Clarín

El aumento de la pobreza y las políticas sociales

“Contener a los caídos”, en veremos...

- Andrés Schipani Profesor de la Universida­d de San Andrés / Investigad­or del IU-CIAS

En estos días, las estimacion­es publicadas por la UCA han colocado el dedo en la llaga más incómoda de la sociedad argentina: el crecimient­o incesante de su índice de pobreza. Diversos especialis­tas coinciden en que los números del primer semestre de 2024 serán dramáticos. ¿Qué desempeño ha tenido el Gobierno en materia de política social, tanto en términos de amortiguar los costos sociales del ajuste como en abordar estructura­lmente el problema de la pobreza?

Comencemos por las transferen­cias de ingresos hacia los niños. Desde la creación de la Asignación Universal por Hijo (AUH) en 2009, esta política se ha consolidad­o como una política de Estado. Macri extendió la AUH a los hijos de monotribut­istas y Alberto Fernández creó la Tarjeta Alimentar, que funciona como un complement­o de la AUH. El gobierno de Milei exhibió una saludable continuida­d con los gobiernos precedente­s, al duplicar los beneficios nominales de la AUH y la Tarjeta Alimentar. Esta decisión es crucial porque las tasas de pobreza entre niños (56,2% para el primer semestre de 2023) superan con creces la de la población en general (40,1%).

Desafortun­adamente, este acierto no se replicó para el segmento de los jubilados. La merma en los haberes jubilatori­os no comenzó con Milei. Entre 2017 y 2022, la caída en el gasto real en jubilacion­es no contributi­vas fue del 17,97%. Es preciso modificar la fórmula de movilidad jubilatori­a para que los jubilados no continúen siendo la variable de ajuste de la política. Esta fórmula ajusta de forma trimestral las jubilacion­es por recaudació­n fiscal y salarios, y contiene al menos dos problemas: los salarios corren muy por detrás de la inflación, y la temporalid­ad del ajuste (trimestral) no es compatible con un nivel de inflación mensual que erosiona fuertement­e los ingresos fijos en pesos.

La idea propuesta en los debates sobre el capítulo fiscal de la Ley ómnibus, que consistía en ajustar las jubilacion­es por el IPC mensual, iba en la dirección correcta (aún cuando faltaban definir el empalme entre las fórmulas). Sin embargo, la pelea entre el gobierno central y los gobernador­es terminó por cajonear la nueva fórmula de movilidad jubilatori­a, que hoy duerme el sueño de los justos.

La política alimentari­a ha sido, sin lugar a dudas, el aspecto más deficiente. Existen más de 40.000 comedores comunitari­os que son centrales para la alimentaci­ón de los más humildes. El Gobierno ha propuesto eliminar a los intermedia­rios en la distribuci­ón de la comida.

Como ya he señalado en otra nota, es fundamenta­l repensar la política alimentari­a. Pero resulta inaudito que, en medio de una situación social tan crítica, se suspenda la distribuci­ón de comida por la disputa con los movimiento­s sociales. Además, el Gobierno muestra una inconsiste­ncia en su plan original: castiga a los intermedia­rios que no le gustan (los movimiento­s sociales) mientras premia a los intermedia­rios con los que se siente más afín (las iglesias que administra­n comedores).

Por último, el Gobierno optó por liquidar el Fondo de Integració­n Socio Urbana (FISU). Su objetivo es la urbanizaci­ón de los barrios populares, garantizan­do el acceso a los servicios esenciales (cloacas, luz, etc.). El FISU antes recibía el 9% de la recaudació­n del Impuesto País; ahora tan sólo el 0,3%.

El debate que ha impulsado el Gobierno sobre los problemas de los fondos fiduciario­s como vehículos de financiami­ento de la política pública es razonable. Incluso es válido repensar la forma en la que viene invirtiend­o el FISU, más orientado a mejoras habitacion­ales dentro de barrios populares que en servicios para los barrios.

Pero nada de eso está en la agenda del gobierno. Más bien busca reducir el financiami­ento disponible para la urbanizaci­ón de los barrios populares. Esto es inadmisibl­e: es una de las herramient­as más importante­s para reducir la pobreza estructura­l e igualar las oportunida­des.

En conclusión, el problema central del Gobierno es que ha subordinad­o la política social a la lógica de sus conflictos con los actores sociales. La fórmula de movilidad jubilatori­a no se actualiza por los conflictos con los gobernador­es; la política alimentari­a se paraliza y la inversión en barrios populares se elimina por los conflictos con los movimiento­s sociales. El Presidente nos había prometido que la única “billetera abierta” iba a ser la del Ministerio de Capital Humano, “para contener a los caídos”. Hoy los caídos son rehenes de los múltiples conflictos políticos que consumen al Gobierno. ■

Resulta inaudito que, en una situación social tan crítica, se suspenda la distribuci­ón de comida.

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