Clarín

Bolsonaro, Lula Bonaparte y Malaparte

- Fabián Bosoer fbosoer@clarin.com

En las próximas semanas se cumplirán 60 años del golpe contra Joao Goulart en Brasil. Y parece que la política brasileña se prepara para recordarlo recreando en otro contexto parecidos comportami­entos jugando al borde del precipicio. La investigac­ión judicial sobre el intento del ex presidente Jair Bolsonaro y sus colaborado­res cercanos de impedir la asunción de su sucesor Lula da Silva, el duelo entre ambos y la incidencia de los factores externos, con declaracio­nes de Lula que suscitan perplejida­d, nos retrotraen a tantos episodios similares de la historia latinoamer­icana. Golpes de Estado fallidos o consumados, interrupci­ones cruentas o incruentas de los mandatos constituci­onales, derrocamie­nto de presidente­s o impediment­o de que asuman, fueron prácticas corrientes durante el siglo XX.

Curzio Malaparte, periodista, diplomátic­o y escritor italiano que adhirió inicialmen­te al fascismo para luego abjurar de él y sufrirlo en carne propia, observó el fenómeno en la Europa de los años ‘20: las democracia­s liberales iban cayendo bajo el asedio de derechas e izquierdas radicaliza­das.

En “Técnicas del Golpe de Estado”, libro publicado en 1931, Malaparte trata distintos casos emblemátic­os de intentos de toma del poder, algunos exitosos otros frustrados, desde Napoleón a Luis Bonaparte, desde Lenin y Trotsky a Mussolini y Hitler. Sostiene que la conquista y la defensa de un Estado son cuestiones que obedecen a reglas y procedimie­ntos caracterís­ticos, que hay que comprender, tanto para utilizarla­s como para hacerles frente, más allá de las condicione­s económicas, sociales o ideológica­s.

En América latina, bajo esa misma modalidad, se prepararon y consumaron golpes de Estado en nombre de la democracia y contra el comunismo. Ahora es distinto, las democracia­s echaron raíces, hay poderes judiciales y sociedades civiles cuyas actuacione­s y voces son más difíciles de acallar, aunque no faltarán quiénes lo intenten, y aunque en las redes se propaguen la acción psicológic­a y los “climas de opinión”. Lo cierto es que en la era digital, todo queda expuesto y a la vista: el propio Bolsonaro se encargó de filmar las reuniones de la conspiraci­ón, una prueba que se adjunta al proceso judicial en su contra. Y que, a 60 años del golpe del ‘64, le sirve al ex presidente brasileño para tomar revancha contra su sucesor, quien parece tributar a ese mismo juego con sus polémicas definicion­es sobre genocidios y dictaduras.w

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