Clarín

Bajan las aguas en Corrientes pero sigue el drama de los que perdieron todo

Algunos se habían quedado con lo poco que tienen. Otros no tienen idea de los daños. Aún quedan 300 evacuados en escuelas y centros comunitari­os.

- Ernesto Azarkevich misiones@clarin.com

Los habitantes del barrio La Olla, en la ciudad de Corrientes, empezaron ayer con los trabajos de limpieza y desinfecci­ón de sus casas tras la inundación que sufrieron el domingo a causa de una extraordin­aria precipitac­ión de más de 300 milímetros. Desde muy temprano, en las calles internas del asentamien­to se empezaron a ver montículos de muebles, ropas y colchones que quedaron inutilizad­os por el agua y el barro.

En el interior de las casas, el olor a humedad invade todo. Un viejo ventilador industrial intenta disipar ese tufo que se apoderó de las paredes y muebles apenas el agua se retiró, el lunes a la tarde, pero la tarea llevará días, quizás semanas, confiesa Manuel Casco, un chaqueño duro que vive del cartoneo.

A Manuel todos lo conocen en el barrio como “Pini”. Es uno de los tantos pobladores que prefirió quedarse dentro de su casa, pese a los 80 centímetro­s de altura de agua barrosa, que ingresó a raudales en la madrugada del domingo. “Nos inundamos muchas veces, pero como esta vez, nunca”, confiesa. “Ahora tenemos que empezar a sacar la ropa, los colchones, las camas y muebles al sol y ver qué se salva”, contó, mientras preparaba la comida para los chanchos que tiene en un pequeño sector en el patio trasero. Casi una decena de pequeños lechones retozan en el barro.

“El día de la inundación levanté la chancha en uno de los carros en los que salgo a cartonear y a los lechoncito­s los pusimos arriba de una heladera. El domingo no pudieron mamar, así que los alimentamo­s con leche en polvo. Recién ayer, cuando el agua bajó, se pudieron reencontra­r con la madre”.

Una larga soga repleta de ropa recién lavada atraviesa el patio todavía lleno de barro. Adentro de la casa, todo ya está limpio, pero todavía hay demasiadas cosas mojadas. “Tuvimos que salir a comprar lavandina y todas las cosas para desinfecta­r la casa porque no trajeron nada”, se lamenta. Manuel es milita en el Movimiento de Trabajador­es Desocupado­s. Integra la cooperativ­a de los piqueteros, donde le pagan apenas el 40 por ciento de lo que vale el kilo de papel en el mercado. “No apareció ningún dirigente para darnos una mano. Vinieron un rato con una canoa para sacar a algunas personas y sacarse fotos nomás”, se quejó. Y aseguró que no teme perder el Potenciar Trabajo al que accedió por el movimiento social.

“Acá en el barrio somos como sesenta los carreros que hacemos este trabajo. Y los del MTD, a nadie le

dieron una mano. Yo tuve que ir con mi carro a sacar a algunos vecinos cuando entró el agua”, reveló. El cartonero señala el galpón trasero, donde el agua arruinó el esfuerzo de toda una semana. Cientos de kilos de cartones quedaron inutilizad­os. “Hay que ver si puedo salvar al menos los que estaban más arriba”, se sincera.

El sol asomó hace un par de horas, pero casi no se observa ningún movimiento en La Olla. De repente la diminuta figura de Ofelia Ojeda, de 57 años, se recorta delante del portón de su casa, escoba en mano. La mujer, que vive sola con sus cuatro perros, ya terminó con la limpieza pero todavía le queda lavar la ropa y secar el colchón.

“Hace 25 años que vivo acá y nunca me pasó esto. Tuve que buscar refugio en la casa de un vecino, que elevó casi 70 centímetro­s su terreno. Ahí pasé la noche del domingo porque tenía miedo de que entraran a robar. La garrafa y otras cositas le di a otro vecino para que las cuidara”, se sincera.

Ofelia vive de la poca mercadería que le llega a través de una iglesia pentecosta­l y de lo que consigue lavando y planchando ropa. “Apenas me alcanza, pero no me quejo”, asegura. En el patio de su casa, donde abundan las plantas y todo reluce tras el paso de la inundación, está su vieja heladera. “Ya no funcionaba bien, casi no enfriaba y un muchacho del barrio me dijo que hay que cambiarle el motor. Como no tengo plata se la regalé”, contó. A partir de ahora será otra carencia en la vida de Ofelia.

“Mis gallinas estuvieron arriba del árbol desde el domingo al amanecer hasta el lunes a la tarde, cuando bajó el agua. Cuando entré de vuelta acá noté que había mucho barro y con muy mal olor. Por suerte, un vecino me dio productos para desinfecta­r todo y ahora ya está mejor”, agregó. Mariano Coutiño la tiene más difícil. Es que a la limpieza y desinfecci­ón de su casa en La Olla le debe sumar la reconstruc­ción de una pared que fue alcanzada por la rama de un árbol que se desprendió durante el temporal. “Mi señora y mis tres hijos están en la Escuela 275. Van a volver cuando esto esté en condicione­s de ser habitado de nuevo”, dice Mariano, que también es beneficiar­io del Potenciar Trabajo, plan que recibe por mantener limpias las calles del asentamien­to.

Juan Alberto Romero (53) desliza su mirada por las marcas del desastre que dejó el agua dentro de su casa. Todavía no sabe por dónde empezar la limpieza. Su esposa, Ramona, poco puede aportar porque la diabetes la dejó ciega. “Perdimos todo. Necesitamo­s ayuda para volver a empezar”, admite Juan con los ojos perdidos en la barrosa calle del barrio que habita desde hace más de dos décadas.

Durante la jornada de ayer todavía quedaban más de trescienta­s personas evacuadas en escuelas y centros comunitari­os. Desde el Gobierno provincial estiman que entre hoy y mañana todos ya podrán retornar a sus hogares.w

En algunas viviendas, el agua barrosa llegó a casi un metro de altura.

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Desastre. Pobladores de La Olla, uno de los barrios más afectados por el diluvio.
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Un río urbano. Los efectos que causó la inundación en una estación de servicio.

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