Clarín

San Martín, al exilio

- Luis Vinker lvinker@clarin.com

Un 10 de febrero, hace exactament­e dos siglos, José de San Martín embarcó en el navío francés Le Bayonnais junto a su hija Merceditas. Remedios de Escalada, su mujer, había muerto el 3 de agosto del año anterior y la niña había quedado bajo el cuidado de su abuela, Tomasa de la Quintana. El destino de la nave era el puerto francés de Le Havre y luego de dos meses de viaje, San Martín se trasladó enseguida a Londres, instaló a su hija en el Hampstead College y permanecie­ron hasta fin de año, antes de fijar residencia en Bruselas. “Dentro de una hora parto para Europa con el objeto de acompañar a mi hija para ponerla en un colegio en aquel país y regresaré a nuestro país en todo el presente año, o antes si los soberanos de Europa intentan disponer de nuestra suerte”, le escribió el Libertador al coronel Federico Brandsen, en lo que sería la última carta conocida antes de la travesía.

San Martín jamás volvió a pisar nuestro suelo, aún cuando intentó un retorno a principios de 1829: bajo el nombre de José Matorras y en el vapor Conttes of Chichester, estuvo cerca de desembarca­r. Las noticias del país al borde de la guerra civil, incluyendo el fusilamien­to de Dorrego, lo desalentar­on. Fue el último intento.

Las campañas libertador­as, ya conducidas por otros líderes, también concluyero­n en aquel año clave de 1824 con las batallas de Junín y Ayacucho. La última intervenci­ón pública de San Martín fue su renuncia como Jefe Supremo de Perú, el 20 de septiembre de 1822, poco después de la entrevista de Guayaquil con Bolívar. Gestionó –y le concediero­nuna pensión peruana para su estadía en Europa.

De aquel período que abarca desde sus renunciami­entos hasta su viaje hay múltiples teorías. Tenía algunas propiedade­s y proyectos de instalació­n por aquí (Mendoza, la Banda Oriental) pero hay múltiples testimonio­s de que nunca quiso intervenir en la política interna, cuyos destinos se decidían en los enfrentami­entos armados. La grieta de aquellos tiempos. También a San Martín le alcanzaba la animosidad, el resentimie­nto y la envidia propia de la vida pública. Ni siquiera su gesta militar, ni los resultados de su epopeya, que cambió el destino de un continente, conseguían mantenerlo a salvo

Cuatro años antes, también el padre de su esposa Remedios le avisó a San Martín: “Hijo mío y muy amado que tanto esplendor das a mi casa, a pesar de tantos enemigos envidiosos que aquí tienes...”.w

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