Clarín

La odisea para recibir el envío de una diminuta pieza de Lego

Por una falla de fábrica, la empresa manda sin costo el repuesto desde Alemania. Pero cuando llega al país hay que pagar y hacer trámites engorrosos.

- Psigal@clarin.com

A veces el tamaño no importa. El sentido común supone que dada una diminuta pieza de Lego de apenas 50 gramos, el deseo de recibirla para subsanar una falla de fábrica no debería transforma­rse en una odisea burocrátic­a. Y menos aún en un Estado libertario como el que estrenó la Argentina.

El Lego, como todo el mundo sabe, es un juguete de encastre de extrema precisión. Cuando falta una pieza en la caja, el armado inevitable­mente se interrumpe. Hay que conseguir la pieza, lo que a priori no parece un problema: como toda gran compañía global preocupada por sus clientes, Lego tiene un eficiente servicio de posventa.

Se manda un mensaje a la empresa a través de su sitio web y en cerca de 30 días -en un país normalse podrá estar recibiendo el objeto reclamado. Sin costo alguno, ni siquiera por el envío, procedente de Alemania para que el niño ilusionado con el proyecto de moto de Batman, hecha de decenas de piezas, calme su ansiedad.

El pedido a Lego fue hecho los primeros días de enero, cuando la motosierra libertaria acababa de ser prendida. En función de los plazos prometidos, la pieza debió haber llegado al país, a más tardar, a comienzos de febrero. Pero el tiempo siguió pasando hasta fin de mes: timbre, Correo Argentino. ¿La pieza de Lego? Cuánta ingenuidad.

Lo que ha llegado es una carta, fechada el 28 de febrero de 2024, que avisa lo siguiente: “Recibimos un envío procedente de Alemania que fue clasificad­o para ser entregado a domicilio. Contenido declarado: Toy Parts. Peso declarado: 0,050 kg”. Luego, ordena ingresar al portal de envíos internacio­nales “para hacer la declaració­n de contenido y el pago de tasas”.

Es decir, el pago sobre algo que de origen es gratis. Y efectivame­nte, los resabios de la fustigada casta parasitari­a dicen presente para recordar que, para poder seguir avanzando con el trámite, en el “Estado libertario” hay que pagar tanto como había que hacerlo durante el “Estado totalitari­o”.

Lo que sigue es ingresar nuevos datos en un soviético sitio web para sacar un turno y asistir personalme­nte a hacer “la toma de conocimien­to de contenido” a fin de proceder a “completar la gestión de declaració­n y pago”, con la advertenci­a de que hay un tiempo límite, hasta el 15 de marzo. Y que de excederse el mismo, el envío será devuelto al país de origen.

Y que si el titular no puede ir a las oficinas y delega el trámite en un tercero, éste tiene que llevar una declaració­n firmada por el primero. Pero hay una opción para ser representa­do en la gestión por la Aduana y así evitar concurrir a la oficina de Retiro, botón que entusiasma y enseguida defrauda porque es apretado una y otra vez sin respuesta, y vuelta a cargar la informació­n e intentarlo nuevamente, hasta que se dice basta.

Al cierre de esta nota, la diminuta pieza de 50 gramos regalada por Lego sigue abandonada en algún rincón oscuro de la Aduana, a la espera de que la burocracia argentina permita hacer feliz a un chico.

El hecho en cuestión tiene su cuota de frivolidad, pero su ridiculez resulta sintomátic­a de mucho de lo que entorpece la posibilida­d de un país normal; y metafórica­mente también, en las micro trabas insólitas que impiden terminar aquello que se ha empezado.

Así las cosas, crece la sensación de que el “Puerta a puerta” podría llegar a ser antes una canción de Serrat que -para parafrasea­r a Borgesun servicio totalmente inventado. Y aunque el turno para intentar retirar la pieza de Lego está formalment­e pedido, la cereza es un detalle kafkiano: la primera fecha disponible es el 19 de marzo -cuatro días después del tope tolerado por el Estado-, por lo que la esperanza de que para entonces no hayan deportado a Europa esos 3 cm. de mercadería es más bien escasa.

Mientras tanto, hay que sublimar la desazón e imaginar que, según sea el desenlace que tenga la historia, podría ser inspirador­a de un nuevo guión cinematogr­áfico de una saga infantil, tipo “liberen la pieza de Lego”, o en su defecto, alimentar otra de esas hermosas películas depresivas al estilo Kaurismäki. En el ínterin, esto no pretende ser más que una queja efímera en Clarín.w

Resulta sintomátic­o de lo mucho que cuesta ser un país normal.

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