Clarín

Las identidade­s vs. los legados

- Débora Campos decampos@clarin.com

“Varón, dijo la partera/ se afeitará con Legión Extranjera”. La publicidad de hojitas de afeitar expresaba en su slogan, allá por la primera mitad del siglo XX, lo que pesaba una certeza: varón y todo queda claro.

El derrumbe de las grandes creencias y la irrupción de tiempos líquidos puso al tema de la identidad en un primer plano a principios de este milenio. La partera puede decir lo que quiera porque ni la biología ni la historia familiar ni siquiera la condición social serán quienes de impedir que una persona sea justo eso que quiere ser.

La identidad, entonces, necesitó de apellido de casada: identidad de género, identidad “racial”, identidad ligada a crímenes (Madres de Plaza de Mayo o Madres del dolor), a etnias, a religiones, incluso a las mascotas preferidas (cat person)...

En Galicia, cuando alguien quiere saber quién es esa persona nueva que llega, se le pregunta: “E ti, de quén ves sendo?”. La traducción literal sería: ¿Vos, de quién venís siendo? y hay en esa combinació­n rara entre el presente del verbo venir y el gerundio de ser toda una declaració­n. Incluso una manera de la resistenci­a .

Porque somos en presente lo que decidimos, sí, pero tampoco es tan fácil cortar con el continuado al que estamos enlazados. De eso, justamente, trata la novela Los alemanes, con la que el escritor Sergio del Molino ganó semanas atrás el Premio Alfaguara.

El autor toma un hecho real, la llegada al puerto de Cádiz en 1916 de dos barcos con más de 600 alemanes provenient­es de Camerún que se afincaron en Zaragoza. Y sobre esa colonia, próspera y bastante cerrada sobre sí misma, teje su historia.

A contramano de nuestros tiempos, Del Molino explicó a Clarín: “Yo no creo en esa idea de que se puede crear una identidad desde cero. No creo que tengamos una libre determinac­ión tan grande”.

Para el escritor español, “nuestra vida está condiciona­da por muchísimas cosas, entre ellas por el azar y por el legado, que se expresa muchas veces como una maldición. Nos inventamos nuevas formas de identidad para revelarnos contra algo que realmente es mucho más fuerte que nosotros”.

Sergio del Molino está seguro de que negar ese legado es una ilusión: “La opción inteligent­e es saber que eso nos va a pesar siempre y tenemos que aprender a manejarlo a nuestro favor, para que sea lo más liviano posible”.

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