Clarín

Mucho mundo por recorrer

- Daniel Ulanovsky Sack dulanovsky@clarin.com

Más de dos décadas atrás, Gabi Liffschitz una periodista que estaba enferma de cáncer, grave, y que partió a los 40 años, esbozó algo muy cierto: todos nos vamos a morir, lo que yo tengo es una fecha. Gabi no era mi amiga, pero la había conocido cuando escribió una nota sobre su enfermedad en “Latido”, una revista que yo dirigía. Sus palabras todavía me repiquetea­n, quizás cada vez más. Seguro que por la edad.

Sí, todos nos vamos a morir. Imagino que tener la certeza -por un problema terminalde­be ser desasosega­nte. Ya ocurre a cuentagota­s cuando uno sólo se acerca al tiempo en el que aparecen enfermedad­es y los adioses son más usuales que las bienvenida­s. Estoy bien de salud -por un sortilegio cuesta decirlo en voz alta- y tengo que ponerle freno a mis iniciativa­s: salto de ilusión en entusiasmo con proyectos nuevos que intento llevar a cabo. Pero sé que en un momento las cosas pueden cambiar.

Ese subibaja recorre mi piel, ahí radica la paradoja de envejecer. Las coordenada­s reflejan el mismo asombro ante el amor, la deslealtad o -vayamos a lo nimio- ante un viaje o el aroma de una antigua nueva receta. No conozco aún la sensación del dolce far niente -me deprime si es más de un día- o de sentarme a la sombra a ver la juventud pasar. La juventud soy yo en mi fuero recóndito. ¿Por cuánto tiempo? Ahí se produce el desfase con el que convivo.

Mi fórmula es sencilla: hay sinos inevitable­s que no alientan la pelea. Mientras tanto, queda mundo por moldear -sí, todavía-y tener alguna primera vez. Les cuento algo: a mis 50 años, yo que había sido bastante sedentario, empecé a correr. Me encantó. Me permitía poner la mente en blanco y resetear. Rodillas mediante, ya lo hago menos pero no lo abandoné. Sigue siendo sinónimo de vida. ¿Una última frontera? Para nada. Ahora, después de tantísimo tiempo, vaya cambio, logré tener una parrilla en casa, con terraza incluida. Estoy contento. Quiero volver a los asados que hacía de chico con mi abuelo. Y pienso: ¿existirán los restaurant­es de carnes a puertas cerradas, algo así como un speakeasy a la leña? Agradezco ideas.

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