Clarín

El castigo a los inocentes

- Luis Rappoport Economista. Miembro de Club Político Argentino y de ConstiTuya

Hace pocos días, Carlos Rodríguez publicó en Twitter (hoy X) lo siguiente: “Ojo con la opinión pública y con las metas Macro. Cuando yo era viceminist­ro de economía en 1997/98 teníamos: -Inflación negativa o casi cero. -Libre circulació­n del dólar y otras monedas, sin CEPO. -Riesgo País de tres dígitos.-Gasto Público Primario Consolidad­o/PBI: 28%. Y sin embargo nos pateaban de todos lados: que el desempleo, que la pobreza, que la Cuenta Corriente, que el Gasto, que el atraso cambiario, que las PyMES, etc. Y probableme­nte tenían razón. La apertura de la economía y la entrada de capitales sin flexibilid­ad laboral hizo desastres. Y todavía seguimos buscando dólares afuera como primera prioridad. Financiand­o al Estado con Impuestos al Empleo. Hay que aprender del pasado y no manejar el país como una mesa de dinero.”

Carlos Rodríguez fue el viceminist­ro de economía de Roque Fernández, les tocó lidiar con el principio del fin de la convertibi­lidad, con una desocupaci­ón de dos dígitos: 17.3% en 1996, 13.7% en 1997, 12.4% en 1998, hasta llegar al 18.3% cuando la convertibi­lidad terminó de volcar.

“Hay que aprender del pasado y no manejar el país como una mesa de dinero”. Una reflexión valiente de un economista graduado en la UBA, con un doctorado en Chicago, que trabajó en el FMI y fue uno de los fundadores del CEMA (el Centro de Estudios Macroeconó­micos de Argentina).

Posiblemen­te Rodríguez simplifiqu­e las cosas suponiendo que “con flexibiliz­ación laboral” las cosas hubiesen sido distintas.

Para llegar a aquellos niveles de desocupaci­ón, ayudaron los despidos en masa tras las privatizac­iones, pero, sobre todo, la apertura de la economía con atraso cambiario, que destruyó empresas que no pudieron competir.

Con el nuevo gobierno estamos en un nuevo ejercicio de manejar el país como una mesa de dinero.

Para colmo, no existieron políticas, institucio­nes y recursos para la reconversi­ón productiva y la incorporac­ión masiva de tecnología (Cavallo estuvo a un paso de cerrar el INTI y el INTA, tal como Milei amenaza con eliminar o reducir al mínimo el CONICET). En síntesis: la fantasía de que, con el equilibrio macroeconó­mico, más flexibiliz­ación laboral, alcanza para crecer, es eso: una fantasía. Mucho más hoy que en los 90´.

En estas décadas, la ciencia, la tecnología y la innovación empresaria­l dieron un salto descomunal. Si los jóvenes terminan la secundaria sin conocimien­tos satisfacto­rios en Lengua, Ciencia y Matemática y son pocos los que siguen en la universida­d, el crecimient­o del empleo a través de la flexibiliz­ación laboral es una ilusión.

Particular­mente en un mundo en que la competenci­a entre países es una competenci­a de sistemas educativos, y de capacidade­s para incorporar científico­s y tecnólogos a empresas crecientem­ente innovadora­s.

Con el nuevo gobierno estamos en un nuevo ejercicio de “manejar el país como una mesa de dinero”. Va a tener éxito: la inflación va a desaparece­r, el dólar se va a apreciar al extremo que se va a revertir el flujo de compras de las zonas fronteriza­s: los argentinos van a abastecers­e en Chile, Bolivia, Paraguay, Brasil y Uruguay.

De las actuales trece empresas cada mil habitantes (que se comparan con cincuenta de Chile), el país va a caer a diez, o menos. El achicamien­to de la economía va a impedir la reducción de impuestos.

Mirando plazos más largos, algunos visionario­s ven una salida virtuosa en la minería: la explotació­n de hidrocarbu­ros, litio y cobre. Lo más prometedor de esa visión es el cobre porque la transición energética ya está multiplica­ndo la demanda de ese metal, cuyo precio subirá.

Hay muchas minas que están en proceso de factibilid­ad y, en cinco o seis años, podrán aportar a una balanza comercial y fiscal superavita­ria, aunque de ninguna manera a la creación significat­iva de puestos de trabajo.

Si, en cambio, aportarán a un dólar más barato aún. Ese será un momento de decisión, si el poder político está en manos de la demagogia, habrá excesos de gasto y empleo público como fue del gusto de Néstor Kirchner durante el boom de los commoditie­s. Si es el caso, Argentina se parecerá más a Venezuela que a Chile.

Entretanto, si continúa la insuficien­cia de jóvenes con la calificaci­ón adecuada, a la bioeconomí­a, una promesa de la Argentina, le va a resultar arduo avanzar en la cadena del valor agregado, como para aportar a una explosión del empleo.

Hay solución para salir de esa sobre determinac­ión: la gestión público - privada del desarrollo. Tiene complejida­d institucio­nal: va desde el sistema educativo hasta los incentivos a los gobernador­es, los científico­s y las empresas, el apoyo a la reconversi­ón productiva, el desarrollo de las nuevas start ups y mucho más. Difícil pero posible. Los ejemplos de Israel y Estados Unidos (del gusto presidenci­al) pueden servir de inspiració­n.

Muchos proyectos humanos suelen tener cinco etapas:

1. La glamorosa etapa de los sueños y las aspiracion­es

2. Las dificultad­es del crecimient­o

3. El crecimient­o de las dificultad­es

4. La búsqueda del culpable, para

5. El castigo a los inocentes. Ya estamos saliendo de la primera etapa y acercándon­os a la segunda. Es hora de salir de la mesa de dinero para empezar a organizar la gestión de desarrollo.

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