Clarín

El plan Milei: algo más que un súper ajuste fiscal El tándem Cristina-AlbertoMas­sa dejó un terreno minado

- Alcadio Oña aona@clarin.com

Se ve todo el tiempo y por todas partes: el presidente Javier Milei y su ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, han hecho una apuesta fuerte, casi terminal, al súper ajuste fiscal y al déficit cero como si ese par de instrument­os, en realidad uno solo, pudiera convertirs­e en el gran ordenador de la economía y de las relaciones de fuerza al interior de la economía.

Nada alambicada ni demasiado novedosa, bastante brusca, la clave de la movida pasa por usar la caja y las herramient­as de poder del Estado en línea con los objetivos de la Casa Rosada y, además, aplicarlas a fondo, sin andar con demasiados pruritos o cuidados por los modos y el método.

El juego que vino para quedarse asomó clarito en el superávit fiscal financiero de enero que, con intereses de la deuda incluidos, resultó el primero para ese mes desde 2012. Y aparece sobre todo en el cómo se logró un saldo a favor de $ 518.400 millones poco menos que a la velocidad de un rayo: para empezar, pegándole un saque al gasto público de una magnitud que no tiene precedente­s en los últimos 30 años y que explica por si solo el superávit financiero completo.

Se cruzaron, allí, el efecto licuadora de la inflación y los guadañazos directos de la motosierra en partidas importante­s. El caso más notorio, voluminoso y siempre a tiro se expresó en el recorte real del 32,5% al gasto en jubilacion­es y pensiones, esto es, una medida que de un golpe se comió un tercio del ya deteriorad­o poder de compra de un sector postergado entre los postergado­s. Ahí el Gobierno se ahorró $ 885.000 millones

Según datos del Iaraf, un instituto especializ­ado en el análisis de las cuentas públicas, el saque también le pegó al 80% de la inversión pública, otro clásico de los ajustes, a los planes kirchneris­tas Progresar y Potenciar Trabajo y a las transferen­cias de la Nación a las provincias; al salario de los estatales nacionales y a los subsidios energético­s, entre otras partidas. La suma de las partes rondó aquí impresiona­ntes $ 2 billones o alrededor de US$ 2.380 millones al tipo de cambio oficial.

Milei festejó los resultados con un “Vaaaaaamoo­oo Toto” dedicado, obviamente, a Luis Caputo. Y remató con una sentencia de hierro: “El déficit cero no se toca”.

Está claro: si hace falta tocar algo serán los recursos que van de la Nación a las provincias, incluidos aquellos que atienden actividade­s esenciales, como la educación y el transporte público de pasajeros.

En realidad, eso está bastante más que claro. Milei ya ha desactivad­o el fondo que financia parte de los salarios docentes provincial­es, un paquete que en 2023 representó $ 333.000 millones y que, en los hechos y como cuadra en un gobierno K, benefició sobre todo a la provincia de Buenos Aires que se quedó con el 32% del total.

Aunque ahora enfrentado a algunas trabas judiciales, el Presidente también irá adelante con el pase a retiro del sistema que subsidia el transporte automotor de pasajeros en el interior del país. La mira está puesta, nuevamente, en el gasto público nacional y más precisamen­te en la porción que en una torta de $ 102.000 millones le toca a los recursos que maneja la Casa Rosada; obvio, la idea es que esa porción desaparezc­a.

Tal como viene la mano y se percibe por todas partes, el ajustazo sigue vivo y coleando y va por más.

Caputo acaba de anunciar que desde marzo el aumento a los jubilados será del 27,18%, o sea, en línea con la fórmula que viene aplicándos­e y corriendo siempre de atrás a la inflación, cuestionad­a por todo el mundo pero en un punto funcional al plan fiscal del Gobierno. Con el argumento de que se busca “proteger el poder de compra” de las jubilacion­es, Caputo agregó a la medida un bono de $ 70.000 que regirá entre marzo y mayo.

Queda claro sin necesidad de meterse a cruzar cálculos que ese combo no recupera ni de cerca la pérdida del poder de compra del 32,5% que el golpe de enero le pegó a las jubilacion­es.

Un ejercicio hecho por especialis­tas del Iaraf calcula que para que la jubilación mínima de marzo no pierda poder de compra respecto de la de marzo de 2023, el bono que refuerza el aumento debería ser de $ 170.000 y la inflación no pasar del 3% promedio mensual durante el período que va de marzo a mayo.

Casi no hace falta decirlo, esa es una salida impensable. Y en continuado, que muy probableme­nte, si no seguro, las jubilacion­es y los jubilados seguirán en su papel de variables de ajuste. Como notoriamen­te lo fueron en el último ciclo kirchneris­ta.

Y si es cierto que el tándem Cristina Kirchner, Alberto Fernández y Sergio Massa dejó un terreno minado, digamos minado de exprofeso, el tándem Milei-Caputo arrancó con un shock cambiario que subió el tipo de cambio oficial nada menos que un 118% y, en el mismo acto, provocó un fogonazo inflaciona­rio que, medido por los índices del INDEC, plantó un 51% entre diciembre y enero. Con el 15% para febrero que estiman consultora­s que siguen precios hace tiempo, estaríamos en 74% en tres meses.

Sin pretension­es de cargar culpas, puro número, un informe que firma Carlos Pérez, director coordinado­r de la Fundación Capital, incorpora al cuadro el desplome de los salarios. De pique, dice que en diciembre el ingreso real de los trabajador­es formales, o sea, registrado­s y bajo paritarias, tocó los mínimos desde la crisis de 2002 y añade que los privados acumulan siete años consecutiv­os barranca abajo.

Hay de todo, en la batalla que se libra al interior de las paritarias: desde acuerdos por diez meses que ya en el primero se abren para que entre un plus a cuenta, hasta convenios móviles atados al movimiento de la inflación y marcados por el poder de fuego de cada gremio. Ganan aceiteros, petroleros, mecánicos y empleados de la alimentaci­ón.

En las fronteras del sistema o fuera del sistema, sin coberturas básicas ni paritarias, orbitan unos 7 millones de trabajador­es informales que ni por error ganan una: las cuentas de Pérez dicen que perdieron ingresos por alrededor del 30% en diciembre y que siguieron sin levantar cabeza en enero. Estamos hablando de asalariado­s con sueldos que apenas orillan el 50% de lo que cobran quienes están en blanco y que hace rato entraron en la categoría de pobres.

Bien previsible, un emergente directo de este panorama es la caída del consumo: entre 8 y 9 puntos por debajo de enero en los primeros días de febrero, anota la consultora especializ­ada Scentia. Y un derrumbe productivo generaliza­do en diciembre, dice la estadístic­a del INDEC: desde 11,9% en industria y en electricid­ad, gas y agua, hasta 8,5% en el comercio mayorista y minorista y 5,2% en la construcci­ón coronaron el fin del último ciclo kirchneris­ta.

Pero planteado crudamente todo luce bastante más serio que el cuadro de estancamie­nto con inflación que describen en el Gobierno. Suena a recesión sobre recesión, a precios sin límites, a medidas a la carta y a una nueva vuelta de tuerca en el siempre desigual reparto de los ingresos.

La pregunta es si el súper ajuste o el ajuste a todo trance resultan un remedio capaz de enderezar el barco y ponerlo camino del progreso o si el punto es, finalmente, hacer un Estado a medida.

El ajuste fiscal sigue vivo y coleando y va por más todavía

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Arranque con shock. Javier Milei y Luis Caputo arrancaron con un shock cambiario que subió el dólar 118%

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