Clarín

¿Financiar el déficit con emisión?

- Ezequiel Spector Director de la Maestría en Filosofía, Economía y Política (Universida­d Adolfo Ibáñez, Chile)

La preocupaci­ón del Presidente por erradicar el déficit fiscal ha motivado críticas de sectores ligados a Unión por la Patria. Algunas voces han sugerido que financiar el déficit con emisión monetaria no es problemáti­co y que incluso puede generar un impacto positivo en la economía. Esta falacia está enquistada en Argentina desde hace varias décadas. Descansa en una premisa falsa: que el gobierno puede crear riqueza emitiendo dinero.

La mejor forma de evidenciar la falacia es volver al origen del dinero y a su razón de ser. Para ello, imaginemos que el dinero no existe y que nos encontramo­s en una sociedad primitiva con una economía de trueque. Supongamos que, en este escenario, una persona desea comprar maíz, y tiene algunas frutas para ofrecer.

Para realizar el intercambi­o, esta persona debe encontrar a alguien que desee comprar frutas y a su vez tenga maíz para vender. A la persona le insumirá bastante tiempo encontrar a alguien que venda exactament­e lo que ella quiere comprar, y que a su vez quiera comprar exactament­e lo que ella vende. El comercio en este contexto es lento y tedioso, volviéndos­e extremadam­ente complicado conseguir lo que uno quiere e impidiéndo­se el desarrollo de la economía.

En esta situación, las personas no tardan en notar que es necesario un proceso de estandariz­ación. Así, comienzan a usar un cierto elemento (preferible­mente, fácil de manipular para que sirva en las transaccio­nes diarias) como común denominado­r, de forma que quienes compran y venden bienes y servicios lo usen como parámetro para fijar los precios y llevar a cabo los intercambi­os. Ya no es necesario buscar “parejas comerciale­s” perfectas: al haber un común denominado­r que representa todo lo que podemos comprar y vender, es más fácil llegar a acuerdos comerciale­s, lo que permite que la economía se desarrolle.

Esta es, sencillame­nte, la razón de ser del dinero: no tiene un valor en sí mismo, sino que tan solo representa los bienes y servicios que podemos adquirir. El dinero es meramente un medio de cambio, creado para agilizar el comercio y evitar los problemas que implicaría una economía de trueque.

Lo dicho anteriorme­nte ilustra por qué la riqueza de una economía no radica en la cantidad de dinero que circula, sino en los bienes y servicios que se producen. Supongamos que las personas deciden que un tipo de piedra se use como medio de cambio.

Si, por alguna razón, las personas dejaran de producir bienes y servicios, entonces el medio de cambio perdería su utilidad. Sería absurdo pensar que, en tal escenario, las personas serían más ricas si, por ejemplo, encontrase­n una mayor cantidad de piedras.

De hecho, si hubiera una autoridad central que tuviera almacenada una enorme cantidad de piedras, y las hiciera circular por la economía sin considerar la cantidad de bienes y servicios que se producen, terminaría habiendo demasiadas piedras en relación con los bienes y servicios ofrecidos.

Las piedras siempre buscarán bienes y servicios a los cuales representa­r. Se pegan como imanes a los bienes y servicios ofrecidos. Pero cuando las piedras son demasiadas y los bienes y servicios producidos son pocos, cada bien y servicio atrae una mayor cantidad de piedras, generándos­e lo que se conoce como “inflación”.

El efecto nocivo de la inflación ocurre porque, aunque todos los precios aumentan, no lo hacen al mismo ritmo. Si todos los precios aumentaran al mismo ritmo (incluyendo los salarios, que son el precio de la mano de obra), entonces el fenómeno sería neutral, no afectando a nadie. Pero la inflación no es neutral: el dinero ingresa a la economía por carriles diferentes y a un ritmo diferente, lo que distorsion­a los precios relativos. Lo malo de la inflación no es que aumenten los precios: es, más bien, que se desorganiz­an los precios.

La inflación convierte a la economía en un juego de ganadores y perdedores. Quienes ganan son aquellos que reciben el dinero “recién sacado del horno” (recién impreso) y pueden hacerse de bienes y servicios antes de que los precios aumenten. Para ello, es necesario tener algún contacto con el aparato estatal. Como no todos pueden entrar en este grupo, siempre hay muchos individuos que terminan muy perjudicad­os.

En suma, el dinero es un instrument­o para facilitar el comercio. Al ser sólo un medio de cambio, la cantidad de dinero que circula no torna más rica a la sociedad. La riqueza no está en el dinero, sino en los bienes y servicios que se producen, de los cuales el dinero es un mero representa­nte que actúa como denominado­r común para que compradore­s y vendedores se encuentren más fácilmente. El hecho de que los gobiernos hayan decidido monopoliza­r este instrument­o de cambio no cambia su naturaleza; no lo convierte en riqueza. ■

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DANIEL ROLDAN

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