Clarín

Un poema de ocho brazos

- rgarzon@clarin.com Raquel Garzón

Un poema puede ser el territorio donde barajar relaciones impensadas. El lienzo para poner un alfabeto y un pulpo a nadar juntos, por ejemplo, y mirar dónde nos llevan. Sucede en uno de los 85 textos que integran Platón y asalariado­s, del escritor español Pablo López Carballo, quien inventa para el molusco un abecedario de ocho vocales con las cuales entretener­le cada brazo. Así, el poemario, publicado por Pretextos y presentado recienteme­nte en Madrid, usa materiales sencillos (naturaleza, ternura, intuicione­s) para renovar nuestra percepción del mundo, contrastan­do cotidianid­ad y disrupción.

Hagamos la prueba. “El pulpo inaugura alfabeto/ de ocho vocales. Con su ritmo/ arcaico se oculta de seres/ que dimitieron del mar hace tiempo. / Sigue pesando la luz y midiendo/ la altura de las estaciones. / Desde el día que comenzó a llover/ se encoge dentro de su sombra. / Con las ventanas corrige / los excesos del mar para que la tierra/ no detenga sus vueltas.”

López Carballo incluye este poema en la sección “Retratos”, que grafica el modo en el que el autor se asombra, abraza lo real, lo pinta con palabras y lo deja ir, invitando al lector a continuar el juego. La dramaturga mexicana Brenda Escobedo lo leyó en viaje. “De repente el tren frenó en seco y yo sentí que el pulpo había dejado de hacer su parte para que la tierra siguiera girando”, contó durante la presentaci­ón, en diálogo con el autor. Leer el libro, sostuvo, “es como ir de la mano de un ciego: no impone nada, pero te hace relacionar­te de otro modo con las cosas de todos los días”.

La poesía propone percibir a contra rutina. Llama a detenerse en la riqueza de las imágenes; a pensar si hemos entendido lo que quiere contarnos (¿cómo “pesa” la luz el pulpo? ¿de qué ventanas habla el poema?). “Los poemas no dejan claro a quién ser retrata; dan cuenta más bien de la dificultad de retratar. El trabajo de la poesía es cuestionar y abrir”, apuntó Guillermo García Morales, copresenta­dor del poemario.

Ese tanteo curioso y atento a la imposibili­dad de expresar lo que se escapa respira en las páginas. A tal punto, que López Carballo decidió nombrar el libro con un verso que no incluyó (“me gusta y sentí que funcionaba”). Darle el título a la persistenc­ia de un resto, como un recuerdo que llega de lejos, abre una intriga fugitiva. Actúa lo que nos hace sentir: la emoción de una huella que tiembla en la arena. ■

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