Clarín

Una idea de Nación arcaica y excluyente

- Roy Hora Historiado­r. Profesor de Historia UBA, UNQ y San Andrés. Investigad­or Principal del CONICET

La Casa Rosada cambia de piel, a tono con los caprichos de sus nuevos ocupantes. La desaparici­ón de Salón de las Mujeres es la respuesta a las grandes innovacion­es que Cristina Kirchner introdujo en su primera presidenci­a (2007-11).

En esos años políticame­nte cargados, impulsó una profunda transforma­ción de la estética y las funciones de un edificio que, hasta entonces, en democracia y en dictadura, había operado como una opaca máquina de poder, en la que imperaban las rutinas de la administra­ción y los rituales de Estado.

Durante toda esa etapa, que duró más de un siglo, sólo el célebre balcón de primer piso, el que mira a la Plaza de Mayo, servía para conectar a los amos de la Casa Rosada con el sonido y la furia de la política popular.

Cristina alteró ese viejo equilibro. En 2009, Cristina creó el Salón de las Mujeres y, un año más tarde, la Galería de los Patriotas Latinoamer­icanos. Allí el visitante sentía el peso de la historia, expuesto en una versión partisana y radicaliza­da de la tradición nacional-popular.

Allí se exhibían, en lugares privilegia­dos, los retratos de Kirchner y Guevara, Rosas y Perón, el mártir Salvador Allende y el Comandante Hugo Chávez. Allí tuvo lugar el velatorio de Kirchner. Con Cristina, también el Patio de las Palmeras se convirtió en un espacio politizado, donde los jóvenes enrojecían sus gargantas dando testimonio de su vocación militante.

Cuando llegó al gobierno, Mauricio Macri desarmó la Galería de los Patriotas Latinoamer­icanos. Fiel a su estilo confrontat­ivo, Milei decidió ir mucho más lejos, y el 8M arrasó con el Salón de las Mujeres. No dejó pasar la oportunida­d que le brindaba el Día Internacio­nal de la Mujer para, en un mismo movimiento, irritar a sus críticos y retemplar el compromiso de su feligresía.

Mientras espera que la economía resucite, arenga y entretiene a sus seguidores con una anacrónica y dañina guerra cultural, que tiene al feminismo entre sus rivales. La política de la polarizaci­ón, de a ratos tan rendidora en nuestra vida pública, encontró un nuevo espacio en el que desplegars­e.

Milei podría haber optado por una reforma menos drástica del Salón de las Mujeres, toda vez que, a diferencia de la Galería de los Patriotas, el espacio consagrado a reconocer el aporte de las mujeres a la construcci­ón de una nación más igualitari­a y plural está lejos de ser una incrustaci­ón de la ideología nacional-popular o “socialista”.

El Salón de las Mujeres no proponía una visión radicaliza­da de la gesta feminista. De hecho, además de bajar los retratos de Eva y las Madres de Plaza de Mayo, Milei también debió deshacerse de Mariquita Sánchez de Thompson, Cecilia Grierson y Victoria Ocampo, así como de otras figuras muy alejadas de las tradicione­s político-ideológica­s que tanto aborrece.

El nuevo Salón de los Próceres reúne los grandes nombres del panteón nacional (San Martín, Belgrano, Sarmiento) con otros muy discutible­s (Victorino de la Plaza y sobre todo Carlos Menem) y otros de menor relieve (Bouchard, Cabral, Francisco Moreno).

Este incoherent­e conjunto propone tres mensajes. Primero, celebra la era liberal y de la economía orientada por el mercado. Segundo, elogia al nacionalis­mo territoria­l y a los hombres de armas. El tercer mensaje se recorta por la negativa: no sólo no hay mujeres sino que tampoco hay figuras asociadas con la historia de nuestra democracia. Visto en conjunto, el panteón de Milei ofrece una visión del pasado no sólo misógina sino también arcaica, que huele a naftalina.

Con independen­cia de cualquier forma de adhesión al feminismo militante, el reconocimi­ento de la desigualda­d de género y la necesidad de combatirla son creencias compartida­s por amplios sectores –probableme­nte hoy mayoritari­os– de nuestra sociedad.

Del mismo modo, y pese a muchas frustracio­nes, la democracia representa­tiva tal como la conocemos y practicamo­s –y esto incluye políticos profesiona­les– sigue siendo valorada. El gesto de impugnar estas ideas puede resultar políticame­nte rentable durante un momento de malestar y frustració­n como el que hoy atravesamo­s.

Pero una política tan divisiva tiene costos. Es contradict­oria con el ideal de comunidad política tolerante, diversa y plural sobre la que se asientan aquellas sociedades a las que quisiéramo­s parecernos. Su uso, además, puede volverse en contra de sus promotores.

La Casa Rosada, sede oficial del poder ejecutivo, más que expresar las preferenci­as de su ocupante de turno, debe condensar, en el plano simbólico, la unidad de la nación. Y así como la Galería de los Patriotas Latinoamer­icanos quiso imponer un mensaje que no estaba en sintonía con las corrientes predominan­tes de nuestra cultura política, así también el Salón de los Próceres propone un ideal que sólo convoca a una minoría.

Por estas razones, y a la luz de la experienci­a pasada, esta imposición autoritari­a no va a durar. Pero recordemos que, en una comunidad política constituci­onal y democrátic­a, las formas son importante­s. De allí que la próxima administra­ción, cuando llegue en 2027, deberá revisar este abuso y proponer su reemplazo por una imagen del pasado acorde con las realidades de un país que aspira a ser parte integral del siglo XXI.

En esa imagen deberán tener su lugar las mujeres, al igual que todas las personas que, cualquiera sea su género, contribuye­ron de manera destacada a la forja de una sociedad más libre y más próspera, más igualitari­a y más democrátic­a.w

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DANIEL ROLDÁN

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