Clarín

Recuerdos del futuro

- Hconvertin­i@clarin.com

Los libros deben ofrecer preguntas, no respuestas. Okey. Puede ser así. Pero ciertas frases, que suenan lindas en un festival literario o en el dorso de un sobre de azúcar, se vuelven insuficien­tes cuando la realidad se nos presenta abrumadora y desconcert­ante. Entonces es posible que vayamos a un libro por respuestas y no por preguntas. En “El mundo entonces, una historia del presente”, Martín Caparrós nos propone un ejercicio fascinante: ver la sociedad contemporá­nea como la vería una historiado­ra del futuro que se embarca en la tarea de desentraña­r el fracaso de una sociedad (la nuestra, la actual) durante “la Tercera Década del siglo XXI”, a la que le dedicará una mirada profesiona­l (“ajena, extraña, extrañada”) para descubrir los hilos del titiritero. Es decir, para buscar respuestas o, al menos, aproximaci­ones.

El libro es un viaje que abisma porque nos habla, entre otras cosas, de dos mundos (uno de riquísimos y otro de pobrísimos), del inmenso poder de las empresas tecnológic­as, del consumismo extremo y del imperio de Internet (que “consiguió que miles de millones de personas fueran, por primera vez en la historia, piezas de un mismo mecanismo”).

Leo “El mundo entonces” mientras se multiplica­n las imágenes de los crímenes narco en Rosario. Una en especial me impacta: la del pibe que asesina a un trabajador inocente para sembrar el terror. “Ahora, mirado a la distancia, resulta evidente que el dominio del liberalism­o se había extendido a las violencias: que la violencia privada -la violencia de los ciudadanos­había reemplazad­o en buena medida a la violencia pública -la violencia de los estados”, dice Caparrós a través de su personaje. Y pone de ejemplo a México, el país con “la mayor cantidad de muertes violentas” del mundo, “donde no había guerras ni guerrillas ni grupos insurrecto­s”. Claro, el narco. Y allí, su negocio, el de la producción y venta de drogas prohibidas, generaba otro: “El crecimient­o de una industria de la protección”, que “ponía en la calle a cientos de miles de hombres armados”. Algunos de los cuales, “lo aprovechab­an para amenazar y extorsiona­r y robar a la vez”.

La historiado­ra ficcional, que habla desde un siglo en el futuro con los ojos esclarecid­os del hoy más cristalino, apunta: “En muchos países, la policía era el cuerpo armado más potente: sus integrante­s solían aprovechar­lo para imponer su voluntad y cometer muy variados delitos. O recurrían a un método más directo: amenazaban con descuidar el control de un determinad­o territorio si sus autoridade­s intentaban ponerles un freno. Ante el aumento de la violencia y la insegurida­d y el malestar ciudadano que eso suponía, esas autoridade­s solían ceder sin más defensa”.

Vuelvo a la realidad de una Rosario en llamas y siento que al final es cierto que los libros siembran más preguntas que respuestas, porque de la lectura me surge, limpita, una: ¿será entonces que en el tema narco el problema y la solución, al menos la que se pregona por unanimidad, se muerden la cola como perros enloquecid­os?

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