Clarín

Una zona de contrastes y manteros

- Ignacio Sala

Entre paradas de colectivos, taxis y comercios, rodeando postes de iluminació­n de la avenida Ramos Mejía, hay montones de basura. Algunos hombres y mujeres revuelven las bolsas. Es la postal que podría verse desde las ventanas del hotel Sheraton o desde los edificios de Libertador y Juncal. Todo eso, lujo y estrechece­s, es Retiro.

Juan Carlos tiene un puesto de flores y sahumerios. Con acento guaraní, dice: “Acá está tranquilo, pero allá la movida es otra”, y señala el camino de la avenida Ramos Mejía hasta la terminal de micros.

Esther, vecina del barrio Mugica, es peruana y aquí siempre trabajó en la calle. Tiene un puestito de diarios, revistas, libros y algunas fundas para celulares. “Hay días que me voy con mil pesos a casa. Nada”, se lamenta.

Retiro repite su historia una y otra vez. Así como la feria de Perette funcionaba hacia cinco años, sobre las veredas de las estaciones los manteros fueron desalojado­s ya varias veces. Pero vuelven.

Flavia y Daiana, promotoras de una financiera, preguntan al cronista si tiene trabajo en blanco y si desea un préstamo de cinco o seis millones de pesos. Las cuotas no pasan los 50 mil. ¿Cuánto demandaría cancelarlo? “No me hagas hacer la cuenta”, dice Daiana.

El ajetreo es fuente para todo. Mientras hombres y mujeres de traje, ropa impecable, caminan por la Plaza Fuerza Aérea Argentina, donde está la Torre Monumental, las barandilla­s de una escalera hacia el subte C son el respaldo de un grupo de manteros que escapan de la mirada de los inspectors: en una manta común exhiben pavas viejas, cassettes, libros, utensilios, alguna que otra prenda.

A metros, un joven muestra un cartel: “Tengo hambre, por favor ayudame, gracias”.

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