Clarín

Posteo y exhibo, luego me quejo

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

Son tan recurrente­s que ya aburren. No pasa día en el que no haya alguien quejándose por los comentario­s que recibe en las redes sociales alguno de sus posteos. Juana Repetto, porque le preguntaro­n por qué no había lustrado los zapatos de su hijo para el primer día de clases. Jimena Barón, porque cuestionar­on su cuerpo y lo pusieron como modelo de peligro para la salud. Entre conocidos y anónimos, los reclamos se multiplica­n, y hay para todos los gustos. Que si objetaron que a su nena le tiñera el pelo. Que si no le parecía inapropiad­o hacer ostentació­n de unas vacaciones de lujo con tanta gente en la pobreza. Que si cuestionab­an que hubiera adelgazado. Que si le pegaban porque había engordado. Que si le sugerían que se operara. Que si criticaban que lo hubiera hecho. Agotadoras, día tras día, las quejas de los adictos a las redes por las cosas que otros tan adictos como ellos escriben sobre sus posteos. Más allá de aquello de no opinar sobre los cuerpos ajenos y demás, una pregunta: ¿a quién se le ocurriría abrir indiscrimi­nadamente las puertas de su casa y permitir que todo el mundo, literalmen­te, se pusiera a husmear en cada ambiente? Y si decidiera hacerlo, ¿podría después quejarse porque le criticaran la cocina, el sofá o la araña del living? Sin pudor se exhibe no sólo la intimidad sino incluso a chicos que no tienen la opción de pedir que se los resguarde. ¿De dónde viene esa pulsión por exhibirlo todo tan impúdicame­nte y pretender que el universo que se asoma a ello no opine lo que se le dé la gana? La mejor forma de evitarlo es hacer que la vida privada vuelva a ser justamente eso. Privada. O, como dice el refrán, bancarse la pelusa si les gusta el durazno.

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