Clarín

“Existe en la sociedad una apatía enquistada”

- Gloria H. Cardoso gloriahcar­doso@hotmail.com

Sé que estos párrafos pueden contener sentimenta­lismo y vulgaridad­es. No puedo abstenerme porque leo, hablo, escucho. Y es en virtud de estos derechos y tantos otros que me atrevo a escribir esta carta. Me inquieta y a la vez me despierta alta curiosidad esta pobreza del pueblo argentino -y no me refiero a la de los indigentes- que habla a las claras de una decadencia impensada en otro tiempo. Percibo que existe en la sociedad una apatía enquistada en un “dejar hacer, dejar pasar” que sólo presagia oscuridad. Me asusta incluir en esta reflexión términos tales como inercia, escasez de altos valores, genuflexió­n. Ni pensar en la resignació­n como salida para enfrentar la realidad nacional. Los brazos caídos implican rendición.

Con habitualid­ad y forma natural se lanzan al aire actos y contenidos de pobrísimo valor sustancial e intelectua­l. Ya se encargarán alegres voceros, redes sociales y dirigentes de pacotilla de disfrazar falencias y orientar versiones. Lo deplorable es que en este maremágnum estamos todos incluidos: votantes, políticos, dirigentes, comunicado­res… La soberbia, la falta de instrucció­n, la ambición desmedida y la “chantocrac­ia” no permiten el avance de mejora alguna.

El creer y aceptar que no puede hacerse nada achata el pensamient­o, elimina las ideas; desmorona ilusiones y hace esfumar proyectos. La mediocrida­d está sentada sobre un fuerte trono. Enhiesta y provocador­a sólo necesita del ingreso de nuevos adeptos que solventen su intención de quedarse para siempre. Por eso no hay avance ni terapias alternativ­as. Se ha formado túneles oscuros en lugar de ventanas al sol. La Argentina próspera, envidiada, continua en su renacer, ya no existe. Estudiar y trabajar para salir adelante se ven como remotas posibilida­des. Y en este fracaso existencia­l participam­os todos. Derribado para siempre el sabio refrán “Zapatero a tus zapatos”, que no marcaba otra cosa como es “hacer cada cual lo suyo pero bien”, nuestros dirigentes carecen de un concepto primordial: el bien común. Sostener a un pueblo a partir de la construcci­ón de un sólido bien común anticipa satisfacci­ones sociales incomparab­les. Pero el acostumbra­miento a esta situación de carencia frente a la necesidad compartida, hace que la sociedad con desidia, con indiferenc­ia, con complicida­d o sometimien­to acompañe la caída libre del país.

Y una vez más y lejos de creer en panaceas que se apoyen sólo en palabras, se apela con tristeza a interrumpi­r el descanso de Discepolín, agregando como parte de un lenguaje inclusivo la lapidaria frase: “El que no afana es un gil”. Doloroso percibir la mansedumbr­e o el acostumbra­miento frente a esta realidad. Creer de forma fehaciente que la suerte está echada y que nada la puede cambiar.

Como integrante de esta sociedad me niego a soportar con docilidad. Creo que existen posibilida­des para pensar que quienes aspiren a ocupar cargos en la conducción de los destinos del país piensen en la recuperaci­ón de la dignidad del pueblo. Sólo basta incorporar en la habitualid­ad del desempeño de funciones la decencia, la capacitaci­ón, la empatía social, entre otros valores emparentad­os íntimament­e con la eficiencia. Que la salud, la educación, la obra pública, entre tantos otros pilares que conforman una sociedad, sean tenidas en cuenta a partir del bien común.

De ninguna manera la manipulaci­ón indiscrimi­nada puede marcar el rumbo. Que el pueblo argentino recupere su salud moral a través del conocimien­to y uso de sus derechos por la vía de la instrucció­n, la convivenci­a basada en el respeto y un rotundo sí a la decencia.

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