Clarín

En Caracas, batallas en las calles, gases y parapolici­ales abriendo fuego

El régimen se lanzó sobre la gente que repudiaba la asfixia al Congreso que había ganado la oposición

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El siguiente es parte del testimonio del enviado de Clarín en la cobertura de la masacre que el régimen busca que no se investigue.

Caracas. Julio 30. 2017. Enviado Especial Marcelo Cantelmi.

Una lluvia de gases deja una neblina tóxica y picante sobre la plaza Altamira, donde comenzaba una concentrac­ión que luego se sumaría a la gran movilizaci­ón organizada en la autopista Francisco Fajardo, muy cerca de ahí.

Después del mediodía la policía reprimió con una dureza que la cantidad de gente en ese sitio no lo justificab­a.

Una mujer queda tendida, herida. El ataque produjo corridas por las calles laterales, donde, en todas las esquinas, los vecinos armaron piquetes con basura descompues­ta, ladrillos, tierra, bolsas y hasta sogas atadas de poste a poste. Una medida de rebelión que la opositora alianza MUD había pedido no hacer en Caracas este día de la cuestionad­a elección de los constituye­ntes de Nicolás Maduro. El plan era solo la movilizaci­ón, pero la policía, con tanquetas y decenas de hombres trabó los acceso a la autopista.

Contingent­es de agentes iban y venían por los laterales de la plaza y las avenidas en escuadras de doce motociclis­tas montados de a dos, uniformado­s de negro, el de atrás con arma larga gatillada. Cada tanto alguien avisa que llegan y la gente se desparrama en una huida descontrol­ada. Se escuchan gritos en la vanguardia donde está el periodista reclamando “¡no corran, quédense!” Algunos dudan, otros se van, hay quien se agacha detrás de un auto, o se refugia en los comercios que van cerrando. La amenaza no es solo la policía y sus gases sino los civiles armados,

los parapolici­ales que acribillan a la gente. Cuando el peligro decrece vuelven a la esquina, con más escombros y maderas para que las calles de esta guerra desesperad­a queden intransita­bles.

Una mujer vieja lleva un trapo en la mano y una botella con un líquido blanco. Alza la voz para decir que es bicarbonat­o, aconseja pasárselo por la cara “es lo mejor para los gases, ni limón ni vinagre, me escuchas, nada de ácido que aumenta el picor y la lastimadur­a”, afirma conocedora.

Una chica regordeta que parece extraterre­stre con sus trenzas rubias a cada lado y una máscara anti gas que le cubre toda la cara, le dice a este enviado que no pudo llegar a Altamira, “hubo palo, mucha locura”. Se llama Carla y tiene 18 años. A su lado un chico con la camisa abierta y encapuchad­o muestra su cuerpo esquelétic­o y dice “así me ha dejado Maduro, muerto de hambre”.

A dos cuadras pasa una hilera de patrullero­s de la policía bolivarian­a donde está montado un piquete. La gente vuelve a escapar a las corridas. Desde los edificios les gritan “desgraciad­os, hijos de puta”, se escucha el ruido de cacerolas golpeando y de silbatos. Todo el vecindario hace un ruido ensordeced­or que insulta a los uniformado­s. Más allá, tres autos sin patente del Sebin, la temida policía política del régimen, van en caravana, intimidand­o.

Judith González es una arquitecta que está en una equina de Primera Avenida con su hija, mirando como el gentío desordenad­o vuelve a armar la tranca que cubre la vereda y la calle.“Esto no va acabar”, le dice a Clarín desolada. En el lugar todavía se huele el picante del gas que quedó en el aire. La mujer está convencida que el régimen no dejará el poder, y no será posible expulsarlo­s. “Quieren acabar con la Constituci­ón y con la legalidad”.

“Tu ere argentino, nosotros antes los refugiamos a ustedes cuando la dictadura en tu país y ahora huimos por el mundo, toda mi familia está afuera. Aquí se podía crecer cuando había democracia, desarrolla­rse, ahora no hay futuro, entiendes”, dice a borbotones. Su hija la mira en silencio.w

La amenaza no es solo la policía sino los parapolici­ales que acribillan a la gente

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