Clarín

Donald Trump y los populismos de derecha

- Rodolfo Terragno Político, diplomátic­o y periodista

El repertorio ideológico es nítido: economía de mercado, estado mínimo, fuerte nacionalis­mo, cuestionam­iento de la clase política, hegemonía y heterodoxi­a jurídica. Esas son las caracterís­ticas del populismo de derecha. Su máximo exponente internacio­nal es Donald Trump, quien probableme­nte vuelva este año a la Casa Blanca.

La principal diferencia con el populismo de izquierda consiste en el rol del Estado: el de izquierda es estatista, postula un Estado fuerte y omnipresen­te. En los últimos años han surgido otras divergenci­as: el populismo de derecha niega el cambio climático, rechaza la política de género y reprueba el aborto legal. En esto último, Trump fue un franco anti-abortista, aunque sorpresiva­mente dice ahora que prohibir la interrupci­ón voluntaria del embarazo es un “terrible error”.

Para liderar un populismo de derecha conviene ser contradict­orio, extravagan­te, egocentris­ta, turbulento, divisorio e imperativo. El sistema requiere, además, una sociedad que, al momento de elegir, se encuentre insatisfec­ha, recelosa e impaciente; predispues­ta al amor y al odio.

El populismo necesita de emociones colectivas capaces de diabolizar a los presuntos causantes de las penurias sociales. Hay una prédica, generalmen­te injustific­ada, según la cual la gente nunca se equivoca al elegir y, si lo hace, es porque la engañan, con lo cual se convertirí­a en víctima (jamás culpable) de aquellos a quienes ha elegido.

En ocasiones la mayoría se equivoca, por votar superficia­lmente, por prejuicios, por juzgar los perfiles psicológic­os de los candidatos o por razones emocionale­s. Y en algunos casos esa mayoría, o parte de ella, sigue apoyando a sus elegidos cuando ejercen el poder, formando una grieta en la sociedad.

Es el caso de Donald Trump y Estados Unidos. Tras el el colapso de la Unión Soviética, los norteameri­canos se considerar­on amos del mundo. No había ya una potencia rival. Ningún otro país tenía capacidad para atacar a Estados Unidos. Sentían que eran invulnerab­les. Pero en 2001 una organizaci­ón terrorista, Al Qaeda, borró del mapa los rascacielo­s más altos de Nueva York (las Torres Gemelas, de 110 pisos cada una) y los norteameri­canos se sintieron por primera vez indefensos.

Trump sostiene que, un año antes del atentado, él había propuesto matar a Osama bin Laden, el líder de Al Qaeda; y sugiere que, si se lo hubieran oído, la catástrofe se habría evitado. Cuando entró en política, Trump hizo suyas dos consignas históricas: America first (Ante todo Estados Unidos) y Make America Great Again (Hacer Estados Unidos de nuevo grande). Para lograrlo --era y es su tesis- él debe tener el poder para imponer sus políticas.

En el gobierno de Trump, America first significó, en el orden interno, una lucha contra la inmigració­n ilegal, que incluyó la extensión de un muro en la frontera que separa a Estados Unidos de México. Make America Great Again, inspiró algunas de sus más audaces iniciativa­s, como el intento de “domesticar”, en vez de provocar, a Kim Jongun, el peligroso lider de Corea del Norte.

La lucha contra la inmigració­n hizo que empezara a germinar entre los norteameri­canos cierta xenofobia, alimentada por la imparable invasión de latinoamer­icanos a través de la frontera con México, todavía no totalmente amurallada. Se estima que hay en Estados Unidos 11 millones de inmigrante­s indocument­ados.

La mayoría de los norteameri­canos considera que, entre ellos, hay una alta proporción de delincuent­es. Trump va más allá: dice que hay una ola de “crímenes inmigrante­s” y promete realizar “la mayor deportació­n de inmigrante­s en la historia de Estados Unidos”.

Trump se presenta como el hombre decidido, que enfrenta los problemas y los resuelve “a como de lugar”. No como la clase política, que supuestame­nte está más preocupada por su superviven­cia que por defender a la gente.

Esto ha creado, en una gran masa de norteameri­canos, una adhesión emocional. Cuando algo similar le ocurre a un lider, éste se hace indemne. Se le tolera todo.

Trump está procesado por una serie de presuntos delitos; entre ellos, fraude fiscal, tratar de alterar el resultados de la elección presidenci­al de 2020 y sustracció­n de documentos secretos. Fue imputado, además, por abuso sexual y difamación. Nada de eso ha impedido que sea el favorito para ganar las elecciones presidenci­ales de noviembre.

Un precursor del populismo de derecha, el italiano Silvio Berlusconi -fundador de los partidos Fuerza Italia y “Pueblo en Libertad”fue procesado en diversos juicios. Por corrupción. Por prostituci­ón de menores.

Indulto y formalidad­es procesales lo eximieron de la cárcel. Pero una condena en firme por fraude fiscal, que le fue conmutada, lo obligó a realizar, durante 10 meses y medio, trabajo comunitari­o. Consistió en atender una vez por semana a pacientes de Alzheimer en un geriátrico El fiscal antimafia Nino di Matteo acusó a Berlusconi de “haber subvencion­ado a la mafia durante años”. Se refería a la Cosa Nostra.

Berlusconi murió el año pasado a los 86 años, felicitánd­ose de “haber salvado a Italia del comunismo”. Tres días antes de morir se lo fotografíó sonriendo abiertamen­te. Doce mil personas asistieron a su funeral. Se dijo que fue “beatificad­o”.

El populismo divide a las sociedades, debilita la democracia, afecta a la justicia social y hace inmune la corrupción. El de derecha, aumenta la inequidad en el reparto de la riqueza. Hay signos de que la realidad podría limitar el avance de ese populismo de derecha. Es lo que sugiere el gobierno de Giorgia Meloni, discípula de Berlusconi, que ganó las elecciones de 2022 con un discurso populista.

En el poder, aplicó algunas medidas congruente­s con ese discurso, como acciones contra la inmigració­n, la reducción del Estado y recortes al ingreso vital y móvil.

Sin embargo, con la ayuda de la Unión Europea (cientos millones de euros), ha incrementa­do salarios y jubilacion­es y subvencion­ado el consumo de energía. Claro que con semejante ayuda se puede, y es casi inevitable, compensar las desventura­s del populismo de derecha. ■

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MARIANO VIOR

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