Una multitud desafía a Putin en el funeral de Navalny
El gobierno ruso quería una ceremonia privada para evitar manifestaciones. Gran despliegue policial alrededor de la iglesia donde se hizo la despedida.
El entierro del científico, disidente político y Premio Nobel de la Paz Andrey Sájarov en 1989 fue uno de los momentos clave del fin de la Unión Soviética, cuando decenas de miles de moscovitas se echaron a la calle para darle su último adiós en un desafío al poder que ya declinaba y abría las puertas de una democracia que fue imperfecta y que duró muy poco. Ayer, miles de personas se reunieron desde primera hora de la mañana, con un frío glacial, en una iglesia ortodoxa del sudeste de Moscú para desafiar al presidente Vladimir Putin y celebrar el sepelio de Alexei Navalny, el disidente muerto en circunstancias sospechosas en una colonia penitenciaria cerca del Círculo Polar Ártico). Era el hombre que más dolores de cabeza generó al autócrata del Kremlin en la última década, el último disidente lo suficientemente conocido y apreciado por los rusos para significar una verdadera amenaza para Putin, que buscará una nueva reelección este mes.
Las autoridades habían hecho todo lo posible para evitar estas imágenes. El gobierno, según había denunciado la madre de Navalny (su esposa vive en Berlín por temor a sufrir la misma suerte que su marido si vuelve a Rusia), le obligaba a elegir entre un entierro en secreto o enterrarlo en la misma prisión en la que había muerto.
Putin no quería un símbolo o un lugar de peregrinaje en Moscú. Pero la madre de Navalny no cedió y por alguna razón el Kremlin sí. El rito funerario se celebró finalmente en una iglesia ortodoxa del barrio del Marino, en Moscú, donde había vivido Navalny. Según el rito cristiano ortodoxo, el cuerpo fue expuesto en un féretro abierto antes de ser enterrado en el cementerio de Borissovo, lo suficientemente cerca para ir a pie desde la iglesia.
Dos horas antes del sepelio había, según mostraban las imágenes que difundían las agencias, largas colas de miles de personas para rendir homenaje a Navalny. El despliegue policial era también enorme y se había informado que se habían colocado cámaras con sistemas de reconocimiento facial, una forma de dar a entender que cualquier que fuera al sepelio podría ser puesto en una base de datos. Cualquier cosa para evitar lo que finalmente sucedió, que miles de personas se acercaran a la iglesia.
Algunos de los pocos medios independientes rusos que quedan, como Meduza y Sota, contaban a media mañana que la policía estaba arrestando a personas que habían ido en los últimos días a poner flores en la conocida como “Piedra Solovetski”, el monumento que homenajea la memoria de las víctimas de la represión política durante el período soviético y que se usa ahora para poner flores por los disidentes a Vladimir Putin que acaban muertos, como Navalny, que no es el primero.
Las autoridades también anunciaron que se arrestaría a toda persona que participara en cualquier tipo de manifestación política, aunque las agencias de prensa contaron que desde la larga fila se oyeron cánticos de “Putin asesino” y “Rusia sin Putin”.
Al funeral acudieron varios diplomáticos, como la embajadora estadounidense Lynn Tracy, el francés Pierre Lévy y el alemán Graf Lambsdorff, así como embajadores de otros países europeos.
La llegada del cuerpo de Navalny a la iglesia se vivió con aplausos y gritos de “tú no tenías miedo y nosotros no tenemos miedo”. A la salida se lanzaron flores sobre el féretro y se oyó cantar “Rusia será libre”. La ceremonia en la iglesia había durado apenas media hora. Los pocos periodistas occidentales que pudieron entrar, como un corresponsal del diario francés Le Monde, contaron que el rostro de Navalny estaba “gris y deformado”. ■
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