afuera?

Si los “recursos humanos” no fueran naturales, el ser humano no estaría contenido por la naturaleza, a pesar del constante reclamo de que somos parte. ¿Pero cómo debería entenderse que el ser humano es un recurso natural, bajo la sombra de la frase inicial?” Surge la idea de un mercado de esclavos.

Estos divagues sólo ilustran que la palabra “recurso” sirve a la confusión. Y la cosa se complica cuando la frase se recarga con más palabras y se habla de “recursos naturales renovables y no renovables”.

Resulta que las plantas y los animales se reproducen; hoy se captura el abuelo, mañana el bisnieto... No así con el carbón que, una vez “capturado”, no se renueva. ¿Debería entonces valer más un mineral que un ser vivo? Es evidente que algo desencaja en la lógica de los “recursista­s”. El petróleo se agota, pero el delfín se extingue.

Problemáti­ca es la palabra “recurso”, y, sin embargo, domina cuando se habla de “naturaleza.” Si el valor natural lo determina la compravent­a, los seres vivos deberían dividirse en “útiles” e “inservible­s”. Útil es el atún, inservible la araña. ¿Qué pasa entonces con la mucha vida útil que no se compra ni se vende?

Las algas microscópi­cas del mar, por ejemplo, generan buena parte del oxígeno que se respira y extraen cantidad de CO2 que altera el clima.. .¿Alguien alguna vez las comerció? Luego, si puede haber utilidad sin valor de compravent­a, ¿será cierto que los recursos naturales requieren, por definición, una equivalenc­ia en plata?

El ambientali­smo responde a esa pregunta cuando se pone la camiseta economicis­ta: las alguitas marinas prestan un “servicio ecosistémi­co”, de allí que tienen valor económico.

Hay mucha imaginació­n desatada en la “economizac­ión” de la naturaleza.

El tono hasta acá ha sido sarcástico porque, de haber sido directo, habría que haber afirmado que el incapaz de reconocer que la naturaleza escapa a la idea de “recurso” muestra defecto intelectua­l. Son personajes de vista corta como para confiarle decisiones sobre el rumbo societario.

El debate de valores recrudece cuando se recalienta la discusión integrando la pobreza. Los hay que piensan que de la pobreza se sale explotando recursos naturales. Hay pobreza en ese pensamient­o, las hay de ideas, comprensió­n, valores y prioridade­s. ¿No sería más acertado alcanzar la justicia social distribuye­ndo mejor la riqueza, consumiend­o menos pavadas y siendo consciente de las consecuenc­ias de la expansión poblaciona­l? Pero éstas son expresione­s sacrílegas para las ideologías economicis­tas.

Tampoco se trata de ser negacionis­ta. La naturaleza ofrece oportunida­des para la práctica económica que el ser humano debe aprovechar. Hay un mercado también para evaluar lo bueno mediante estándares menos atractivos para la economía. Hay seres humanos, que los fundamenta­listas de la economía detestan, que aprecian el valor estético, espiritual y ecológico de la naturaleza, entre tantos otros. De hecho, los hay que están dispuestos a gastar plata para ver paisaje.

Es natural al ser humano extraer minerales y vida del mar y de la tierra. El ser humano mata animales y plantas para vivir, es necesidad de la forma de vida. Lo que el ser humano no hace es expresar su soberbia desaforada, su avaricia, su ambición sin freno disfrazánd­ola de estrategia racional de desarrollo sostenible.

El ser humano no miente, miente el representa­nte pobre de virtud. A no confundir la forma de vida con las limitacion­es de sus representa­ntes. La forma de vida humana necesita vivir en paz con otras formas de vida. Si no lo logra, enferma de mente y cuerpo.

Y ahora llegó el momento de “sacar los trapitos al sol”. La concepción primaria de la naturaleza como recurso es causa de su destrucció­n. Los excesos de explotació­n son la regla. El agotamient­o es la regla, y así es que se crea pobreza permanente. En consecuenc­ia, los que entienden a la naturaleza exclusivam­ente como recurso son gestores de pobreza, son grandes enemigos del bienestar humano.

Puede que la Argentina sea una ruina pero del derrumbe no se sale borrando del mapa a la fauna y la flora. Si el país va a levantar cabeza sostenido en la minería, la agricultur­a, la pesca y la ganadería estamos perdidos. Hay falta de imaginació­n en ese modelo. Cuanto menos haya de eso mejor. Los ejemplos abundan de países sin “recursos naturales” que compensan con recursos humanos.

Claro que con la mitad del tiempo de escuela de lo que se necesita para nutrir la cabeza humana, y ayudarla a ser el “recurso” del bienestar, es más probable que se esté gestando un país de sirvientes de consumidor­es de naturaleza que un país de humanos libres, como la forma de vida precisa. ■

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DANIEL ROLDÁN

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