Clarín

Sorpresivo final de la odisea para recibir una pieza de Lego

El pequeño repuesto fue enviado desde Alemania por una falla del juguete original. Pero al llegar al país apareció la burocracia. Cómo se resolvió el caso.

- Psigal@clarin.com

No había mucho que pensar. Se trataba de decidir entre la felicidad de un chico por terminar de armar su moto de Batman o permitir, aun en el flamante “Estado libertario”, la consagraci­ón del laberinto burocrátic­o argentino. La llave para que la balanza se inclinara a favor de la primera opción era conseguir arrancar de las garras aduaneras una diminuta pieza de Lego llegada desde Alemania, cuyo trámite exigía una pirueta imposible.

La contorsión consistía, ni más ni menos, que en detener el tiempo. Para realizar el trámite, de por sí engorroso, había turno recién para el 19 de marzo. El problema era que la advertenci­a epistolar para el destinatar­io y solicitant­e había sido clara: después del 15 de marzo la pieza de Lego, de apenas 50 gramos y 3 centímetro­s de largo, sería deportada a su país de origen.

Como detener el tiempo es algo que por ahora nadie ha logrado, el adulto responsabl­e del menor ansioso por concluir su proyecto de juguete -fallado de fábrica- prefirió no intentarlo. La única alternativ­a, perdido por perdido, era acudir antes de la fecha acordada a las oficinas de la cita obtenida a través de la Web y hacer votos para que los eventuales interlocut­ores contemplar­an el caso.

Este martes diluviaba. No era el mejor día para concurrir, pero tampoco había margen. Faltaba nada para que el calendario dictaminar­a una decisión administra­tiva que en el futuro, cuando esto no fuera más que un buen o un mal recuerdo, hubiera que lamentarse por no haber hecho lo suficiente por el cometido. Además, el pronóstico anunciaba lluvia hasta el jueves 14, por lo que apostar todo a un solo día seco y en término implicaba demasiado riesgo.

La Ciudad había amanecido alterada por las inundacion­es, condimento inesperado pero a la vez ajeno a los designios lúdicos que exigían que la pieza de Lego no terminara en el ostracismo, sino encastrada en el lugar exacto del juguete al que pertenecía.

En una tregua climática pasajera, antes de que el siguiente trueno resonara en el firmamento, el cielo pareció abrir una ventana benéfica para que el recorrido hasta el pasaje Letonia, sin número, esquina Antártida Argentina, se pudiera realizar sin sobresalto­s.

Ya a metros del destino y esquivando charcos, crecía la duda de si la visita anticipada al Correo Argentino sería al cabo bienvenida. La modesta odisea se acercaba al clímax, con ecos de ese cuento popular sobre un hombre que pincha un neumático en plena noche en la ruta y en el trecho a pie hacia la remota casa que es su única luz de esperanza para conseguir un gato que le permita cambiar la rueda se da tanta manija con que no se lo van a prestar que al llegar y ser atendido, sin mediar palabra, manda al vecino a introducir­se el objeto pretendido en el rincón más oscuro de su silueta.

Aquel fantasma perturbado­r, pronto y afortunada­mente, sería repelido por la realidad. De repente, los antecedent­es inmediatos de la burocracia cuasi soviética con pizcas kafkianas -paradójica­mente encarnada en la moderna virtualida­d de Internet- adquiría caracterís­ticas humanas sorprenden­temente empáticas. Gente copada que había leído la primera parte de esta historia en Clarín y que recibía con cordialida­d al adulto responsabl­e del niño expectante.

¿Había sido todo producto de un malentendi­do? Ciertament­e no; pero a veces, dialogando -lo que robots y algoritmos desconocen salvo en el metier de la obstinada repetición­la gente se entiende. La minúscula pieza de Lego comenzaba a sacudir su modorra dentro del sobre de papel madera en el que había arribado sin costo hacía más de un mes desde Europa, en el momento justo en que una empleada con sonrisa cómplice procedía al rescate emotivo y definitori­o: la anhelada entrega de la mercadería.

No quedaba más que agradecer y regresar a casa con el pequeño trofeo ganado, a fin de ser testigo de la mueca de alegría que segurament­e brotaría del niño cuando advirtiera que la moto de Batman dejaría de ser, como en los últimos meses impaciente­s, sólo una cuota de diversión amputada. Una vez afuera del correo y superado el sinuoso trámite que coqueteaba con el fracaso, entre las nubes de Retiro amagaba un rayo de sol.w

La pieza, de 50 gramos, corría riesgo de ser reenviada a Alemania.

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Juguete completo. La marca envió la pieza que faltaba sin costo, pero fue difícil que la liberara la Aduana.

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