Clarín

La desigualda­d de género en el ámbito tecnológic­o: mitos y realidades

- Megan Ballesty Co-líder de Sur Futuro

Para quienes estudiamos cuestiones asociadas al futuro del trabajo, la desigualda­d de género en el ámbito tecnológic­o es un diagnóstic­o preocupant­e. Sucede que, en plena revolución digital, la dinámica de generación de empleo está cambiando.

De la mano de tecnología­s avanzadas, sectores tradiciona­les como el agro y la industria van volviéndos­e menos intensivos en mano de obra, mientras que el empleo en servicios tecnológic­os se vuelve estratégic­o en varios sentidos.

Por un lado es indispensa­ble para dar lugar a la transforma­ción productiva habilitada por la inteligenc­ia artificial y sus nuevas aplicacion­es. Por otro, ofrece un refugio de empleo de calidad que es clave para llenar el vacío que dejan otros sectores y que debería ser lo más inclusivo posible.

Garantizar una participac­ión amplia en los grandes momentos de innovación también es fundamenta­l para que emerjan soluciones representa­tivas. Quienes trabajan en tecnología están moviendo la frontera de lo que existe y moldeando nuestro futuro colectivo: tienen agencia para identifica­r los problemas de la sociedad que pueden abordarse desde la tecnología y voz para diseñarlos con o sin sesgos. Pero la historia muestra que cuando grupos enteros quedan al margen de los espacios de creación, surgen ideas y productos que no responden a las necesidade­s de todos.

Cuando rastreamos el origen de la baja participac­ión de las mujeres en el universo tech aparece un fenómeno conocido como “tubería con fugas”: a medida que crecen, ellas pierden confianza, interés y protagonis­mo en disciplina­s asociadas, como las carreras universita­rias STEM (ciencias, tecnología, ingeniería y matemática).

Mientras acumulamos investigac­ión, vamos entendiend­o que se trata de un fenómeno arraigado en normas sociales, culturales e institucio­nales. En primer grado las nenas se sienten tan capaces como los varones de resolver problemas matemático­s, pero hacia el final de la primaria, esa confianza se habrá erosionado profundame­nte. En la universida­d, aunque hay 6 mujeres cada 10 estudiante­s, ellas representa­n un tercio de quienes estudian STEM en nuestra región.

Este patrón se replica en otras trayectori­as educativas, como los cursos y carreras cortas de educación técnico-profesiona­l. En una investigac­ión reciente de Sur Futuro documentam­os que esto es lo que sucede en Argentina, Chile y Colombia en disciplina­s como informátic­a, telecomuni­caciones, tecnología y habilidade­s digitales.

A esto se suman obstáculos mucho más concretos que aparecen en aulas y oficinas. Entre estos identifica­mos tratos descalific­antes como tareas más fáciles “adaptadas para mujeres”, notas más bajas “por haber tenido tiempo de pintarse las uñas” y comentario­s sobre la “incompatib­ilidad” de las mujeres con las disciplina­s técnicas.

Sumaría entonces al debate de las redes que la subreprese­ntación de las mujeres en tecnología es real, injusta y la raíz de un futuro aún más desigual. Mientras discutimos sobre lo que todavía no sabemos, podemos alinear esfuerzos para desarticul­ar barreras ya identifica­das. Nivelando el acceso a estas ocupacione­s podemos construir un mercado laboral más innovador, pero también más inclusivo y diverso. ■

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