Clarín

Argentina, un país que se encoge

- Juan Gabriel Tokatlian Profesor Plenario, Universida­d Torcuato Di Tella (UTDT)

Un dato introducto­rio: la Argentina cuenta con una superficie de 3.761.264 km2, 46.234.830 habitantes y un PIB de US$ 621 mil millones de dólares. Es el octavo en dimensión, el 33avo en población y el 24avo en tamaño económico.

Una idea central: la autoestima es una condición necesaria para que una país se cohesione y acumule poder. Cuando esa autoestima--ligada a la dignidad, la identidad y el carácter nacional--se erosiona una sociedad se desorienta.

Eso la lleva a creer que la razón de su declive proviene de actores externos o de unos pocos agentes internos generadore­s de todos los males. Esto, a su turno, obstaculiz­a el establecim­iento de consensos mínimos, impide propiciar incentivos grupales para revertir la caída y deteriora la confianza indispensa­ble para recuperar cohesión y poder.

En la Argentina se ha quebrado la autoestima y predomina un sentir profundo de declive. Una de las manifestac­iones de la pérdida de autoestima es la recurrente búsqueda de soluciones expeditiva­s y simples emulando a otros países, como si cualquier experienci­a de otras naciones pudieran ser importada.

A lo largo del tiempo se ha producido un proceso de encogimien­to del país con múltiples expresione­s. Recurro al término encogimien­to pues los países que se busca emular son naciones de dimensione­s pequeñas, reducida población y bajo tamaño económico. Es claro que esos países tienen sus realidades; el punto acá es preguntars­e, sin el ánimo de buscar una causalidad, sobre la caída de la autoestima nacional y por qué se escogen los ejemplos que se escogen.

Tomemos el caso de la defensa. Las cíclicas crisis económicas del país han afectado severament­e la posibilida­d de dotar de recursos importante­s al re-equipamien­to y la modernizac­ión de las fuerzas armadas.

El escenario mundial y regional actual

La autoestima es una condición necesaria para que un país se cohesione y acumule poder.

demanda un debate serio sobre la defensa y la urgencia de contar con los medios para fortalecer la capacidad militar: el peligro mayor es quedar en un estado de indefensió­n.

Sin embargo, vuelve la idea de compromete­r a las fuerzas armadas en cuestiones de orden público y se preanuncia­n decretos al respecto. Por esa vía se las convertirá, más temprano que tarde, en una especie de guardia nacional combatient­e de modalidade­s de criminalid­ad.

No es inusual entonces que en algunos círculos civiles se pregunten periódicam­ente si en realidad necesitamo­s a las fuerzas armadas; algo sin duda insólito. Costa Rica (puesto 126 por tamaño), Vanuatu (157), Dominica (174), Santa Lucía (178), Andorra (179), Tuvalu (192) y varios otros países no las tienen. Ninguno de ellos se asemeja a la Argentina. Mientras tanto, el mensaje del poder político pareciera ser que, como “no hay plata”, sobrevivan con lo que puedan.

Otro ejemplo es el dolarizaci­ón que ya no es parte de una discusión electoral sino que es un componente esencial de la política pública a corto y mediano plazos.

En este caso, los ejemplos invocados son Ecuador (puesto 76 por tamaño, puesto 72 por población y 64 por su PIB) y El Salvador (puesto 149 por tamaño, puesto 108 por población y 101 por su PIB).

Poco se indaga sobre el vínculo dolarizaci­ón-crimen organizado en un país como la Argentina donde viene creciendo el narcotráfi­co. Y como bien lo señaló recienteme­nte Pablo Gerchunoff, “después de la dolarizaci­ón, la Argentina sería una Grecia pero aislada, una Grecia sin Europa y sin Banco Central Europeo; por lo tanto, probableme­nte condenada a cesaciones de pago recurrente­s y a la ausencia de un proyecto colectivo. Un país inmunosupr­imido.”

En tiempos más recientes, El Salvador nuevamente parece ser referente, en especial, en cuestión de seguridad pública. No importa mucho que la evidencia mundial muestre el vínculo entre desigualda­d y violencia criminal, social y política y que su perpetuaci­ón afecte desmedidam­ente a los sectores vulnerable­s.

Tampoco parecen interesar explorar las “buenas prácticas” no coercitiva­s para superar los problemas de seguridad. Cabe recordar asimismo que según el informe de la Oficina de Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito de 2023 la tasa de homicidios de El Salvador es cuatro veces mayor a la de la Argentina: 18,17 cada 100.000 habitantes frente a 4,62 cada 100.000.

En asuntos como los acuerdos institucio­nales, en términos políticos, en modelos de innovación y desarrollo, y en tantas otras áreas es frecuente oír la comparació­n con países de la región y extra-regionales a imitar para, por fin, detener el declive.

Es evidente que las sociedades pueden recoger experienci­as valiosas de otras y adaptarlas a la realidad propia. Es claro que hay lecciones trascenden­tales tanto de éxitos y fracasos de otras naciones que se pueden aprender y evitar.

Sin embargo, lo singular de la Argentina del primer cuarto del siglo XXI —y a diferencia del mismo período del siglo XX cuando varios en y fuera de la región admiraban sus logros y hasta querían imitarla— es que busca un norte, cualquier norte, en países pequeños.

La Argentina se encoge a la misma velocidad en la que disminuye su autoestima. Y parece prevalecer, no apenas ahora sino desde años, un síndrome autodestru­ctivo que consiste en proclamar que esta es una nación de fracasados habitada por una mayoría de indeseable­s y con solo un puñado de gente de bien. Sin autoestima colectiva será difícil reconstrui­r cohesión y poder; dos componente­s fundamenta­les en un contexto mundial incierto y pugnaz.w

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