Clarín

“Es la primera vez que siento que me pueden gatillar”: el temor de los rosarinos por los ataques narco

La gente se anima a retomar la rutina de a poco, pero impera el miedo y los lugares clásicos lucen casi vacíos. “Ahora podemos ser cualquiera de nosotros”, advierten tras los últimos 4 crímenes.

- Jfirpo@clarin.com

La gente empezó a volcarse tímidament­e a las calles de Rosario, que intenta retomar cierta normalidad tras dos días de terror, angustia y encierro. El pulso diario del miércoles y la mañana de ayer procura disimular lo que lograron los narcos: paranoia y psicosis colectiva.

Después del último asesinato (hubo cuatro en cinco días), el del playero Bruno Bussanich (25), el sábado cerca de la medianoche, no hay un rosarino de a pie, de los muchos consultado­s, que no piense diferente. “Ahora podemos ser cualquiera de nosotros” repiten.

Calles céntricas, la peatonal Córdoba, el parque que rodea el Monumento a la Bandera y la Costanera, por ejemplo, son muestras contundent­es de la indisimula­ble disminució­n de movimiento.

“Hasta los pescadores de sábalo desapareci­eron”, murmura Aparicio, que sostiene su caña mirando fijo el Paraná. “Si no vengo no como, pero me llama la atención el vacío ¿miedo? no, qué voy a tener. Miedo sería ver la cara de mi hijo si no le llevo la comida”.

Hay casi 30 grados y una humedad demoledora, la sensación de temor se respira en la calle, “aunque la gente finja demencia”, desliza Flor Balestra, dibujante y productora, a cargo del teatro Astengo. “Rosario es la ciudad del desasosieg­o, es sentirse a la intemperie y bajo una incertidum­bre absoluta, pero la gente está queriendo, se está animando otra vez, el rosarino procura ser optimista, tiene esperanza o negación, no sé”, expresa esta mujer que, por su labor, camina la calle todo el día.

Balestra fue tendencia en redes sociales por uno de sus dibujos, que resumen a la perfección los sentimient­os de una ciudad hermosa afeada por el narcotráfi­co: dos manos sostienen un papel, que reza: “Rosario con R de Ruleta Rusa”. “Dirijo uno de los teatros más importante­s de la ciudad, el Astengo, y hoy nos invade un sentimient­o de inmovilida­d muy grande. Temor, desazón, angustia y furia también. Siempre gestioné y pude llevar adelante planes y proyectos y hoy eso es impensado porque lo básico que es la seguridad para salir a la calle no está. Pero no pienso irme, quiero demasiado a Rosario”.

Reina el apuro en el transeúnte. Todo parece hacerlo a una marcha acelerada. Sin embargo, el rosarino requerido exuda sentido de pertenenci­a. “Es difícil que alguien de aquí te diga abiertamen­te que se quiere ir de Rosario, lo puede pensar, pero no te lo va a decir. El adn rosarino es algo genético. Yo intento seguir laburando, son casi las siete de la tarde y no hay un alma, pero no importa. Necesito que el que camina por la peatonal vea que yo estoy aquí, abierto y leyendo un libro, como si nada”. Joaquín atiende la enorme librería El Aleph, en la peatonal Córdoba, y admite que “a la gente le cuesta entrar, pero tenemos que volver a ser”.

Cae el sol y la foto parece más a la de un domingo a la noche que al atardecer de un miércoles. Tiendas, comercios y bares bajaron la persiana antes de las 18. “Estoy viendo qué hago”, responde Ángel, asomado a la puerta de su maxikiosco relojeando el panorama, mientras su hija le insiste para irse. “La diferencia económica la podés hacer a esta hora y me jode regalar la guita, porque suelo cerrar a las 10, 11 de la noche. Me extraña que no hay un cana por acá”.

El cronista de Clarín, en su recorrida, se cruzó con una pareja de policías patrulland­o a pie la peatonal, pero no vio más agentes patrulland­o la zona de la Costanera o del Monumento a la Bandera.

“Esa foto (por aquella imagen “a lo Bukele” en un pabellón de la cárcel de Piñero de presos de alto perfil) que salió en todos los medios fue una provocació­n y con estos tipos no se jode. Se intentó mojarles la oreja y te respondier­on de la manera más brutal”, lamenta el kiosquero, intentando encontrar una explicació­n a la violencia narco.

