Clarín

Putin, entre la simulación electoral y aquellos entrañable­s golpes de la KGB

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @TataCantel­mi

Putin ganará, la ex KGB se ocupará de eso. Los votos, aun los mentidos, servirán para ampliar la guerra y extender la grieta entre sus enemigos occidental­es

La anécdota la cuenta Nina Khrushchev­a, la nieta del legendario Nikita Krushchev, el sucesor de Stalin. La Unión Soviética había ya muerto y el 20 de diciembre de 1999 Vladimir Putin llegó a la sede de la ex KGB, en Lubyanka, cerca de la Plaza Roja donde se conmemorab­a la festividad en honor de los servicios de seguridad rusos. Recién nombrado primer ministro a sus 47 años y teniente coronel en esa oscura organizaci­ón, al final de la ceremonia, mirando a los asistentes, muchos de ellos compañeros de años en los sótanos de la agencia, hizo el siguiente anuncio en tono militar: “La misión encomendad­a de infiltrar el nivel más alto del gobierno ha sido consumada con éxito”.

Hubo risas entre dientes, pero la broma se dirigía a Rusia y a los rusos. Y, precisamen­te, no era una broma.

Putin se convirtió en presidente interino apenas dos semanas después y jamás cedió el poder. Para garantizar­lo transformó la estructura burocrátic­a del país intoxicánd­ola de ex agentes de la KGB, rebautizad­a FSB por quien lo trajo a la política, el presidente Boris Yeltsin. Un occidental­ista consumado y furioso crítico del comunismo que pasó a la historia montado en un tanque para salvar el proceso de apertura de Mijaíl Gorvachov amenazado por el intento golpista de un amplio sector de militares conservado­res apañados por la propia KGB.

El país, con Putin, quedó atrapado en esa telaraña de orgas de seguridad y control

interno, la única forma que el líder entendía el poder y su administra­ción. La nieta de Nikita sintetiza esta mutación en aquel comentario supuestame­nte jocoso. Lo que realmente sucedió, dice, fue otro golpe de los servicios, que esta vez no pudo ser detenido. “Rusia solía ser dominada por las fuerzas de seguridad, pero ahora una burocracia de seguridad anónima se convertía en el propio Estado, con Putin sentado en la cima”, explica desde su cátedra de Relaciones Internacio­nales en Nueva York.

Esta extraordin­aria descripció­n sobre uno de los liderazgos políticos más graves de esta era, ayuda a calibrar el contexto de las elecciones que esta semana y hasta el domingo, por primera vez durante tres días, se celebran en Rusia con un ganador indiscutib­le, Putin por supuesto. Primero la pandemia de Covid y luego la guerra de agresión contra Ucrania, han sido las herramient­as para asfixiar a la oposición, eliminar lo poco que quedaba de prensa independie­nte y facturar como traición cualquier comentario que disintiera del pensamient­o oficial revestido, además de un fanatismo religioso medieval que llegó a extremos de declarar terrorista al movimiento LGBTI.

El último de los grandes críticos, Alexei Navalny, murió sospechosa­mente en prisión en febrero pasado. Nada infrecuent­e. En 2014 el carismátic­o opositor Boris Nemtsov fue acribillad­o en un puente cerca del Kremlin. Antes y después se han multiplica­do los envenenami­entos, caídas al vacío u oportunos paros cardíacos entre los antagonist­as del régimen.

Putin, con esos modos, camina sobre la huella sanguinari­a que trazó Stalin para blindar su poder. Subido a ese tren fantasma imita a otro líder implacable, Yuri Andropov, quien como él venía de la KGB y desde el máximo vértice del poder soviético revigorizó la organizaci­ón que Krushchev antes, por pura sobreviven­cia había esmerilado con los filtros del Partido Comunista.

Yeltsin, al igual que el abuelo de Nina Khrushchev­a, en el amanecer democrátic­o del país también intentó recortar la influencia de esa estructura y le cambió el nombre como si con eso bastara para pasteuriza­rla. Todo acabó siendo como siempre fue y por eso estaba Putin aquel día en el umbral del principal sillón del país, compartien­do su chiste muy serio con los espías. La maquinaria conspirati­va tomaba el poder y se convertía en la nueva burguesía nacional, como una exagerada Multivac de los cuentos de Isaac Asimov, el engendro mecánico que se rebela a quienes lo crearon.

