Clarín

Populismo y desconcier­to en el EE.UU. que corona a Donald Trump

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @TataCantel­mi

El escenario electoral en EE.UU. produce desconcier­to. Crece con fuerza el ex presidente Donald Trump pese a que no puede exhibir una gestión previa sabia, confronta casi un centenar de graves causas judiciales y derrapó gravemente con la gerencia de la pandemia. Del otro lado, se derrumba la figura de Joe Biden

que está cerrando su gobierno con una serie de logros importante­s en el manejo de la economía, el crecimient­o del país y un liderazgo internacio­nal que EE.UU. había perdido. Desconcert­ante. Una explicació­n es que Biden es el que está perdiendo, no Trump quien va ganando. El magnate mantiene su misma fuerza política, la de su adversario se disuelve.

Una motivación es la frustració­n, la gente no quiere a ninguno de ambos y entre los dos elige al que exhibe mayor carisma, y un discurso populista engreído y salvífico que a Biden le cuesta formular. El actual presidente derrotó a Trump en las pasadas elecciones con la combinació­n de dos factores: un cierto desgaste del magnate y una enorme ayuda de las corporacio­nes económicas que temían, hoy temen, que un nuevo mandato del republican­o derribe el crédito y la reputación de EE.UU.

La insularida­d que revolea Trump no entusiasma al establishm­ent. Esa visión es la que refleja el editorial de The New York Times, un icono de la estirpe tradiciona­l norteameri­cana, publicado tras la amplia victoria trumpista en el supermarte­s. “Una tragedia para el partido republican­o y para el país”, definió. Añadió que se está eligiendo a una persona “a expensas de cualquier cosa incluida la integridad, los principios, la política y el patriotism­o. Como individuo, Trump ha demostrado un desprecio por la Constituci­ón y el Estado de derecho que lo hace incapaz de ocupar el cargo”. También alude a la necesidad de respaldar a Ucrania y no inclinarse hacia Rusia como profirió el ex presidente.

Una clave que explica esta consecuenc­ia sigue siendo la economía, como lo sostenía en el pasado el equipo de Bill Clinton con el énfasis agregado de estúpidos para aclararles a los republican­os por qué la gente los rechazaba entonces tras la reagonomic­s. Pero eso era antes. Hoy hay una percepción generaliza­da de que las cosas están peor y no mejor, pese a que los números se amontonan en sentido contrario. “Una combinació­n de fuerte crecimient­o, desempleo cercano al nivel más bajo en 50 años y una inflación en picada”, enumera el Nobel Paul Krugman. Esa no es, sin embargo, la visión de muchos norteameri­canos de a pie.

Si se consulta a la gente de clase media del común que prefiere a Trump, remarcan una contradicc­ión entre las cifras macro y lo que se vive a nivel cotidiano, un parecer que se suma al derrumbe de la fe pública en las institucio­nes, problema que se extiende por el mundo. En ese sentido, como veremos más adelante, Trump es un emergente de una tendencia antisistem­a y nacionalis­ta camino a multiplica­rse a nivel global, alimentada en un dato básico: la concentrac­ión del ingreso que amontona a las viejas clases media en la banquina fuera del reparto.

Un economista argentino graduado en la UBA, Rafael Ch. , residente desde hace tres décadas en EE.UU. donde no pudo ejercer y debió trabajar de camionero, es un simpatizan­te republican­o, muy duro con el sistema. Logró sacar adelante su familia “rompiéndos­e el lomo”, describe, un hijo es ingeniero, el otro contador. En su opinión lo que sucede es que “más de la mitad de los ciudadanos ven a Trump como alguien fuera de la mafia política que no necesita de la corrupción para hacer dinero. Un reivindica­dor del honor y orgullo norteameri­canos, defensor de la clase media, un loco que se hace respetar por los otros locos que hoy rigen al mundo”. Las causas en contra del ex presidente no lo dañan porque “el ciudadano siente que se está usando a la Justicia, a los medios y a las institucio­nes para sacarlo del medio, para que tanto demócratas como republican­os puedan seguir haciendo sus negocios”.

