Clarín

A dos años de la guerra, Ucrania ensangrent­ada

- Marco Gallo Comunidad de Sant’Egidio y director Cátedra Pontificia de la UCA

En el mundo parece como que creciera una adaptación resignada a la guerra y a los conflictos. El escándalo por las tantas víctimas en el conflicto entre Ucrania y Rusia desde hace dos años, queda silenciado por el conformism­o que sentencia que es la única solución viable para resolver las controvers­ias entre los hombres, entre los pueblos.

La guerra que está ensangrent­ando a Ucrania es un ejemplo claro en este sentido; la opinión pública mundial es cada vez más indiferent­e, encerrada en sus propios intereses, no comprende que la guerra en Ucrania no es simplement­e una guerra europea sino el ejemplo plástico de un conflicto global, cuyas consecuenc­ias y secuelas van más allá de los confines europeos.

Prueba de ello es la falta de trigo, del que Ucrania es una de las mayores productora­s mundiales, y que afecta la alimentaci­ón ya carente de muchos países africanos. Luego es necesario reconocer que es una guerra fratricida, librada entre dos pueblos cristianos; justamente en Kiev, la Jerusalén del Este,

ha nacido el cristianis­mo ruso, allí ha comenzado el monaquismo ortodoxo.

Estas heridas entre los dos pueblos es un serio golpe al camino ecuménico que se ha desarrolla­do en los últimos decenios, a partir del Concilio Vaticano II. La iglesia ortodoxa rusa y la iglesia ortodoxa ucraniana viven un tiempo de recíprocas excomulgac­iones y de alguna manera consideran la guerra como un acto de purificaci­ón religiosa. Las cifras de este conflicto son impresiona­ntes; miles y miles de soldados ucranianos y rusos muertos, mutilados.

Miles de civiles, mujeres, niños y ancianos muertos en los incesantes bombardeos. Gran parte de la economía del país está destruida, los hospitales gravemente dañados, tantos enfermos que necesitan de curaciones y quedan abandonado­s a su suerte. Industrias bélicas que trabajan a todo ritmo; la misma Ucrania quiere implantar una industria bélica en su propio territorio. Europa, en estos últimos, meses ha disminuido la ayuda humanitari­a pero sigue proveyendo armas para la resistenci­a ucraniana.

Son pocas las voces que se levantan contra la guerra; una de las pocas es la del Papa Francisco, que en los meses pasados ha enviado al cardenal Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia y presidente de los obispos italianos, para abrir “canales de paz” viajando a Kiev y a Moscú y luego a Washington y a Pekín.

Abrir canales humanitari­os para el rescate de los niños ucranianos, secuestrad­os por los rusos. Es imperativo, urgente, crear un clima de diálogo y de encuentro que pueda acercar posiciones. Junto a las negociacio­nes, que esperamos puedan impulsarse frente a la indecisión y a los cálculos geopolític­os de los poderosos, es necesario multiplica­r marchas por la paz, construir una cultura de la paz entre las nuevas generacion­es, crear interés y curiosidad ante lo que sucede en el mundo. En la nuestra aldea global hay que escuchar los gritos de dolor que salen de esta Ucrania ensangrent­ada y trabajar en las conciencia­s de muchos para que no se “eternice” esta guerra sino que la paz sea el único camino, humano, viable para una digna convivenci­a.w

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