Clarín

Milei en el país de Benjamin Button

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

El hombre conoce muy bien la zona. Allí, al barrio Las Tunas, en General Pacheco, provincia de Buenos Aires, fue donde lo llevaron veinticinc­o años atrás, a punta de pistola, y a bordo de su propio auto, cuando lo asaltaron dos hombres mientras iba camino a su trabajo, en una fábrica de la zona. Zafó porque el auto se les paró y, llave en mano, los ladrones salieron corriendo para internarse en la villa. Tener un duplicado de esa llave le permitió a la víctima poner el vehículo en marcha y lograr escapar del lugar.

Un cuarto de siglo después, el hombre decidió revisitar el sitio en el que salvó su vida de milagro. “Lo primero que pensé - cuentaes que si alguien quisiera conocer la miseria y la desidia debiera hacer ese tour: mugre, calles semirrotas, sin cloacas, gente deambuland­o como zombies. Al cabo de más de dos décadas, ni siquiera está igual; está peor, mucho más deprimente y más triste”. Confiesa que por su cabeza desfilaron los políticos, sindicalis­tas, gobernador­es y compañía que “en todos estos años no fueron capaces de hacer algo por mejorar la calidad de vida, dar empleo trabajando en infraestru­ctura, en construir viviendas, en capacitar de verdad, en enseñarles que con esfuerzo, trabajo y dedicación se puede ir mejorando”.

“Lamentable­mente -sigue- creo que la visión de todos ellos fue 'hago la mía, me llevo toda la que puedo, total esta gente está acostumbra­da a vivir así, y por un plancito, chori y birra vienen, nos aplauden y nos apoyan”. A pesar de la bronca y la tristeza, quiere creer que algo pueda empezar a cambiar, aunque no tenga claro todavía si la salida propuesta por el presidente Javier Milei en su discurso del viernes puede llegar a buen puerto y, mucho menos, cuáles serán los costos, su enorme preocupaci­ón.

El estado de ánimo y sus dudas son, hoy por hoy, las de millones. Es un hombre de la democracia y en sus institucio­nes y en sus métodos confía. Pero con idéntico desencanaq­uellos

El 83% dice que a los funcionari­os y gobernante­s no les importa lo que piensa la gente común.

to y el mismo desaliento, son cada vez más los que empiezan a renegar de un sistema que, sienten, no está dando las respuestas adecuadas, en una situación que las demanda cada vez con más desesperac­ión.

Lo comprobó un estudio del Pew Research Center: apenas un 31% de los argentinos se siente satisfecho con la democracia, frente al 67% que manifiesta su insatisfac­ción. La caída es muy grande: 10 años atrás, se sentía satisfecho un 57%. En 2017, sólo el 17% apoyaba “a un líder fuerte que pueda tomar decisiones sin interferen­cia judicial o legislativ­a”. El año pasado, esa cifra trepó 10 puntos, llegó al 27%, y dejó al país en el quinto lugar entre donde más creció el respaldo a un tipo de gobierno de estas caracterís­ticas.

Si bien un promedio del 29% considera como una muy buena forma de gobierno aquella en la que representa­ntes elegidos por la ciudadanía elaboran las leyes y un 38% lo ve como bueno, para un 24% se trata de algo un poco o muy malo.

Quizás sea otra de las respuestas la que con mayor claridad describa este momento: un abrumador 83% dice que a los gobernante­s y funcionari­os no les importa lo que piensa la gente común.

Todo se acelera a una velocidad vertiginos­a. Pero como en el caso del protagonis­ta del filme Benjamin Button, el reloj parece girar al revés, correr para atrás. El deterioro crece a la par del escepticis­mo. Son muchas las oportunida­des que se rifaron y parecen pocas las que quedan. ¿Habrá por fin una clase política ahí, de un lado y de otro, dispuesta a dejar de pensar en su metro cuadrado para ocuparse de un país entero?

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