Clarín

La guerra, los mártires y los forjadores del caos

- Miguel Espejo Escritor y ensayista

Más de diez mil personas se concentrar­on, el viernes 1º de marzo, en los alrededore­s de una iglesia ortodoxa y del cementerio de Borissov, ambos sitios alejados del centro de Moscú, para despedir y honrar a Alexei Navalni, asesinado por Putin en una prisión del Círculo Polar Ártico.

La multitud desafió todos los peligros que corría ante la implacable represión del régimen. El homenaje se transformó en manifestac­ión y se escucharon consignas de “No a la guerra”, “Putin asesino” o “Putin a La Haya”, a pesar de los años de cárcel que estos gritos conllevan. Navalni era, con su espíritu indoblegab­le, exactament­e el reverso del autócrata que dictó su sentencia de muerte.

Estos funerales ocurrieron dos años después de que Putin lanzara su invasión a Ucrania, donde se cometieron todo tipo de crímenes. La guerra y la represión interna, que la precedía, son las dos caras de una misma moneda. Putin se ha encargado de restaurar, bajo la cobertura de elecciones sin opositores, un régimen que tiene, en este aspecto, notables similitude­s con el antiguo sistema de la URSS.

En América Latina conocemos desde hace décadas el cinismo de las elecciones “libres” cubanas y, últimament­e, las que lleva adelante Maduro en Venezuela. Sin embargo, estos dos casos sirven para ejemplific­ar que, no obstante el colapso del sistema soviético, la antigua KGB no sólo logró llenar el vacío de poder de la debacle, con Putin a la cabeza, sino también preservar en parte las complejas redes construida­s a lo largo de décadas.

El aparato de inteligenc­ia ruso (hoy FSB) nunca perdió el control sobre los servicios cubanos, quienes a su vez tienen gran parte del control del gobierno de su país y del Estado venezolano.

Cuando se produjo la invasión a Ucrania, desde estas mismas páginas concluí el artículo dedicado al tema con una frase que hoy hubiera preferido que no fuera

Putin se ha encargado de restaurar un régimen con notables similitude­s al de la antigua Unión Soviética.

cierta: el principal aliado de Putin se llama Donald Trump. En efecto, si Trump accede a la segunda presidenci­a de EE.UU., esta alianza se proyectará de inmediato sobre el porvenir de la OTAN. El bloqueo actual de fondos a Ucrania, por parte de los Republican­os, es apenas un preanuncio de lo que podría venir.

La intervenci­ón de los trolls rusos en las elecciones norteameri­canas, que llevaron a la victoria a Trump, fue ampliament­e probada. Lo que no pudo probarse, según el fiscal especial que investigó la cuestión, fue la connivenci­a personal de Trump en esa trama. No es casual que, por la misma época, haya desapareci­do del gobierno el principal arquitecto de esta estrategia: Steve Bannon, el verdadero poder en las sombras al comienzo de la presidenci­a de Trump.

Podemos recordar el momento en que Trump presidente, cuando tuvo que elegir lo que le decía su “amigo” Putin y el FBI, no dudó en manifestar su apoyo al autócrata que lo tiene dentro de sus redes.

¿Cómo es posible que un régimen autoritari­o, que se desliza cada vez más hacia una nueva forma de totalitari­smo, a través de Trump, haya construido tal alianza con el sector mayoritari­o del Partido Republican­o y, por ende, con una parte importante de la sociedad norteameri­cana?

El asesinato de Navalni y la negativa de Trump a asociar su muerte con Putin hicieron revivir viejas historias en los medios norteameri­canos. Las supuestas razones de la ascendenci­a que Putin tenía y tiene sobre Trump parecen enigmática­s. Lo son menos si se pone la lupa en los extraños manejos de la fortuna del supuesto magnate.

Una de las explicacio­nes que brindó un canal de noticias fue, justamente, la ruta del dinero que el antiguo régimen soviético le inyectó a Trump, para librarlo de la bancarrota, en la lejana década de los 80’, a través de un banco alemán y de otras vías mucho menos conocidas, cuando se encontraba casado con la checa Ivana, presunta facilitado­ra de estos vínculos. Ya en esta misma época, Trump se expidió más de una vez sobre el rol negativo de la OTAN

Varios de los principale­s líderes de la ultraderec­ha populista y global (sí, el oxímoron se impone) estuvieron presentes en la última Conferenci­a de Acción Conservado­ra de Washington, donde Trump aprovechó para transforma­rla en un acto central de su candidatur­a.

Hay que subrayar que algunos de estos líderes, además de Trump, tienen vínculos fluidos con Putin. Hay que señalar también la enorme habilidad del régimen ruso para incidir, por medio de su ejército de trolls, en todo acontecimi­ento donde las democracia­s pueden fisurarse (Brexit, Cataluña, “chalecos amarillos”, etc.).

Steve Bannon, creador del concepto del caos y del desorden como estrategia global se complement­a a la perfección con Putin y su tarea de destructor de mundos. Sus guerras en Georgia, Chechenia, Siria y Ucrania han puesto de manifiesto su táctica de tierra arrasada y de sembrador del terror. En este contexto, el principal legado de Navalni a la sociedad rusa pareciera ser “no tengan miedo”, incluso si oponerse puede costar la vida. Como se sabe, en ocasiones, los muertos pesan más que los vivos. En política, conviene no olvidar nunca el valor de los mártires y su punto de inflexión.

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