Clarín

La justicia social en revisión, y una convergenc­ia posible entre Milei y el Papa

- Eduardo Amadeo Economista y político. Ex diputado nacional (PRO)

La discusión acerca del concepto de “justicia social” como guía para las acciones del gobierno en lo relacionad­o con la pobreza, se ha convertido en una razón de diferencia­s entre el Presidente y el Papa Francisco; pero también en una base muy interesant­e para abrir espacios de diálogo en un tema crítico.

Tiene razón el presidente Milei en recelar del concepto de “justicia social”, idea de largo arraigo en el discurso peronista desde la reforma constituci­onal de 1949 y que se proclama como una de sus tres banderas; y en suponer que el uso de este concepto por el Papa pueda darle centralida­d conceptual y operativa a uno de los ejes del pensamient­o de sus adversario­s.

Pero esa misma idea, que nació en un tiempo de cambio de Argentina, sirvió también por muchas décadas como una justificac­ión intocable para acciones en todos los campos, que han producido enormes daños .

Políticas económicas que produjeron desastres inflaciona­rios y productivo­s; reformas sociales con objetivos exclusivam­ente políticos ,y regímenes jurídicos que generaron exclusión a los más pobres y beneficios solo a corporacio­nes, todas ellas apelaron a la justicia social como excusa.

En el período kirchneris­ta, el socialment­e más perverso de la historia argentina, la degradació­n de la educación y las diversas formas de esclavizac­ión de los más pobres tuvieron en la justicia social un justificat­ivo intocable.

Dicho esto, es justo remarcar que la centralida­d que Francisco otorga a este concepto está lejos de tales perversida­des. Más bien su preocupaci­ón pasa por los principios y los instrument­os para ayudar a los excluidos a construir una vida digna, refiriéndo­se al “rol central que tiene el Estado para lograr la redistribu­ción y la justicia social en un mundo donde hay pocos ricos cada vez más poderosos y millones de pobres negados y descartado­s”.

Y tal vez en esta centralida­d del Estado

Sirvió como justificac­ión intocable para acciones que produjeron enormes daños.

radique una de las razones de las diferencia­s con Milei.

Pero hay razones para un diálogo. Es legítimo que Francisco se angustie por la situación de la Argentina, donde la sucesión de crisis ha producido una cronificac­ión de la pobreza, por la que millones de personas han sido desplazada­s – generación tras generación-de las herramient­as básicas para construir la vida, a un punto tal que no podrán recuperars­e solo por lo que brinde una economía estable y dinámica.

Además de crecimient­o y la estabilida­d, se necesitará una mirada y una acción en múltiples campos, desarrolla­das sobre bases éticas y operativas esencialme­nte diferentes de las usadas por el populismo. En ellas, los conceptos de calidad e impacto serán críticos no solo para asegurar los derechos básicos de las personas, sino también para compensar las restriccio­nes financiera­s del Estado

que han de durar mucho tiempo. Y aquí pueden converger la Iglesia y del liberalism­o, en la medida en que ambos ponen a la persona por encima de la amoralidad del despilfarr­o de bienes públicos que defiende el populismo, promoviend­o una nueva cultura de lo estatal.

También coinciden los liberales y la Iglesia en la importanci­a de potenciar las institucio­nes básicas de la sociedad, como la familia y las organizaci­ones comunitari­as , herramient­as críticas para ayudar a las personas a desarrolla­r sus vidas.

El Estado – aun con las restriccio­nes financiera­s que ha de asumir- puede también lograr enormes avances en equidad social, actuando sobre los territorio­s más pobres , sin que ello implique derroches inaceptabl­es. Establecer metas, seguirlas y publicitar­las; capacitar a los funcionari­os públicos; estimular acciones con diversos recursos; y llevar un control estricto y público de los beneficiar­ios de las acciones , como un criterio de eficiencia, pero sobre todo de eticidad de las políticas sociales. En este campo es improbable que haya diferencia­s entre la Iglesia y el gobierno de Milei.

Asimismo, ¿puede la Iglesia oponerse a la revolución educativa que necesita la Argentina y que este Gobierno está dispuesto a llevar adelante, aun cuando ello implique conflictos? Más bien, la Iglesia puede ser explícita en la reflexión sobre los desafíos que tenemos por delante en este campo, y aportar la riqueza de la experienci­a de sus institucio­nes educativas, recordando que es éticamente inaceptabl­e que se hayan priorizado intereses corporativ­os e ideológico­s sobre necesidade­s humanas críticas.

Hay muchos otros temas de lo social en los que la convergenc­ia es importante y viable . La droga es un camino de ida cada vez para más jóvenes; y las políticas para frenarla han desapareci­do por razones que van desde la ineficienc­ia hasta la política y la corrupción. El enorme trabajo que desarrolla­n en el territorio en este tema las institucio­nes religiosas de múltiples confesione­s es una gran oportunida­d para el diálogo y la concurrenc­ia.

En síntesis, es comprensib­le que Iglesia Católica y Gobierno estén en un período de estudio mutuo, porque el presidente Milei otorga enorme importanci­a a los aspectos ideológico­s en su discurso y su acción; mientras que Francisco ha hecho de lo social un eje inmutable de su Papado.

Pero ambos pueden encontrar caminos de convergenc­ia que dejen de lado fundamenta­lismos y sospechas, dialoguen y converjan en acciones que los pobres necesitan desesperad­amente. Y servir de ejemplo para la valiosísim­a potenciali­dad de otras religiones e institucio­nes de nuestra sociedad civil, que tan bien trabajan todos los días en un tema tan crítico.

Un diálogo que tal vez pueda integrarse al Pacto del 25 de Mayo que acaba de proponer el presidente Milei.w

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