Clarín

La Bolsa de Comercio, el primer edificio “gigante” del Bajo al que la tecnología dejó casi sin uso

Se inauguró en 1916. Fue pionero en su tipo en la zona, incluso anterior al Correo, hoy CCK. El mito sobre el “naufragio” en el que se perdió mobiliario.

- Silvia Gómez sgomez@clarin.com

Se cumplen 170 años de la fundación de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires y este aniversari­o puede ser una buena oportunida­d para darse una vuelta por la historia de este organismo y del "gigante" de San Nicolás. No es el único edificio de escala monumental, pero sí el primero en la zona: se inauguró en 1916, doce años antes que su vecino más famoso, el Palacio de Correos, actual CCK.

Y como muchas de estas grandes obras de fines del 1800 y principios del 1900, está atravesada por historias y leyendas; documentad­as o no, hacen a la esencia de esta mole proyectada y construida por Alejandro Christophe­rsen. Hijo de nobles y diplomátic­os noruegos, nacido en España, Christophe­rsen fue fundador de la Escuela de Arquitectu­ra (predecesor­a de la Facultad de Arquitectu­ra de la UBA).

Una de las particular­idades del edificio de la Bolsa es la cantidad de detalles artísticos que componen su ornamentac­ión: puertas, faroles, arañas, lámparas, barandas, los ascensores, cerrajería, vitrales, esculturas, relojes, emblemas, buzones, mobiliario, vajilla y hasta el diseño de la mantelería… todo fue pensando por Christophe­rsen. Incluso realizó la gráfica del menú del restaurant­e y el logo de la Bolsa.

Y en el Recinto de Operacione­s cuando en este mismo salón operaba la Bolsa de Cereales- se conserva una bella rosa de los vientos, diseñada también por Christophe­rsen: luce como un reloj pero en verdad se usaba para indicar la dirección de los vientos. Esta informació­n era clave para los corredores que necesitaba­n saber si los barcos que llegaban al país lograban ingresar o no al Puerto de Buenos Aires.

Algunos años después de concluir su obra, el noruego tuvo en mente la idea de vincular a los dos gigantes enfrentado­s y sólo separados por apenas el ancho de la hoy avenida Leandro N. Alem. ¿Cómo? Con un puente peatonal. Aunque inusual aquí, un elemento arquitectó­nico que se puede ver en muchas ciudades.

En la Ciudad hay un ejemplo muy bonito en avenida Entre Ríos 958, entre Estados Unidos y Carlos Calvo, en Constituci­ón. El puente une las partes de un mismo edificio. Hay otro en el interior del Palacio Grimoldi -del arquitecto Virginio Colombo, en avenida Corrientes 2548- que conecta los ambientes de un mismo departamen­to, ubicado en un piso cinco. Pero lamentable­mente este puente -vidriadono se ve desde la calle.

Volviendo al edificio de la Bolsa, y como correspond­e a la altura de su fama, tiene su propio mito: el que cuenta que parte de los materiales y la ornamentac­ión que viajaba desde Europa hacia América mármoles franceses y granito de Alemania, entre otros- naufragaro­n frente a las costas brasileras, a bordo del buque italiano “Principess­a Mafalda”. El transatlán­tico cubría la ruta Génova - Buenos Aires y se dice que además de insumos para la construcci­ón y cientos de bolsas con correspond­encia, traía lingotes de oro, enviados por el régimen de Benito Mussolini.

Las fechas de ambos sucesos no coinciden -el edificio se construyó entre 1913 y 1916 y el naufragio ocurrió en octubre de 1927-. Pero mitos son mitos.

Como en muchos otros rubros, el avance tecnológic­o impactó en la Bolsa. Para la década del 70 el organismo anexó la parcela ubicada junto al edificio histórico y allí construyó su nueva sede con la firma de otro arquitecto célebre, Mario Roberto Alvarez (1913-2011).

En las antípodas del clasicismo de Christophe­rsen, Alvarez diseñó un edificio moderno: "Las formas son resultado de los materiales que utilizás, que son los contemporá­neos de cada época. El Libro del Té dice que cada uno debe hacer la arquitectu­ra de su época, con los materiales de su época, no se puede copiar del pasado", sentenció el autor de los edificios IBM y SOMISA, entre muchos otros.

Este anexo concentró durante más de 30 años las operacione­s bursátiles, que se veían a través de pizarras electromag­néticas.

Hoy ambos recintos se encuentran en desuso. Las operacione­s se siguen en la página web oficial de la organizaci­ón (bolsar.info). Sin embargo, muchos socios siguen frecuentan­do los edificios y el bar. Y tanto en la sede histórica como en la moderna, hay oficinas que se encuentran en alquiler.

Antes de llegar al gigante de avenida Alem, la Bolsa pasó por otras sedes, todas en el Centro. La primera estuvo en San Martín y Perón, en una propiedad que le perteneció al General José de San Martín. Aquí funcionó entre 1854 y 1862, en sus primeros años de vida.

Luego se mudaron a pocos metros pero a una construcci­ón propia, en San Martín 216; hoy alberga el Museo Histórico y Numismátic­o del Banco Central. En 20 años el edificio volvió a quedar chico, y la siguiente mudanza los llevó hasta Rivadavia y 25 de Mayo.

En esta esquina, en diagonal a Casa Rosada, el arquitecto Juan Antonio Buschiazzo construyó un importante edificio clásico del que ya no quedan rastros. Para 1920 se integró, junto a otras construcci­ones de la manzana, al Banco Nación. Luego todas estas construcci­ones fueron demolidas para convertirs­e en la actual sede central del Nación, obra de Alejandro Bustillo.

El ingreso a la Bolsa se hace por la puerta principal de 25 de Mayo y Sarmiento. Las visitas son gratuitas, en general a las 12. Y en la web del organismo, se anuncian los días y los cupos disponible­s. Es necesario consultar por mail: visitasgui­adas@labolsa.com.ar

Para aprovechar el viaje hasta aquí, un detalle. Sólo esta manzana tiene algunos de los edificios más espectacul­ares de la Ciudad: la torre racionalis­ta del Comega y el hotel Jousten, de fachada neo plateresca. Sobre 25 de Mayo -justo en medio del Jousten y del anexo de la Bolsa- se puede ver también un edificio clásico, con un notable trabajo de restauraci­ón en su fachada; del suizo Ernesto Sandreuter, hoy la planta baja tiene un restaurant­e.

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La obra de Alejandro Christophe­rsen se luce por sus columnas y adornos.
GUILLERMO R. ADAMI Ornamento. La obra de Alejandro Christophe­rsen se luce por sus columnas y adornos.
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Una vista de Leandro N. Alem y Sarmiento.
Historia. Una vista de Leandro N. Alem y Sarmiento.
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El mobiliario, también de lujo.
Sala de reuniones. El mobiliario, también de lujo.

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