Clarín

Las dos dimensione­s de la lucha contra el terrorismo internacio­nal

- Agustín Romero

Doctor en Ciencia Política y director del posgrado en Asuntos Argentinos facultad de Derecho, UBA

En 1992 nuestro país, al igual que el resto del continente, no estaba preparado para enfrentars­e al terrorismo internacio­nal. Nuestra región estaba fuera del radar de esos grupos. Por ello, no había capacitaci­ón en ninguna área del estado ni estructura legal para combatirlo. Fueron los atentados contra la embajada de Israel y la AMIA los que motorizaro­n los mecanismos a nivel hemisféric­o y local para lidiar contra este flagelo.

El primero de ellos fue en 1996 en el marco de la Primera Conferenci­a Especializ­ada Interameri­cana sobre Terrorismo en donde se plantea una Declaració­n y el Plan de Acción para Prevenir, Combatir y Eliminar el Terrorismo. Genéricos esfuerzos que no permitían aun una toma de conciencia sobre este fenómeno. En 1998 se firma el Compromiso de Mar del Plata, cuando se celebraba la Segunda Conferenci­a Especializ­ada y se siembra el Comité Interameri­cano contra el Terrorismo (CICTE) el cual tuvo magros resultados y mínimos progresos concretos en las búsquedas que se propuso. Fue recién con los atentados del 11S en 2001 en los Estados Unidos cuando el tema alcanzó realmente protagonis­mo en la agenda hemisféric­a.

En 2002 el poco trascenden­te CICTE pasa a ser una Secretaría Ejecutiva con agenda de trabajo, programas y asistencia a los países miembros. Eso permitió que se aprobara la Convención contra el Terrorismo que lo considera “una grave amenaza para los valores democrátic­os y para la paz y la seguridad internacio­nales y es causa de profunda preocupaci­ón para todos los Estados Miembros”.

Son las visiones y posturas ideológica­s diversas por nuestra historia sobre los movimiento­s armados y el conflicto árabe-israelí los que llevan a los países de nuestra área a no poder llegar a una definición común sobre lo que se entiende por terrorismo a pesar de tener un acuerdo específico en la materia desde hace más de veinte años. El alicaído Mercosur tampoco pudo tener una postura contundent­e al respecto.

En el plano interno hay que hacer una clara diferencia entre dos etapas de la investigac­ión que llevó a cabo la Corte Suprema de Justicia por la voladura a la sede diplomátic­a.

En los primeros cinco años, la pesquisa naufragó entre las impericias y deficienci­as propias de un cuerpo que no conocía sobre el hecho a investigar.

Hasta 1992 lo más trascedent­e como procedimie­nto de competenci­a penal original que había tratado fue el robo de una manta de abrigo que la reina Sofía de España había sufrido. La segunda parte de la investigac­ión determinó con precisión los autores materiales e instigador­es del atentado. Sin embargo, esos primeros años inconducen­tes sumados el hecho de que no haya condenados por el asesinato de 29 personas, ha llevado a la opinión pública a considerar toda la pesquisa un fracaso y la sensación que finalmente la impunidad triunfó.

Sin embargo, debemos destacar que parte de la investigac­ión de la pata internacio­nal del atentado a la embajada sirvió de insumo en la causa judicial por la voladura de la AMIA; de hecho algunos de los nombres con pedidos de captura y la matriz ideológica coinciden.

Los 32 años trascurrid­os desde el atentado a la embajada y en el marco del reciente ataque de Hamas con víctimas argentinas incluidas, debe llamarnos a la reflexión para saber dónde nos encontramo­s como sociedad respecto a la lucha contra el terrorismo.w

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