Clarín

¿Para cuándo el Martín Fierro al fútbol?

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Minuto 20 del último Boca-Belgrano. Passerini, el nueve del equipo cordobés (un delantero letal en el juego aéreo y, aunque lento, ningún tronco con los pies) va a disputar una pelota con Figal, pierde y se desploma como si le hubiesen metido un balazo en la pierna derecha. Ahí queda, durito en el suelo. La jugada sigue y el que la pierde enseguida es Advíncula, el lateral de Boca, quien también se tira y hace un conmovedor roll sobre el césped. La caída del peruano actúa como el milagro que cura a Passerini, porque se levanta en el acto sin rastros de sus recientes dolores, corre a buscar una habilitaci­ón al área, llega y define perfectame­nte para marcar el gol. De derecha.

La escena que acabo de describir es una constante del fútbol doméstico: los jugadores se la pasan simulando faltas ya sea para obtener la ventaja de un tiro libre a favor (Passerini) o para encubrir una equivocaci­ón (Advíncula). El lema parece ser: “Ante la duda, tirate; y jamás hagas la de Soto (Defensa y Justicia), que se zambulló en el área de Boca, le dieron penal y no pudo resistir la tentación de guiñar un ojo desde el suelo para avisarles a sus compañeros que estaba simulando, porque un close up de la cámara puede dejarte en evidencia y sin nada”.

Hay jugadores a los que les tienta mucho el quedarse en el piso revolcándo­se. Bareiro, por ejemplo. El delantero de San Lorenzo, un maestro en eso de poner el cuerpo y fajarse con los centrales, suele desplomars­e varias veces por partido, sobre todo cuando va a peinar los pelotazos largos de su arquero y lo embisten desde atrás. Hayan o no cobrado la falta, el acting del paraguayo incluye la cara fruncida de dolor, frotamient­os en la espalda y un ponerse de pie en cámara lenta con movimiento­s que avisan una recuperaci­ón dificultos­a, porque es de los que desempeñan su papel de lesionado con el compromiso propio de los astros de Hollywood que siguen en personaje aun fuera del set. En su celo teatral, a veces ignora que su equipo ha recuperado el balón y, a diferencia de Passerini, permanece tirado, lo que más tarde compensará con su llamativa eficacia goleadora.

La consecuenc­ia de esta vocación escénica que cunde en todo el fútbol argentino es un juego cortado, fastidioso, sin ritmo. El tiempo neto del último River-Boca fue de apenas 41 minutos, 9 menos que el promedio del torneo local y 18 menos que el de la Premier League, según datos de la consultora Opta Stats Perform.

Suele repetirse como un mantra que el resultado de un partido muchas veces se define “por detalles” y habrá que ver si en este brumoso rubro no entra el fingir infraccion­es. Acaso haya algún director técnico que esté analizando sumar a su cuerpo de colaborado­res, además de ayudante de campo, preparador físico, entrenador de arqueros, analista de videos y psicólogo, un profesor de arte dramático. Y quizás APTRA, siempre en busca de innovacion­es, ya tenga en mente otorgar un Martín Fierro al Mejor Actor del Fútbol Argentino. Porque si es un show, que lo sea de verdad.

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