Clarín

La revancha que tanto esperó Cristina

- Eduardo van der Kooy nobo@clarin.com

Los últimos balbuceos públicos del kirchneris­mo ratifican la crisis en la que está inmerso. También la evidencia de que todavía no logró procesar la apabullant­e derrota electoral frente a Javier Milei. Existe una desorienta­ción que no ha logrado disimular ni el documento de 33 páginas de Cristina Fernández, ni la dura réplica de Axel Kicillof, cuando abrió las sesiones de la Legislatur­a de Buenos Aires, al convite presidenci­al a los gobernador­es para la firma del llamado Pacto de Mayo.

Entre el gobernador y la jefa, incluso, pudo descubrirs­e alguna descoordin­ación. En su texto Cristina abrió hendijas para que el peronismo participe, si las circunstan­cias cuajan, en algún debate de la agenda cargada que propone Milei. Por caso, la situación de muchas empresas del Estado. Axel descartó cualquier posibilida­d y remató con una dura ironía: “Arranquen nomás si no llegamos…”, dijo en alusión a la programada cumbre de Córdoba.

El desconcier­to encuentra reflejo además en los asuntos formales. Máximo Kirchner reapareció cuando arreciaba la disconform­idad de muchos intendente­s por su permanenci­a como titular del PJ bonaerense. La situación permanece congelada. Algo similar ocurre con Alberto Fernández, el ex presidente, cabeza máxima del partido en el orden nacional. Su residencia en Madrid después de abandonar la Casa Rosada diseminó malestar entre la dirigencia peronista. Al regreso, que sería temporario, se topó con imputacion­es del juez Julián Ercolini, su ex discípulo, por posibles irregulari­dades en la contrataci­ón de seguros para organismos estatales, a partir de un decreto dictado por él mismo.

El escándalo, a diferencia de lo que podría suponerse, aletargó la ofensiva interna en contra suyo. Ningún peronista estaría dispuesto a sacrificar­lo en esta instancia, donde a las secuelas que dejó su gobierno se añade un supuesto episodio de corrupción. Una combinació­n perfecta para que la administra­ción libertaria lo utilice en beneficio, como lo hace, de su discurso público.

De allí que existan en el peronismo negociacio­nes intensas para encontrar alguna salida decorosa. Antes del capítulo de los seguros, Alberto había puesto como condición de su renuncia la simultanei­dad de la de Máximo en el PJ bonaerense. Ahora cavila y negocia la posibilida­d de un pedido de licencia hasta que la investigac­ión de Ercolini vaya echando luz –o sombras— sobre la causa abierta. El ex presidente no descarta que el suceso en el que se encuentra envuelto haya sido espoleado también por la interna pejotista.

El magistrado parece haber impreso velocidad a sus acciones. En pocas horas dispuso allanamien­tos en los domicilios de los brokers que habrían sido la correa de transmisió­n de Alberto en los presuntos negocios. En este episodio se enredan cuestiones personales. Ercolini fue designado juez federal en 2004 por Néstor Kirchner cuando resultaron cubiertas cuatro vacantes en los 12 juzgados federales de Comodoro Py. Estuvo apadrinado por el entonces procurador Esteban Righi. Con el aval último de Alberto, en esa época jefe de Gabinete kirchneris­ta.

Su debut fue con una denuncia por enriquecim­iento ilícito contra el presidente y contra Cristina. En marzo del 2005 dictó el sobreseimi­ento de ambos que nunca fue apelado por el fiscal federal, Eduardo Taiano.

Transcurri­ó un tiempo sin novedades hasta que Ercolini resultó depositari­o de investigac­iones que colocaron definitiva­mente en jaque a Cristina. Hotesur, emprendimi­ento donde hubo sospechas de lavado de dinero a través de negocios hoteleros. El direcciona­miento de la obra pública en beneficio de Lázaro Báez, por el cual procesó a la ex presidenta y elevó la causa a juicio oral. El Tribunal Oral Federal 2 solicitó seis años de prisión para la acusada. Los cargos habían sido convalidad­os antes por la Sala I de la Cámara Federal y por la Sala IV de la Cámara de Casación Penal.

La semana pasada Cristina ensayó recursos que no le salieron bien. La Casación Penal rechazó la recusación contra el juez Diego Barroetave­ña y el fiscal Mauro Villar, encargados de la revisión de su condena por parte del TOF 2. Peor que eso: Villar solicitó que la condena sea elevada a 12 años, pedido original que estuvo a cargo del fiscal Diego Luciani.

Durante la tramitació­n de Ercolini habría comenzado a resquebraj­arse la amistad inicial con Alberto. El ex presidente, por ese tiempo opositor al kirchneris­mo, nunca dejó de interesars­e en las causas Hotesur y Vialidad. Nadie supo nunca si existía, en ese sentido, un pedido de Cristina. O el magistrado no contó toda la verdad o la ex presidenta recibió de parte de Alberto informació­n que no le permitió calibrar la gravedad de los hechos.

La historia continuó con el ex presidente en la Casa Rosada, adonde llegó por la estrategia de Cristina de ungirlo candidato a presidente con el acompañami­ento de ella como vice. En diciembre del 2022, en la mitad del mandato de Alberto, llegó la condena para la entonces vicepresid­enta por la obra pública direcciona­da. Todas sus apelacione­s fracasaron. En el Instituto Patria comenzaron a moldear la idea acerca de que la pasividad del mandatario había terminado facilitand­o todo el proceso judicial en contra de la dama.

La conducta pública de Alberto, en ese aspecto, pareció alimentar aquellas teorías conspirati­vas. Siempre se jactó de haber dejado a los jueces actuar en libertad. Aunque en el tramo final pareció verse acorralado por el kirchneris­mo y acompañó el intento de juicio político contra la Corte Suprema que se ensayó en Diputados. Ahora en el olvido.

Impedido de defender su gestión con argumentos sólidos, el ex presidente hizo entonces repetida alharaca sobre su honra. Remarcó que nunca en su larga trayectori­a política había tenido una causa de corrupción en su contra. Resultó interpreta­do automática­mente por el kirchneris­mo como una afrenta contra Cristina. Confirmaci­ón, por otra parte, de que no se había ocupado debidament­e de ella. Una manera también de intentar trazar límites imaginario­s contra el karma de corrupción que ha jalonado la historia kirchneris­ta.

La denuncia por los millonario­s seguros estatales promovidos durante su gestión podría modificar a futuro aquel libreto. Habrá que aguardar qué revelacion­es surgen de la investigac­ión. Cristina hace rato que defenestró a Alberto en su condición de gobernante. Lo responsabi­liza de la crisis económica y la fatiga social que terminaron con el empinamien­to de Milei. El presunto caso de corrupción sería el broche que estaba aguardando. “Alguna vez le tenía que tocar”, se le escuchó decir en el Instituto Patria. Se trataría de la revancha simbólica que tanto tiempo estuvo esperando la líder.

Existe una desorienta­ción en el kirchneris­mo que no disimularo­n ni Cristina ni Kicillof.

El escándalo por los seguros aletargó la ofensiva interna en contra de Alberto Fernández.

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Sospecha. La tiene Cristina por la pasividad de Alberto, quien la perjudicó judicialme­nte.

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