“Si te toca te toca, pero no podemos

En Tablada, uno de los barrios más peligrosos, se ven policías de a pie.

estar encerradas, ya tuvimos mucho con la pandemia”, deja en claro Elda, acompañada por dos amigas en un banco frente a la Municipali­dad. “La verdad es que tengo miedo, es la primera vez en mi vida que siento que alguien me puede gatillar. No soy temerosa, pero este momento es un espanto”, dice la mujer de 76 años, que también atribuye lo que sucede al procedimie­nto que hizo el Grupo de Operacione­s Especiales Penitencia­rias. “Había que dar a conocer esa foto asegurando la ciudad y protegiend­o a la sociedad. Se apuraron”.

“Me llama la atención la falta de policías. Con las chicas quedamos en encontrarn­os aquí para tomar aire, porque vimos en la tele que la ministra Bullrich dijo que se reforzaría la seguridad. Hace dos horas que estamos aquí y no vimos a un solo policía, siempre hacen lo mismo con nosotros, todo un circo y luego nada. Mirá la plaza, el Monumento, todo desolado, es tan hermosa Rosario, cómo la han destruido estas lacras”, advierte Zulema.

Algún runner, dos amigas despidiénd­ose a las apuradas, un padre

con su hijo son la única muestra viva que expresa movimiento en la explanada de la plaza que conduce al Monumento a la Bandera.

“Vivo enfrente y bajé a dar una vuelta, para sacar a mi hijo, pero el ambiente es fantasmal. Normalment­e a esta hora hay un montón de gente, más con este calor. Aquí se viene a tomar mate, se pone una lona y se está hasta la noche, pero evidenteme­nte los narcos se salieron con la suya y se están vengando. No sé cómo vamos a salir de ésta”, comenta Diego, que se aleja con su hijo sobre sus hombros.

En general, la gente elude el contacto ante la menor consulta, salvo quienes se empecinan en no querer cambiar sus hábitos. “Estamos aquí todas las tardes para charlar y tomar mate en la Costanera, una tradición que no se interrumpi­ó el lunes ni el martes”, comparten Alberto y Marcela, que viven en las afueras de Rosario.

“El destino está marcado ¿o creés que nos vamos a salvar porque no vengamos aquí? Tratamos de no hablar del tema, de disfrutar el paisaje, el río y charlar de otras cosas”, dicen relajados en una sillita. “Lo que llama la atención es la falta de policías ¿no debería haber aquí, en plena Costanera?”, se insiste.

Otra familia en plan de picnic toma distancia de la intranquil­idad reinante. “Tenemos miedo, obvio. Por eso, en un rato nos vamos, pero necesitába­mos salir, porque desde el domingo estamos encerrados”, cuenta Sofía, madre de dos hijas.

“A ellas no las mandé al jardín ni a la escuela, porque me da miedo, voy a esperar a que pase esta semana, prefiero que estén con nosotros”. Sofía trabaja en un local de ropa y desde el lunes no concurre: “la dueña nos dijo que no fuéramos, que recién volviéramo­s el viernes”.

La recorrida de Clarín abarcó el sur de Rosario, donde está el barrio Tablada, uno de los más calientes, a unos 7 kilómetros del centro. “Aca hubo varios asesinatos el año pasado, hay que andar con cuidado y evitar meterse por algunas callecitas, porque no salís”, dice Mónica, mientras barre la vereda de su casa. “Por acá se ven policías. Recién pasaron dos caminando y un patrullero da vueltas. Espero que no sea sólo por un par de días porque están los periodista­s”, anhela. El cronista camina con cautela y llega a la avenida Ayolas, “que divide la Rosario céntrica de la más marginal”. A unas cuadras se advierte más movimiento y presencia policial. “Hay varias escuelas”, desliza un padre en bicicleta mientras se dirige a buscar a su hijo.w

 ?? JUAN JOSÉ GARCÍA ?? Vista al Paraná. Los vecinos volvieron ayer a disfrutar de la Costanera, uno de los paseos públicos más concurrido­s de la ciudad durante todo el año.
JUAN JOSÉ GARCÍA Vista al Paraná. Los vecinos volvieron ayer a disfrutar de la Costanera, uno de los paseos públicos más concurrido­s de la ciudad durante todo el año.

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