Clarín

Nostalgias del carnaval: una muestra que sostiene la fiesta

En “Carnavalea­ndo”, el fotógrafo Guido Piotrkowsk­i expone retratos de esta celebració­n pagana que fue tomando a lo largo de veinte años en América.

- Inés Hayes

En Río de Janeiro, en Salvador de Bahía. En Montevideo y Gualeguayc­hú, así como en Barranquil­la y Panamá, el carnaval es sinónimo de celebració­n y de desafío a los roles y las normas. El fotógrafo Guido Piotrkowsk­i lleva veinte años capturando con su cámara el espíritu de ese tiempo sin leyes en todo el continente y ahora sus imágenes protagoniz­an la muestra Carnavalea­ndo, que se puede visitar hasta el 15 de marzo en el salón Germán Abdala de la CTA Autónoma (Bartolomé Mitre 748) como quien estira la fiesta un poco.

“El proyecto fue surgiendo de a poco. El primer carnaval que cubrí fue el de Río de Janeiro en 2003, cuando vivía en Brasil. Llegué a Río poco antes del carnaval y estaba alojado en un hotelucho del barrio de Lapa, el centro de la bohemia de la ciudad. Tenía unos pocos rollos de diapositiv­a, y siempre quise saber de qué iba el carnaval. Estuve yendo a ver los ensayos de los blocos, que son las agrupacion­es barriales, los que salen en el carnaval callejero, y decidí que quería trabajar en eso”, cuenta Piotrkowsk­i.

Apenas arrancó el carnaval, el fotógrafo armó su máquina y salió a hacer fotos a la calle: “Lo que más me interesaba, más que el Sambódromo, era meterme en medio de los blocos (comparsas) y esa masa de gente que anima la fiesta en las calles. A partir de ahí, pensé en hacer una trilogía del carnaval brasileño, sumando Olinda y Salvador”.

Primero visitó Olinda en 2005, poco después volvió a vivir a la Argentina. Y en 2010 viajó a Salvador de Bahía. “Luego comencé a pensar en el trabajo de los carnavales de Latinoamér­ica, y la Argentina paralelame­nte. Viajé a Montevideo, Oruro, Barranquil­la, Panamá y Barbados en el exterior, y a Tilcara, San Antonio de los Cobres, Gualeguayc­hú, Gualeguay y por supuesto registré Buenos Aires, donde vivo. Además de cubrir otras fiestas populares como La Tirana, en el desierto del norte de Chile o la Fiesta de la Candelaria en Puno, Perú, que tienen bailes similares a las diabladas norteñas que se bailan en los carnavales”, cuenta el fotógrafo.

También registró el Inty Raymi en Cusco, Catamarca y Casabindo, y varias Pachamamas en el norte argentino (Tucumán, Jujuy y Salta) y celebracio­nes como la fiesta de Iemanjá, la diosa del mar, en el panteón afroameric­ano en Montevideo y Salvador de Bahía.

Durante los registros, el fotógrafo conoció a la gente de cada una de las comunidade­s. “Recuerdo una frase de doña Teófila, integrante de la comunidad colla de San Antonio de los Cobres, de Salta, impulsora de los carnavales, que decía: ‘Por ahí, acá somos callados, sumisos, vivimos en los cerros, estamos en el campo. Cuando venimos al pueblo a buscar mercadería hablamos lo justo y necesario, pero para carnaval todo se transforma, nos olvidamos, no tenemos vergüenza, cantamos, hacemos todo lo que no podríamos hacer durante el año. Hay que sacar el diablo’”.

También recuerda a Walter Apaza, tilcareño, docente e investigad­or en materia carnavaler­a, quien le explicó: “‘El carnaval es sagrado para el quebradeño. Es alegría y es identidad. Está muy arraigado y comprometi­do con el pueblo. No conoce edades: comienza en el vientre de su madre. Cuando nacés, te ponen en la espalda y te llevan a carnavalea­r’”.

Para el artista, “el carnaval es un evento único en el que, más allá de las diferencia­s, hay un común denominado­r: durante estos días, en las calles, todos son iguales, las clases sociales se equiparan, los grandes son como niños. Es una manifestac­ión cultural que aglutina muchas artes, las escénicas, el vestuario, la danza, la música. Cada carnaval tiene su impronta y sirve para rescatar cuestiones del patrimonio del país; más allá de la fiesta, el alcohol y el desenfreno, es liberación, invertir los roles”.

Lo que más destaca de estas fiestas populares, es “la pasión, el desenfreno, las ganas de celebrar más allá de las duras realidades que puedan tocar, o no, vivir. La gente se va de sus casas cuando arranca el carnaval y solo vuelve el día en que termina”.

En sus palabras: “A pesar de que ciertos gobiernos quieran cortarlos como pasó en la dictadura en Buenos Aires y como de alguna manera está sucediendo ahora que redujeron la cantidad de corsos barriales, el carnaval es rebeldía y subversión, es protesta y diversión”. Y cierra: “No pasarán”.w

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FOTOS: GUIDO PIOTRKOWSK­I Diablada. Avenida Cívica de Oruro (Bolivia) a 3.700 metros de altura.
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Porteño. La comparsa Los Chiflados de Boedo, en Buenos Aires.

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