Espacios urbanos para bajar los decibiles
Alguna vez, en los cinco siglos que lleva transitados el túnel del tiempo de Buenos Aires, esta ciudad cada vez más cara ofreció a sus habitantes menos favorecidos la posibilidad de instalarse bajo un techo accesible para el bolsillo y dotado de todos los servicios básicos para poder entrever un futuro mejor en condiciones dignas. Esa pequeña epopeya urbana, que rescató a miles de obreros -muchos de ellos inmigrantes expulsados de Europa por el estallido de la Primera Guerra Mundialdel hacinamiento colectivo en conventillos e inquilinatos, tuvo lugar hace poco más de un siglo.
El proyecto de levantar tres mil viviendas populares de la Comisión Nacional de Casas Baratas, impulsada por el diputado cordobés Juan Cafferata, arrancó en 1915 bajo la presidencia de Victorino de la Plaza. Así se instaló en el paisaje porteño, por ejemplo, Cafferata, el nuevo conjunto de edificios de no más de dos plantas que homenajeó a su principal mentor y que pronto se transformarí en un remanso casi inadvertido que asoma entre los límites de Parque Chacabuco.
Del mismo modo salieron a la luz Las Mil Casitas en Liniers, Varela y Bonorino en Flores sur, el manojo de pasajes y casas uniformes de Nazca en Villa Santa Rita, el vistoso Barrio Inglés de Caballito, Parque Los Andes en Chacarita, los conjuntos habitacionales Segurola en Floresta y Rawson en Agronomía, la casa colectiva Valentín Alsina -frente al parque Patricios- y hasta los chalés del barrio Manuel Belgrano que aportan un toque elegante a la zona del estadio Monumental de Ríver, entre otros.
Una atmósfera tranquila, atravesada por trinos y apenas rozada por el ruido de los vehículos, persiste dentro de estos rincones minúsculos donde las calles anchas y avenidas de la ciudad se reducen a pasajes, pasillos y senderos. Sólo toma distancia de esos dibujos el caótico laberinto de Parque Chas, un dilema imposible de resolver antes de perderse en esa parte de Villa Urquiza.
La misma sensación de cambio de aire se respira en otras zonas fuera de catálogo, que surgen entre los caminos de la Ciudad sin necesidad de buscar reparo del otro lado de la General Paz o el Riachuelo.
También es posible obtener esa pausa necesaria en la franja verde del barrio Parque Saavedra -concebido a principios de los años ‘50 como Barrio Juan Perón-, el barrio Sola de Barracas (destinado a los trabajadores ferroviarios en 1890) y la Colonia Obrera San Vicente de Paul, semioculta bajo la sombra del Hospital Aeronáutico Central, en Pompeya.
Los nombres de las calles van de la mano con el espíritu reparador que dispensan estas porciones mínimas de la gran ciudad. Los Recuerdos, El Carpintero, El Zorzal, La Madreselva, El Ñandú, El Cardenal, El Domador y La Calandria acompañan los pasos de los vecinos y los visitantes como referencias para bajar los decibeles