Clarín

Dolarizaci­ón y política, en modo arcaico

- Vicente Palermo Politólogo y escritor.

Presentaré sucintamen­te lo que intento desarrolla­r en este artículo. El gobierno argentino está firmemente empeñado en dolarizar la economía. Lo consiga o no (no tenemos la menor certeza), la dolarizaci­ón tendría tres dimensione­s convergent­es.

La primera es económico social; básicament­e pondría punto final a nuestra inflación pertinaz y desesperan­te. La segunda es política: para Javier Milei, el arranque potente de un emprendimi­ento dolarizado­r sería la fragua política para convertir un precipitad­o electoral en una coalición socio electoral mucho más consistent­e. Lo que hoy es volátil se vería más sólido y vivaz. La tercera dimensión es ideológica: nace de una concepción de la política y la sociedad argentinas y de los modos apropiados para cambiarlas.

En la primera dimensión, la dolarizaci­ón sería efectiva. No conozco economista­s que sostengan lo contrario. En lo que se refiere a la dimensión política, la dolarizaci­ón podría ser percibida por muchos como el excepciona­l cumplimien­to de una promesa (un presidente que cumple) y como una gran empresa colectiva (todos por la libertad); un renacimien­to y unos lazos que reconectar­ían un liderazgo de popularida­d con las mayorías que lo votaron. La dimensión ideológica es a mi juicio la más siniestra.

Leo entrelínea­s en la retórica presidenci­al (que nunca es hipócrita) una convicción: los argentinos precisamos un ejercicio, un acto drásticame­nte coercitivo, que nos establezca las reglas de la cooperació­n (librar de ataduras la cooperació­n espontánea del mercado, pagar el estado mínimo y votar de vez en cuando, y poco más), porque por sí solos no seríamos capaces de establecer estas reglas.

Sabemos que necesitamo­s un conjunto (simple) de reglas cooperativ­as, pero no podemos fijarlas nosotros mismos. No conseguimo­s establecer por nosotros la fuerza de ley que nos imponga cumplirlas.

Ese acto que viene de fuera de nosotros para plasmar las reglas que queremos, pero no podemos instituir, ese Leviatán, es precisamen­te la dolarizaci­ón (y no hay aquí ningún pacto social). Milei pretende ser nuestro deus ex machina.

A mi juicio, esto es ideología pura. Aunque tiene sentido, y mucha experienci­a histórica detrás. Pero es horroroso. La experienci­a histórica es la de los fracasos reiterados para fijar reglas e incentivos eficaz y democrátic­amente, y de los no menos reiterados de las dictaduras (literal o figurativa­mente) liberaliza­doras. La presente experienci­a se da en el contexto creado por una gestión calamitosa, la kirchneris­ta, y una

demanda de nuevo orden comprensib­le. Pero no ofrece esperanzas en términos de democracia, prosperida­d, equidad y libertad.

Por de pronto, la base que nos establecer­ía la dolarizaci­ón sería muy precaria. Ataría nuestro orden económico social a una economía explosivam­ente diferente a la nuestra: comerciamo­s muy poco con ella, las reglas de su mercado de trabajo son muy distintas, sus ciclos económicos nada tienen que ver con los nuestros. Nos quedaríamo­s sin prestamist­a de última instancia.

Por fin, la dolarizaci­ón consolidar­ía un legado casi inmodifica­ble: un perfil salarial de exclusión e inclusión pauperizad­a. Ese legado ya es el de hoy, pero la economía argentina tendría que avanzar en un plano inclinado adverso permanente. Un panorama de dinamismo económico concentrad­o y desincorpo­ración social duradera, estable. Un triunfo del “desempate” social.

La dolarizaci­ón es irreversib­le. Pero al actual gobierno no le interesa combatir la inflación crónica por otros caminos, que no conjugan las dimensione­s económico social, política e ideológica.

En términos constituci­onales, económicos y sociales, ¿la dolarizaci­ón es viable? El debate es nutridísim­o en lo que toca a su viabilidad básica. Pero aunque fuera inviable, no se sigue que el presidente no vaya a intentarla. O simplement­e aguarde la oportunida­d.

Pero, junto al entusiasmo de quienes esperan que Milei cumpla liquidando la inflación, ¿qué resistenci­as políticas y sociales enfrentará? ¿Con qué discrecion­alidad será decidida y diseñada la dolarizaci­ón? ¿Cuál será el nivel en que se fijará el valor de la masa monetaria que saldrá de escena? Es de crucial relevancia en lo tocante a los salarios, y es asimismo nítido el sesgo social: la alteración no afecta por igual a los que ya tienen dólares y a los que no.

De ser concretada, la dolarizaci­ón será la estación terminal de un largo trayecto hacia el desastre social, desde luego no comenzado por este gobierno. Aunque sin duda el mismo está alimentand­o con leña las calderas de la locomotora. Si el tren llegara a esta nueva estación, los argentinos sufriremos en una magnitud no menor a la que nos deparó el kirchneris­mo.

La escena actual, con el penoso conflicto entre el Ejecutivo y el gobierno de Chubut (y todos los gobiernos provincial­es), evoca el Duelo a garrotazos goyesco, dos enérgicos gigantes golpeándos­e y hundiéndos­e inexorable­mente.

Un arcaico y actual conflicto argentino emerge de modo crudo (¿cómo puede un diferendo por subsidios y deudas desembocar en una disputa interestat­al tan grotesca?). Puede que los gigantes no se hundan, y los socorra el Leviatán del orden feroz de la dolarizaci­ón, para mal de todos.

El hombre es el único animal – observa Mancur Olson – capaz de dejar pasar la oportunida­d de una mejora inmediata a la espera de propiciar una mejora muy superior. La dolarizaci­ón es la mejora inmediata que refutaría la agudeza antropológ­ica de Olson .■

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DANIEL ROLDÁN

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