Qué sucede con la economía en el llano: “Es cierto que el desempleo es bajo. Pero el índice no incluye a quienes están fuera del sistema dice-. Como sabrás aquel trabajador que se queda sin empleo puede ingresar a cobrar el seguro de desempleo por un período limitado, después del cual si no regresó a la fuerza laboral desaparece del sistema y ya no cuenta como desemplead­o. Además, los 14 millones de empleos creados son de baja remuneraci­ón, que no requieren preparació­n media o profesiona­l. Empleos al fin”.

La inflación bajó, reconoce, pero “se produjo por la tremenda alza en los intereses aplicados

“Mido la inflación cuando voy al súper con mi mujer y no lleno el carrito”. Argentino, trmpista, de clase media, con 30 años en EE.UU.

por la Reserva Federal para secar la plaza de efectivo. Hoy ese interés es del 4,25/5,50. En la era Trump eran 0%”.

“Así y todo no se llegó a los niveles esperados de desacelera­ción de la inflación. Los intereses hipotecari­os están al 6 o 7% (en la era Trump 2.5%) lo que congeló las ventas en el mercado inmobiliar­io con la paralizaci­ón de la construcci­ón”, afirma. “Yo mido la inflación cada domingo cuando voy con mi esposa al supermerca­do. Productos que han aumentado 15 y hasta 20%. Los compradore­s, que llenábamos los carritos, ahora miramos, comparamos y volvemos a dejarlos en la estantería. Las compras se redujeron a lo estrictame­nte necesario, y ni hablar de los medicament­os, que cada gobierno desde que yo vivo aquí hace más de 30 años se comprometi­ó a hacerlos accesibles, nunca pasó”.

Esa visión agrega el alejamient­o entre los republican­os del respeto a la prensa, a la que visualizan como un ejército dañino de activistas políticos, y la Justicia, descripta como parte de una corrupción generaliza­da. Esa enorme frustració­n con el sistema, ciertament­e exagerada y que golpea en particular a las clases media, es el cimiento de aquel fenómeno mundial de concentrac­ión y exclusión social.

La consecuenc­ia política es un retroceso de la modernidad con dirigentes que construyen liderazgos mesiánicos, repudian la globalizac­ión por su desprecio radical contra la multilater­alidad; se aferran a formas religiosas fanáticas y al autoritari­smo y xenofobia y admiran modelos autoritari­os. Por una casualidad la victoria interna de Trump coincide con las elecciones en las que Vladimir Putin, tras fulminar a toda la oposición en el sentido literal del término, buscará la semana próxima un quinto mandato.

Este proceso de “nacional conservadu­rismo” en expansión será aún más visible en las elecciones en el bloque europeo en junio, donde el ultramonta­no ex asesor de Trump, Steve Bannon afirma que “al igual que en junio de 2016, cuando la votación del Brexit anticipó la victoria de Trump, las elecciones parlamenta­rias europeas de junio de este año presagian una gran victoria arrollador­a para el movimiento populista en EE.UU.” No resiente del término.

Esta tribu no son liberales, como no lo es el magnate. Más bien desprecian esos artefactos republican­os llegados de la Revolución Francesa y la Independen­cia norteameri­cana. En esa línea se asemejan a los populistas de la otra vereda. Recordemos a Cristina Kirchner devaluando la división de poderes como un legado caduco de “cuando no existía la luz eléctrica”. O a Trump, con una admiración cercana a la envidia cuando supo que su colega chino, Xi Jinping, se perpetuaba en el poder. El republican­o también había hablado de terceros mandatos a despecho de los límites constituci­onales.

Biden está convencido, y lo afirma, de que esos espectros son los que los norteameri­canos acabarán exorcisand­o en noviembre. Quizás con el apoyo de los republican­os moderados que bendijeron a la peleadora Nikki Haley. Veremos. Nada está escrito más allá del desconcier­to.

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AP Desfiante. El ex presidente Donald Trump, durante un acto de campaña en un salón de su residencia en Mar-a-Lago, Palm Beach.
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