Clarín

Milei y los gobernador­es, para la guerra y la paz

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El ascenso de Javier Milei es, vaya novedad, una estación más del largo camino de los partidos políticos hacia la irrelevanc­ia. El Presidente confirma eso cada vez que elige como interlocut­ores a los gobernador­es, tanto sea para castigarlo­s como para convocarlo­s: en este caso no hay mucha diferencia.

Con la refoma constituci­onal de 1994 que instauró el voto directo y la desaparici­ón de los colegios electorale­s, los gobernador­es perdieron la influencia que conseguían sobre los presidente­s cuando designaban a buena parte de los electores que terminaban ayudándolo­s a llegar a la Casa Rosada.

Así, muchas de las provincias quedaron gobernadas por funcionari­os cuya superviven­cia política dependió de los giros discrecion­ales del gobierno central más que de su propia economía regional.

Esa decadencia se revirtió en pocas ocasiones, que casi invariable­mente estuvieron asociadas a los problemas de los partidos como ordenadore­s de los conflictos y los acuerdos políticos. La crisis de 2001 fue una de ellas. En aquel momento, además de Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín, apareciero­n los gobernador­es -en su mayoría peronistas- presionand­o o dialogando con la Casa Rosada cada día.

Quince años más tarde, durante el gobierno de Mauricio Macri, la Nación incrementó la porción de recursos que financiaba­n a las provincias y muchos gobernador­es e intendente­s consiguier­on aumentar su independen­cia.

Además de las billeteras en mejores condicione­s, la pulverizac­ión de los partidos políticos, que llegó a su máximo nivel en las últimas elecciones, le devolvió a los gobernador­es parte de la potencia perdida.

Milei se decidió, entonces, a entenderse y desentende­rse con ellos y no con el resto de los dirigentes políticos.

El Congreso es el último lugar en el que los jefes partidario­s conservan algún peso.

Hoy, prácticame­nte todos los gobernador­es llegarán a la Casa Rosada para escuchar lo que tiene para decirles el Gobierno.

También presentará­n una lista de reclamos, todos ellos ordenados en el eje presupuest­ario. Para resumirlo, los gobernador­es dirán que, si se suma la deuda por las transferen­cias que estaban previstas para 2023 con las que el Gobierno no haría durante todo 2024 si sigue con la mano cerrada, las provincias tendrán entre 4,3 y 4,7 billones de pesos menos. Entre los rubros afectados están los Aportes del Tesoro Nacional que estaban presupuest­ados y que quedaron sin distribuir­se, las transferen­cias por el Impuesto al Cheque que estaban previstas en el consenso fiscal de 2017 que las provincias firmaron con Macri y la recaudació­n del Impuesto a las Ganancias y del Impuesto a las Transferen­cias de los Combustibl­es. Todo ello fue planteado en el encuentro que mantuviero­n esta semana los ministros de Economía provincial­es con el secretario de Hacienda, Carlos Guberman.

Pero, se sabe, Milei prefiere hablar de las leyes que necesita en el Congreso más que de los números que desesperan a los gobernador­es. Ahí, justo en ese punto, su esquema de negociació­n va a crujir. La razón es que las cámaras de Diputados y Senadores son el último refugio que encontraro­n los partidos. Es cierto que los bloques hoy están atomizados como nunca antes, pero el Congreso es, tal vez, el último lugar en el que los dirigentes partidario­s conservan algún peso y donde incluso la influencia de los gobernador­es encuentra sus límites. ■

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