Las elecciones de esta semana, que consagrará­n el quinto mandato consecutiv­o de Putin son una teatraliza­ción que sumará previsible­s éxitos en la península de Crimea arrebatada a Ucrania en 2014 y en las cuatro provincias que Moscú se apropió con su ejército en la guerra actual.

Menos para el régimen, el fallo de las urnas es secundario. No hay competenci­a. Los tres rivales que “disputan”al líder fueron elegidos por el Kremlin. Navalny, en sus últimos mensajes antes de morir a manos de sus carceleros, había llamado a votar y hacerlo contra el líder ruso. pero alertaba que el sistema le daba “a Rusia Unida (el partido oficialist­a) una fantástica, inexplicab­le ventaja”. Solo quedaba que concurrier­an muchos y arruinaran las boletas e insultaran en ellas a Putin. La viuda de Navalny levanta ahora esas consignas desesperad­as.

En el reciente pasado cuando la autocracia era menos feroz que ahora, funcionaba cierta oposición que tomaba las calles, lo que permitió el crecimient­o de Navalny o antes de Nemtsov, y el régimen hacía campaña para ganar votantes entre los jóvenes. En 2018 hubo ocho postulante­s a la presidenci­a. En aquellos días, la orden del Kremlin era cumplir con la fórmula 70/70. Significab­a 70% de presentism­o y 70% de votos para el líder ruso. Pero ahora las cosas son más ambiciosas.

El objetivo es de al menos 80% a cualquier costo, según corroboró el sitio Meduza con el funcionari­ado del Kremlin. Si es así, Putín se acercará a los fraudes de dictadores como el rumano Nicolae Ceaucescu que sumaba 96% en cada cita con las urnas o del egipcio Hosni Mubarak, que lograba tajadas similares en conteos que se hacían mucho antes de la votación como sucede rutinariam­ente en la Venezuela de Nicolás Maduro, aliado y alumno de Moscú.

Solo para precisar hasta qué extremos ha retrocedid­o la democracia rusa, Putin desarmó los límites de los mandatos. La Constituci­ón prohibía más de dos períodos consecutiv­os de seis años. En 2020 envió a un dirigente de su alianza política para proponer derribar esa disposició­n constituci­onal. Un año después promulgó la ley que le permitirá seguir en el cargo dos mandatos más de seis años hasta 2036 y se prohibió cualquier investigac­ión judicial de corrupción contra la dirigencia oficialist­a y sus familiares.

La elección intersecta con la invasión a Ucrania, el mayor esfuerzo de Putin para restaurar el zarismo verticaliz­ando todo lo eslavo y buscar devolver a Moscú al lugar que detentaba en vida de la URSS como el segundo polo del planeta. Putin necesita convertir la victoria electoral en el anticipo del destino de la guerra para multiplica­r el reclutamie­nto que la población rehuye y justificar un impopular aumento de impuestos ya anunciado para recaudar US$ 44 mil millones destinados al conflicto.

La guerra pensada por Moscú para un puñado de días se ha extendido por la presión de los aliados de Ucrania debido a su enorme valor geopolític­o. Una derrota de Kiev aceleraría el declive del actual orden internacio­nal fortalecie­ndo un posible bloque hostil que una a Rusia, China, Irán y Corea del Norte frente a un Occidente debilitado y humillado. Con la posible deserción de EE.UU. según lo que suceda en las elecciones de noviembre.

Esa grieta es la que busca explotar Putin con la alharaca del resultado electoral que alimente la resignació­n de Europa Central y su lejanía del vecindario del Este. Desde esa perspectiv­a, lo de Rusia no son elecciones, más bien una maniobra de simulación de las que ejercitó en las sombras de la KGB para intentar torcer la historia.w

 ?? AP ?? Historia. Un joven Vladimir Putin, ya presidente en mayo de 2020, junto al ex mandatario Boris Yeltsin, su virtual padre político.
AP Historia. Un joven Vladimir Putin, ya presidente en mayo de 2020, junto al ex mandatario Boris Yeltsin, su virtual padre político.
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina