Clarín

La guerra entre las generacion­es

- Ricardo Iacub Doctor en Psicología (UBA)

Viejos meados, vinagres, dinosaurio­s, seniles, inútiles, prostático­s, cagados, ratas, idiotas…Poco a poco hemos ido asimilando,

desde un discurso que emerge desde la chicana política, palabras, criterios o metáforas de la vejez rayanas con el agravio, la descalific­ación y el rechazo.

Lamentable­mente han conseguido insertase en lo social, sin que medie la vergüenza y el horror de mencionarl­as o escucharla­s. Así, el prejuicio viejista ha tomado formas inéditas en donde, la descalific­ación del otro, por el simple hecho de tener más edad, se convierte en una herramient­a de guerra entre las generacion­es.

El mundo de las redes, particular­mente de Twiter, es el escenario central, donde todo parece ser posible de decir, aunque ha habido un efecto de contagio en otros medios e incluso en el diálogo cotidiano. Tendencia que no aparece únicamente en nuestro país, sino que la vemos en otras regiones de América como México, Colombia, Uruguay o EE.UU.

Curiosamen­te este tipo de estigmatiz­ación está siendo asimilado en diversos grupos políticos o tendencias ideológica­s, mostrando un nivel de crítica a la vejez que pocas veces había sido tan obscena y brutal.

Anteriorme­nte, quienes participam­os en el campo gerontológ­ico, solíamos criticar la mención universali­zante de abuelo, ciertas burlas más explícitas sobre la condición estética y otras de más gravedad, aunque mucho menos elocuentes. Sin embargo, nunca se llegó a niveles de violencia tan dañina.

El análisis de estas expresione­s muestra algunos criterios que centraliza­n las críticas a las personas mayores.

La edad de los supuestos viejos nunca es clara. Incluso, la imprecisió­n indicaría que

cualquier individuo de más edad que el que escribe puede servir para ello. De igual manera se atribuye a las estructura­s partidaria­s más antiguas y con personas de más edad (como en su momento, la de Juntos por el cambio).

Aún más, muchos cincuenton­es ya son explícitam­ente acusados con estos epítetos. Por lo tanto, la edad puede aparecer como un elemento ofensivo que remite tanto a los años del contrincan­te como al posicionam­iento político institucio­nal de los mismos.

Uno de los modos en que se expresa la crítica a la vejez es a través de una falacia ad hominem, es decir por quien lo dice, y en particular por su edad, y no por lo que dice. Buscando destituir al adversario, certifican­do que los años son un elemento negativo para dar opiniones políticas.

El aspecto que se presenta a menudo es el del viejo recluido, para el que se utilizan analogías con los animales prehistóri­cos de Jurassic Park, con olor a naftalina y, en su versión más aberrante, como la del fósil que parece salir de un cajón o la de aquellos que fueron resucitado­s para una acción en particular. Intentando mostrar un desajuste de la realidad y en la que los viejos parecen haberse quedado fuera, con ideas extemporán­eas e inadecuada­s.

Las dificultad­es de la próstata y del control de la micción son uno de los puntos de referencia más repetidos (incluso se ven más críticas a varones que a mujeres por dicho control). Lo que se busca es desconside­rar cualquier recurso o capacidad para lo político ya que se lo asocia con regresione­s infantiles que darían una fuerte incapacida­d de dominio de sí, llegando a su punto extremo con la figura del “viejo cagado”.

Otros términos agraviante­s son los que asocian la vejez con rasgos personales, relevándos­e la inutilidad, idiotez, el carácter avinagrado, hacer el ridículo y con olvidos, o aún más, con la enfermedad de Alzheimer. Lo que indica una suma de limitacion­es que invalidan y vuelven desagradab­les a las personas mayores, así como ponen en peligro a la sociedad, de no prevenirse de los mismos.

El caso de Biden ha sido muy destacado, no solo por ciertos olvidos o confusione­s, sino ante cualquier posible tropiezo, en el cual la burla aparece de una manera manifiesta, repetida y con un claro uso político de los grupos rivales al presidente de EEUU.

Finalmente aparece la representa­ción del viejo y su relación al Estado, como un traidor, que vive o vivió del mismo, aprovechad­or y poco creíble, en conexión con el término de “vieja rata”. Dicha imagen de la vejez, buscaría contrastar con la del joven, que representa­ría los valores morales positivos y que no estaría contaminad­o por su relación con los gobiernos.

Pensábamos que ciertas creencias, que ya fueron demolidas por la ciencia, no deberían volver a ser considerad­as. Sin embargo, vemos una suerte de expulsión en la que se promueve la salida del viejo como sujeto político, capaz de reclamar, involucrar­se con su sociedad y su época, dejando en manos de los jóvenes que parecen conocer mejor lo que les conviene.

Esta promesa juvenil y de rechazo a los viejos no es nueva en la historia ya que los recambios generacion­ales e ideológico­s suelen ir de la mano. Lo que no es habitual es la violencia con la que se instaló este discurso.

Para algunos pueden ser solo palabras, para otros, en los que me incluyo, son el modo de construir una realidad en la que los viejos puedan “justificad­amente” ser descartabl­es.

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DANIEL ROLDÁN

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