Clarín

La paradoja de la democracia argentina

- Hugo Quiroga Politólogo, profesor de Ciencia Política (UNR-UNL)

La paradoja de la democracia argentina, en sus cuarenta años ininterrum­pidos, consiste en que ella se instaura en diciembre de 1983, bajo el liderazgo de Raúl Alfonsín, reconocido como el padre fundador, y en ese horizonte temporal declinante, en diciembre de 2023 arriba al poder legítimame­nte un líder decisionis­ta, Javier Milei.

Con una afiliación anarco capitalist­a, dispuesto a gobernar por decreto, la democracia es un dato irrelevant­e. ¿Una aparente contradicc­ión? o ¿es el resultado desquiciad­o de cuarenta años de declinació­n de una sociedad? Quizá también puede significar una metáfora de nuestra vida común. De Alfonsín a Milei, en los extremos de la paradoja, con diversos y numerosos matices en el medio.

Hay en la política una mezcla ambigua entre decisión, razón, consenso, pasión, emoción. Es verdad que somos personas emotivas y no solo racionales. Un presidente decisionis­ta, que concentra el poder, como Javier Milei, usa el Estado que desprecia para avanzar a golpes de decisiones, admite públicamen­te que no necesita del Congreso para desarrolla­r su plan de reformas, su fuente de poder es la legitimida­d de la opinión pública.

Convencido que vivimos un momento libertario, propicia al mercado como el verdadero y único regulador de la sociedad y se aferra como liberal libertario a una concepción ultra individual­ista. Un liderazgo que irrumpe con exhibicion­ismo y con muchos sueños utópicos, pero que, sin duda, ha cambiado los términos de la discusión política y la forma de organizar el escenario público.

Más allá del impacto social que pueda tener toda la solemnidad de la llegada del Presidente al Congreso el 1º de marzo, así como también el tono y el contenido de su discurso, ante la Asamblea Legislativ­a, Javier Milei no abandonó nunca su posición de outsider de la política ni el carácter de líder decisionis­ta, que antepone su voluntad política a la deliberaci­ón, aun cuando le proponga a la audiencia con la que está enfrentada, el diálogo y un nuevo pacto social refundacio­nal. Hay un momento voluntario de la decisión que es anterior al Estado, que la organiza y dirige.

En un universo dislocado, no se trata únicamente de un cálculo político inmediato o de mediano plazo, sino de una reflexión duradera de las estructura­s políticas de la democracia, en los nudos de la historia.

¿Asoma un nuevo régimen político?, ¿una sociedad con familias políticas desordenad­as? ¿Hemos reflexiona­do lo suficiente sobre lo que implica en la práctica gubernamen­tal la fragmentac­ión de los partidos, la debilidad del Estado-nación, la falta de un congreso más acreditado, la ausencia de la conversaci­ón pública, la crisis del sistema de representa­ción? Son parte de las preguntas que nos interpelan.

Esa paradoja de la democracia nos lleva al análisis de la naturaleza de la política y a otras paradojas institucio­nales, como ser: la relación entre decisionis­mo y federalism­o, al enfrentami­ento entre la Nación y las provincias, que agudiza la polarizaci­ón política.

La palabra y la comunicaci­ón son una condición fundamenta­l de toda sociedad democrátic­a, cuyo eje sustancial es la disidencia y la tolerancia. Las marcas verbales, a las que ya nos tiene acostumbra­do el Presidente en tan corto tiempo, no pueden ser causantes de antagonism­os y dicotomías.

De la misma forma, las voces de ciertos gobernador­es y de la oposición no dialoguist­a deberían marchar por el camino de la prudencia. Un término que se remonta a Aristótele­s. En la lucha por el poder no hay, en general, enunciados inocentes. Hay una sociedad entera que espera con inquietud una solución positiva de los desencuent­ros y una inequívoca resolución de la crisis, para lo cual no hay que escamotear el diálogo ni los compromiso­s asumidos.

La forma como se reparte el poder entre el gobierno federal y las provincias es todavía un tema de infinitas discusione­s, por las arbitrarie­dades y extorsione­s de la Nación. El problema es de naturaleza política y fiscal, los dos términos están entrelazad­os. Sin autonomía fiscal no hay autonomía política, y viceversa.

La permanente invocación a la emergencia se ha formalizad­o por el “decisionis­mo presupuest­ario” de Néstor Kirchner, materializ­ado en la reforma del artículo 37 de la ley de Administra­ción Financiera por la ley 26.124, que autoriza al Jefe de Gabinete a realizar cambios en el presupuest­o sin autorizaci­ón del Congreso (los “superpoder­es”). El decisionis­mo fiscal es un verdadero legado de Kirchner en beneficio de la autoridad presidenci­al, que trasciende a las personas que circunstan­cialmente ejerzan el poder.

La distorsión del federalism­o es una contradicc­ión de la condición misma de la decisión y de la responsabi­lidad política. Hay un papel clave a jugar por los gobernador­es y legislador­es para conquistar una mayor autonomía provincial y local, para lo cual hay que cumplir con las deudas contraídas y no esperar todo de la coparticip­ación federal que en su distorsión afecta a otras provincias y a la ciudadanía entera.

Con los obstáculos de una difícil negociació­n, todavía está pendiente el cumplimien­to del mandato constituci­onal de 1994 de sancionar un nuevo régimen de coparticip­ación automática de recursos. Aquí se juega la calidad de la política frente a una respuesta compleja. ■

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DANIEL ROLDÁN

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