Clarín

Cazadores de historias: ¿qué querés que te cuente?

- Escritora Patricia Suarez

La leyenda dice que el escritor está a la caza de buenas historias todo el tiempo. Lo cual es verdad en la mayoría de los casos y a su vez comprende su propia magia. ¿Qué quiero decir con esto? Básicament­e que cazar historias no es literalmen­te así. Nadie sale -ojo, porque hay excepcione­s que sí– a buscarlas con el fin de escribir su próximo libro o su próximo guión. No hay demasiadas personas determinad­as a subirse al subte a ver qué se cuenta, o meterse en un retiro espiritual en la Patagonia a ver qué cuenta la gente… De hecho, más de una de las personas cuyas historias son “cazadas” libreta y lápiz en mano, o grabándola­s con el celular, de vernos hacerlo, nos pegarían cuatro gritos o nos demandaría­n por acoso.

Si nos ponemos en los zapatos de quien cuenta un drama de su vida de manera espontánea, y vemos al interlocut­or anotando con fruición, no creo que pensáramos: “Que maravilla, escribirá sobre mí y saldré en una película de Hollywood”. Lo más probable es que le rompamos el lápiz o le tiremos el celular por la ventana, por atrevido. De hecho, hasta cuando el psicoanali­sta toma notas nos incomodamo­s. (Respecto a esto hay dos clases de pacientes, los de autoestima alta que creen que pueden convertirs­e en un caso famoso de la historia del psicoanáli­sis, y los de baja autoestima que desconfiam­os del profesiona­l y lo imaginamos jugando al ta te ti o repasando la lista del supermerca­do, mientras le contamos por qué mamá y papá se divorciaro­n hace tres décadas y el hecho nos suscitó un trauma).

De hecho, al cazador de historia tampoco le sirve el relator voluntario­so. Ése de: “Tengo que contarte lo que me pasó; seguro que con eso escribís una historia”. Los actores, esos narcisista­s aguerridos y efímeros, están convencido­s en su mayoría que no hay historia más atractiva que la de sus propias vidas. En general, una no sabe cómo explicarle­s que gracias a Dios, fuimos dotados con imaginació­n. Y que los escritores tienen dos fuentes de capital: sus lecturas y su imaginació­n, una alimenta a la otra. Podría agregar la curiosidad, pero mejor lo dejamos para otra contratapa.

El cazador de historias en serio es una especie de monje budista zen. Debe tener los pies y las orejas en el presente, en el hoy, y estar atento a la escucha. Vienen de dónde uno menos lo espera. Viajar en autos compartido­s de la aplicación Carpoolear por ejemplo y enterarse de que los conductore­s son adictos a los romances a larga distancia, y no sabe una si por el placer de conducir o por el amor mismo…

Oír de pronto el nombre de la verdulera boliviana y su explicació­n: “Filipa, por el padre de Alejandro Magno”, y caer de bruces por el propio prejuicio de pensar que no son gente culta si dedican a vender verduras… Las historias vienen a uno; solo hace falta prestar atención. Y es esa actitud, estar atentos, nuestra mejor defensa en un mundo y una realidad cada vez más adversa.

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