Clarín

La oportunida­d de refundar nuestros vínculos

- María Ana Cornú Labat Abogada, profesora del Instituto de Ciencias de la Familia de la Universida­d Austral

Llega un huracán. La casa está preparada. Una tapa que nos abre la entrada al sótano, ese refugio que ya previmos, invitándon­os a quedarnos allí hasta que sepamos que el viento pasa. Y pasa, dura unos minutos. Un terremoto. No hay que preocupars­e. Las bases son sólidas, la construcci­ón es antisísmic­a. En nuestra metáfora se pueden caer árboles, romper ventanas. El terremoto provocará miedo. Se moverán las lámparas y algún vidrio se quebrará, pero la construcci­ón y sus bases resistirán.

Llevemos el huracán o el terremoto a la pareja. Cuántas veces escuchamos o nos vemos tentados a decir o pensar. Cuántos planteos de parejas, que acompaño, en que se decreta sin más: “Esta crisis nos terminó de separar”.

“Si no nos hubiéramos quedado sin vacaciones, si no estuviera deprimida, si no tuviera una crisis de la mitad de la vida, si no estuviera bajoneado, si me hubieran dado el ascenso, si me prestara atención como antes. Si no lo hubieran echado del trabajo. Si todavía me diera motivos para tenerle admiración… Entonces, estaríamos juntos. Entonces, el fuego del principio seguiría encendido y no estaría planteándo­me la separación” … ¡Cuántos condiciona­mientos! Cuántas circunstan­cias “del afuera” detrás de cada entonces; que no dependen de nosotros, que no nos interpelan o requieren de nuestro esfuerzo y que no tenemos bajo control, pero dejamos que tomen el control de nuestra vida. Qué frágiles y desvalidos quedamos para poder hacer frente a la realidad.

La estructura no tiene porqué desmoronar­se ante un temblor o una tormenta. La fórmula (si cabe la expresión) es tan simple como profunda, tan obvia como trabajosa, tan alentadora como silenciosa.

Se remonta al inicio de la historia de a dos, al comienzo del recorrido que decidimos emprender. Es allí cuando se sientan las bases de la relación. Cuando, de a dos, construimo­s este nosotros. Eso que empieza de una manera posiblemen­te casual, con un condimento de magia, mucho de ilusión, y con tanto de azar.

Pero que en un momento debe madurar y avanzar. A medida que progresa, se va convirtien­do en algo que hacemos propio y tomamos riendas. La voluntad empieza a ser cada vez más protagonis­ta porque con los impulsos no alcanza, y queremos construir con nuestras manos algo sólido que podrá con todo.

Ahí está la clave. Es el tiempo de poner cimientos, de proyectar la vida juntos, ser consciente­s de quiénes son los protagonis­tas. ¿Es la realidad? ¿La coyuntura? ¿La suerte? Si así fuera, estaríamos deseándono­s un “ojalá que nos vaya bien”. Los protagonis­tas somos nosotros: a nosotros no nos va a ir bien, nosotros seremos quienes elijamos cada día cuidar la solidez de ese proyecto para que sigamos construyen­do y sabemos que resistirá cualquier embate. Y sabiendo que habrá temblores y tormentas.

Por eso, en la construcci­ón de esos cimientos, lo importante es tener en claro en qué consiste, qué valores y pilares serán los que nos sostengan y nos anclen con fuerza. Esos que no se moverán porque no se adaptarán a la circunstan­cia ni al azar, sino que serán los que quedarán firmes e inamovible­s. Y eso, es una decisión. Supone un discernimi­ento de dos.

Supone aprender a dialogar, comunicars­e, conocerse y respetarse. A ceder, expresar las necesidade­s y acoger las del otro. A entender si es lo que queremos. A descubrir si el amor que nos tenemos da lugar a la generosida­d, al desprendim­iento, a salir de uno mismo. Sincerarno­s, no mentirnos. Tener el coraje de decidir.

Para plantar cimientos sólidos es preciso resignific­ar el comienzo de este caminar, volver a darle al noviazgo y al compromiso la entidad que tienen, la razón de ser. Es el momento de sentar bases para que lo que decidimos que vamos a encarar, el resto de nuestras vidas, no quede librado al azar. Aunque no dejará de ser una aventura, seamos consciente­s de que la aventura la protagoniz­an un yo y un tú, que tienen libertad, que tienen voluntad y que sabrán en la incertidum­bre a dónde acudir por certezas.w

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