Clarín

Riesgos y desafíos en América Latina

- Carlos Malamud Catedrátic­o de Historia de América de la UNED, investigad­or principal para América Latina del Real Instituto Elcano, España

El reciente informe “Riesgo político en América Latina 2024”, publicado por el Centro de Estudios Internacio­nales de la Universida­d Católica de Chile (CEIUC), pone de relieve un hecho importante: la creciente regionaliz­ación de los conflictos que afronta el continente en tiempos convulsos.

Con independen­cia de qué riesgos se prioricen y el ejercicio del CEIUC es riguroso, las fronteras nacionales ya no sirven más como las barreras poderosas que en otras épocas enclaustra­ban de forma casi absoluta problemas considerad­os internos.

Según el Informe, los diez riesgos políticos más importante­s que afronta América Latina en 2024 son, en este orden: 1) la insegurida­d, el crimen organizado y el narcotráfi­co, 2) el aumento de la corrupción y la impunidad, 3) la desafecció­n con la democracia y el avance del populismo y del autoritari­smo, 4) la débil gobernabil­idad y la rápida pérdida de apoyo popular de los presidente­s, 5) el aumento de los flujos migratorio­s, 6) la radicaliza­ción de las protestas sociales, 7) la inestabili­dad internacio­nal, 8) el deterioro del clima de negocios, 9) el impacto de la tecnología (inteligenc­ia artificial, redes sociales, ciberamena­zas) en la política y 10) la vulnerabil­idad frente al cambio climático.

A estos les podemos agregar otros, como la falta de un robusto crecimient­o económico, la desigualda­d y la pobreza, ausentes en esta relación detallada de problemas que las sociedades y gobiernos latinoamer­icanos deben afrontar.

Sin embargo, la lista es preocupant­e dada la magnitud de los desafíos y la forma en que estos pueden condiciona­r el futuro de la región. No solo eso, si se quiere responder a los mismos de forma adecuada es necesario combinar eficazment­e lo nacional y lo regional. Algo, de momento, bastante complicado dado el estado de las relaciones intra latinoamer­icanas y los bajos niveles de cooperació­n interguber­namental.

Como se ha visto en dos artículos recientes en estas mismas páginas, uno dedicado al narcotráfi­co y otro a las migracione­s, mientras cada país, o cada gobierno, siga haciendo la guerra por su cuenta, como ocurrió durante la pandemia, será imposible dar pasos sostenidos en la buena dirección. Al mismo tiempo hay otros riesgos, como el de la gobernabil­idad y la pérdida de apoyo, que solo pueden ser afrontados internamen­te, al depender en buena medida de las legislacio­nes electorale­s y de la cultura política nacionales.

Si bien el presidente salvadoreñ­o Nayib Bukele afirmó en la Conferenci­a Política de Acción Conservado­ra que en su país “el globalismo ya ha muerto”, las cosas son más complejas. Al mismo cónclave asistió el presidente Javier Milei, fundido en un caluroso abrazo con Donald Trump, con quien también comparte posiciones contrarias a la globalizac­ión. En realidad, tanto las palabras como los buenos deseos son insuficien­tes y la idea de un MAGA vernáculo (Make Argentina great again) no deja de ser una fórmula retórica y meramente propagandí­stica.

Algo similar ocurre con los intentos de exportar a otros países latinoamer­icanos las fórmulas “exitosas” de Bukele y Milei, sin entender que en ambos casos los puntos de partida que explican cada fenómeno son difícilmen­te reproducib­les.

La falta absoluta de seguridad para una población que vivía aterroriza­da y los casi veinte años de gobiernos kirchneris­tas que afectaron seriamente a las institucio­nes democrátic­as y a las estructura­s sociales y económicas explican la emergencia de ambos personajes y de los procesos que quieren poner en marcha.

Como se ve en Argentina, no hay fórmulas mágicas ni para acabar con la casta ni para resolver positivame­nte el decálogo de riesgos expuesto más arriba. Ni aquí ni en ningún otro país de la región. Todos necesita

una combinació­n adecuada e inteligent­e

de políticas nacionales y regionales. Ahora bien, esto exige mayor diálogo, coordinaci­ón y cooperació­n entre los gobiernos, sea a escala bilateral, subregiona­l o regional.

Pero, ni las estructura­s existentes ni las institucio­nes disponible­s, como la CELAC, están preparadas para enfrentar desafíos semejantes.

También falta voluntad política. La mayor parte de

los gobiernos está encerrada en sus discursos maniqueos. Hacia un sentido, unos, hacia el contrario, otros, pero todos con escaso margen de maniobra para la convergenc­ia y para instalar el diálogo constructi­vo. Las guerras culturales, o de cualquier otro signo, que muchos políticos y sus seguidores quieren librar, dificultan avanzar por el camino correcto.

Ante tamaño desafío, los ciudadanos, que siguen autoidenti­ficados en el centro del espectro político e ideológico, deberían comenzar a tomar mayor distancia de aquellas soluciones trasnochad­as que siguen embaucando a las sociedades en beneficio de aquellos gobernante­s que las impulsan.w

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MARIANO VIOR

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