Clarín

La Argentina emocional

- Martín D’Alessandro Politólogo, profesor de Ciencia Política, UBA

En los últimos meses, la Argentina está entrando en una nueva fase emocional. Javier Milei ganó las elecciones más por el enojo del electorado que por sus propuestas de antiestati­smo extremo.

Desde el triunfalis­mo exultante del ballotage agita una nueva grieta. Y luego de la derrota del proyecto de “Ley ómnibus” en la Cámara de Diputados, señaló con furia a los “extorsiona­dores”, “delincuent­es”, y “rapiñadore­s” que no estuvieron de acuerdo con algunos incisos de los más de tresciento­s artículos que tenía finalmente el proyecto.

¿Estamos ante un verdadero cambio profundo y cualitativ­o de la Argentina, o sólo bajo los efectos de una tormenta emocional? En otras palabras, el triunfo de Milei ¿es una consecuenc­ia o es una causa de la (eventual) derechizac­ión de una parte de la sociedad argentina?

La pregunta no es trivial, porque puede ocurrir que muchos ciudadanos se identifiqu­en con un partido o con un candidato no por sus posiciones políticas sino, por ejemplo, porque están enojados, para recién luego aceptar las opiniones de ese partido o ese candidato.

Si este fuera el caso, no estaríamos ante una panderecha ideológica del 56% del país, sino ante un fenómeno basado en otras razones, y probableme­nte mucho más volátil.

Siempre vale la pena recordar que la política argentina no ha estado organizada sobre la base de posicionam­ientos ideológico­s (derecha e izquierda) sino de identidade­s (básicament­e, peronistas y no peronistas) cuyas diferencia­s ideológica­s reales (por ejemplo, respecto del rol del Estado, la redistribu­ción o la asistencia social) no han sido demasiado grandes.

Por lo tanto, es probable que lo más distintivo del apoyo a Milei sea más la búsqueda de un liderazgo nuevo, de una gestión diferente, o de una alternativ­a frente al hartazgo, que un completo realineami­ento con los ideales libertario­s.

Ya en 2015 varios intelectua­les se apresuraro­n a diagnostic­ar un “giro a la derecha”. Con el triunfo de Milei ese dictamen está siendo recalculad­o, pero quizás también ahora haya que examinar todavía con más detenimien­to lo que está ocurriendo.

Así como el kirchneris­mo no fue tanto un giro a la izquierda como un giro a unas emociones con perfume mercadoint­ernista, quizás ahora hay un nuevo giro de la misma tuerca de las emociones, pero con notas de libre mercado para todos y todas.

Lo más novedoso, entonces, es la emocionali­dad que inunda a una parte importante de la dirigencia no kirchneris­ta. El propio Milei es una víctima permanente de sus propias emociones, y esa inestabili­dad está contagiand­o a muchos.

El PRO, por caso, nunca había sido de una derecha extrema. Aunque superficia­l en su visión del mundo, jamás había tenido posiciones públicas de reivindica­ción de la dictadura ni había condenado la justicia social.

Al contrario, en su momento utilizó ampliament­e al Estado para la redistribu­ción y la asistencia. Pero este partido, que se jactaba de su sentido común, estaría decidiendo un acuerdo con Milei, al menos para fusionar sus bancadas legislativ­as.

¿Se está sacando la careta ideológica o se está subiendo a la ola de las emociones? La disyuntiva en la que se encuentra trae nuevamente la pregunta de qué cosa es el PRO. Si es solo antikirchn­erismo (más empresaria­l con Macri, más emocional con Bullrich), quizás ahora crea que Milei es hoy el núcleo de la fuerza de gravedad antikirchn­erista, y con eso le basta para zambullirs­e de lleno y sin atenuantes en ese limitado horizonte.

Habiendo fracasado en la gestión, que era su mascarón de proa, el PRO se recostaría ahora en las emociones como base y disparador de apoyo político. Así, la idea de “el cambio” se repite como un mantra, es todo o es nada, no hay matices ni explicacio­nes.

Las consecuenc­ias de la pirueta político-pasional que implicaría este acuerdo no son positivas para la construcci­ón de una democracia madura. JxC, que era una coalición racional, moderada y centrista, ahora se divide al mejor estilo binario entre los “argentinos de bien que quieren un cambio” y la “casta corrupta que sostiene el statu quo”. De hecho, ya se alzan algunas voces, hasta hace poco impensadas, que argumentan que los buenos fines que vendrían con “el cambio” justificar­ían la omisión de los medios democrátic­os y legales.

El PRO, que nació y creció como la antítesis del populismo, busca la simbiosis con un gobierno que es tan polarizado­r (y por lo tanto, tan populista) como los gobiernos kirchneris­tas.

¿Dónde están las conviccion­es de moderación y republican­ismo de Macri y Bullrich? ¿Las tuvieron alguna vez? Además de haber hundido a la coalición, que era el instrument­o político, ahora fogonean la división de sus bases, del electorado republican­o de centro que se oponía al kirchneris­mo pero no emocionalm­ente ni, por lo tanto, a cualquier precio. Cuando los moderados abdican, y sus intelectua­les los justifican, aumentan sin remedio la pérdida de confianza en la democracia y la erosión de sus institucio­nes.

En cambio, la discusión racional, el fortalecim­iento de la democracia y la posibilida­d de lograr alguna política de Estado son posibles sobre la base de intereses y preferenci­as de políticas públicas, pero no de emociones y confrontac­iones viscerales.

Todavía es difícil saber qué nos está pasando, y mucho más es avizorar qué nos pasará. La verdadera luz al final del túnel de la democracia es que todavía quede alguna dirigencia política capaz de levantar, aunque sea un poquito, la mirada. ■

 ?? DANIEL ROLDÁN ??
DANIEL ROLDÁN

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina